La voz de los no escuchados

Mal-Tratados
Mal-Tratados
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4 min readNov 30, 2016

Por Renzo Virginio

El “gallego” (prefiere ser llamado por su apodo y guardar el anonimato) un ex operador y acompañante de droga-dependientes. Se convirtió, de alguna forma, en el guardia del barrio “La Favela”, ubicado en 19 y 528.

Acompañado siempre por su termo y su mate, dispuesto a escuchar los problemas de los vecinos. Ayuda a los jóvenes adictos que recurren a él. La mayoría, de escasos recursos, no cuentan ni siquiera con el respaldo de sus familias para acceder a los centros de rehabilitación.

Eran alrededor de las doce del mediodía, un calor intenso azotaba la cuadra, los chicos empezaban a llegar, eran cada vez más los jóvenes que se suman. Llegan de sus actividades previas, de sus salidas nocturnas, de jugar al fútbol o acaban de despertar.

La vista de los presentes se pierde en los monoblocks, departamentos iguales que se extienden a lo lejos y ancho del lugar, de un color amarillento gastado. Moles de cemento que dominan el lugar y marcan el comienzo y el final de “La Favela”. El gallego señala los lugares que frecuentan los pibes, el principal es la plaza donde se juntan a “fumar” o “escaviar”. Llevan, por lo general, un vino en caja o un fernet. Los “transas” venden, generalmente donde está marcado con unas zapatillas que cuelga en los cables telefónicos o se ubican en pasillos largos y oscuros.

Entre mate y mate, los vecinos le preguntan cómo le fue durante la semana. Él tiene la particularidad de mimetizarse, mientras saluda al kiosquero, al que vende diarios, a los vecinos en la puerta de sus casas. A través de las charla se entera de los acontecimientos que sucedieron en el día anterior en el vecindario. Le comentan muchas cosas, entre ellas la cara de los compradores de droga no varía, pero que siempre alguno trae algún amigo nuevo.

El gallego cuenta que los chicos son sometidos a “ritos de iniciación”, para introducirlos en la adicción. Estos consisten en el consumo de marihuana y pegamento. “A los once años los ves con la bolsita de pegamento en las esquinas, después de eso quieren algo más fuerte, pasan a la cocaína. Terminan en cualquier cosa”.

“Cachito”, un joven de veinticinco años, de contextura pequeña, morocho y con una gorra de los New York Yankees camina cerca de nosotros. Casi siempre se lo ve merodear las calles durante las mañanas, lleva una canasta con masas secas, panes y bizcochos, ocasionalmente alguna rosca. Amigo del gallego, quien siempre le compra alguna de sus delicias, está metido en el mundo de las adicciones. Desde paco, pegamento, marihuana, hasta cocaína. Concurre a un centro evangélico (Fundación Volver a Creer) que se maneja con muy escasos recursos. Luego de salir del barrio frecuenta la zona de 1 y 60, donde recauda los gastos para dicha institución. Aunque según la mayoría de los vecinos esto no es más que una excusa para que se pueda drogar a espaldas de su rehabilitación.

Luego de recorrer el barrio, alrededor de las cinco de la tarde, el gallego vuelve a su casa. Tiene un frente descascarado y una cochera verde que desentona con las paredes blancas, sin terminar de pintar. Allí hospeda a Marita, una adicta que trata de recuperarse. Llegó un día que había sufrido abuso y violencia de género por su pareja Miguel, un obrero de la UOCRA.

Marita contó que no era la primera vez que buscaba ayuda. Ella quiso acceder al centro de rehabilitación Darse Cuenta pero, al no contar con una mutual, se le hizo imposible. Esta circunstancia, sumada a la violencia ejercida por su pareja, hizo que desistiera de tratarse. “Yo estuve acá en ‘La Favela’ toda mi vida, gracias a Dios lo tengo al gallego, porque económicamente me es imposible acceder a un lugar para que me traten. Me di cuenta que tenía que dejar cuando empecé a tener dolores en el pecho, en los brazos y entumecimiento en la cara. Son todos síntomas cardíacos”.

“Durante la noche es cuando más movimiento hay”, comenta el gallego. “El kiosco vende muchísimo alcohol. Los moto chorros salen a robar y vuelven. Si salís a las 4 o 5 de la mañana está lleno de motos, me han apurado varias veces, les dije a ellos que tienen mi casa para lo que necesiten, pero para drogas y putas no. Mucha gente viene golpear la puerta a la noche, tienen miedo y quieren ayuda”.

El gallego, sin ser originario del barrio,supo adaptarse, crear lazos de unión y desarrollar un sentido de pertenencia, que los centros y operadores no han podido establecer. “Los centros de rehabilitación no tienen que llegar como una fuerza ajena, tienen que integrarse a la dimensión social del barrio, si no los chicos nunca podrán sentirse parte, no hay gente superior, ni inferior, todos somos humanos”.

La música fuerte, los vecinos en la puerta de sus casas, el vínculo que entablan, marca una comunión intensa que ellos reconocen muy bien y que valoran. Cuando me alejaba de la casa del gallego se escuchaba de fondo un tema de La Beriso llamado “Cómo olvidarte”. Sin duda el barrio y sus habitantes son difíciles de olvidar.

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