La Navidad publicitaria

Eva Janeiro
MamaMail
Published in
5 min readDec 11, 2018

Directa a tu corazón herido

Photo by erin walker on Unsplash

Mi relación con el mundo publicitario es, de toda la vida, de una bipolaridad insoportable.

Odio todo lo que encarna el marketing y las ventas porque se relaciona directamente con el capitalismo más feroz pero a la vez, me quedo ensimismada ante el despliegue de creatividad que supone sacar adelante una campaña de éxito.

No por nada, estudié Publicidad y Relaciones Públicas y una de mis series favoritas es Mad Men. Si no la has visto, no sé dónde has estado la última década pero apúntatela porque es maravillosa.

El caso es que en los últimos tiempos, gracias al auge del consumo de redes sociales, ya no son tan importantes los anuncios bucólicos de colonias como aquellos que se puden hacer virales a golpe de click.

Este año, dos de los que no se para de hablar son el de Ikea y el de Ruavieja, te los dejo a continuación por si te ha pasado lo mismo que con Mad Men.

(Te recomiendo que los veas en un entorno seguro donde puedas emocionarte y con un pañuelito, por si eres de lágrima fácil, como yo)

Si por lo que sea, no puedes verlos en este momento pero quieres seguir leyendo, te pongo en contexto.

OJO, A PARTIR DE AQUÍ, TODO SON SPOILERS.

En ambos anuncios se hace referencia a que el uso de tecnologías nos aleja de nuestras familias.

Yo no estoy para nada de acuerdo con este argumento.

Puedo aceptar que el móvil consume mucho tiempo muerto que podríamos dedicar otros asuntos más importantes o más saludables, emocional o físicamente hablando, pero si no lo estás haciendo ya, la culpa no es del móvil. Es tuya. El aparato es una anécdota en esta ecuación y solo tú tienes el poder de cambiar eso, no te escudes en ella para disculpar que no puedes actuar de otra manera.

Yo adoro vivir en este siglo, en el que gracias a la tecnología, puedo tener contacto 24 horas con la gente con la que me siento unida, a pesar de estar en la otra punta del planeta.

Sentirme acompañada ya no significa poder tocarnos, señores de Ruavieja, eso es la prehistoria de la civilización.

Si sumo todos los ratos que hablo con la gente a la que quiero, gracias las aplicaciones de mensajería, me salen años de diferencia de los que me saldrían si no existieran y quizá hubiera perdido el contacto con ellas para siempre.

¿En qué lugar quedaríamos las personas migrantes si la comunicación con nuestro pasado se cortara como hace no tantos años?

¿Cómo de pequeño se haría el mundo si perdieras el contacto al aumentar la distancia física?

El ideal romántico de mantener correspondencia o alguna llamada de teléfono está muy bien, pero tiene de realista lo que yo de monja tibetana.

Me cambio al anuncio de Ikea. Es cierto que no sé nada de la historia de mis abuelos o dónde se conocieron mis padres, pero eso no lo sabía tampoco cuando no existían los móviles. De hecho, intenté indagar hace un par de años y no obtuve demasiados frutos.

El problema no son las pantallas. El problema es que no compartimos intimidad de forma natural. Da igual que estemos ocupados en otra cosa o no. Por eso, cuando hablamos, hablamos del trabajo, del tiempo, de las notas o cualquier otra banalidad antes que de nuestras propias vidas. Y muchas veces, nos es más sencillo abrirnos con alguien extraño.

Compartir nos hace vulnerables y nos obliga a considerarnos importantes para alguien y eso, da mucho miedo. Cuánta responsabilidad ¿Y si no estamos a la altura?

Culpamos a la tecnología de algo que hemos roto con nuestras propias manos mucho antes. Es una víctima fácil que además no se va a quejar. Somos una panda de cobardes echando balones fuera.

Me parece de una demagogia parvularia escudarnos en que no tenemos tiempo para cuidar nuestras relaciones y hacerlas firmes, sanas y duraderas. No es verdad, lo que no tenemos son ganas y sobre todo, herramientas.

No aprovechar las maravillas del siglo en el que vivimos es una elección muy personal pero por más que me intenten vender las ventajas de vivir en la “desconexión” yo no lo veo. Cualquier aparato se puede APAGAR y si no puedes hacerlo con la conciencia tranquila, de nuevo el problema está en ti, no en el cacharro de turno.

¿Cómo engancha esto con cómo ofrecemos la tecnología a nuestra familia?

Una vez más, reviso mis hábitos para amoldarlos a la persona que tengo bajo mi responsabilidad.

Leo no entiende la televisión más que para ver una oferta concreta y filtrada en la plataforma de contenidos que hemos escogido.

Es por esto que no hablo en este artículo sobre la publicidad engañosa en televisión sobre juguetes o comida basura. Simplemente no tiene acceso a ellos.

Solo ve contenidos que consideramos adecuados para él y siempre en fin de semana, vacaciones o días especiales. Gracias a eso, es un cinéfilo con una cultura audiovisual muy desarrollada que sueña con hacer películas. Piensa guiones, escenas, elabora historias complejas y puede ejecutarlas sin necesidad de más medios que los que ya tiene. Puede materializar su creatividad.

No tiene ni pide acceso a nuestros móviles ni ordenadores porque los concibe como herramientas.

No usa tablet ni cualquier otro dispositivo. En viajes, restaurantes y esperas solemos apañarnos sin tener que recurrir a nada de eso. No lo condeno y en alguna ocasión específica lo hemos usado, pero no lo necesitamos de forma habitual y lo prefiero así.

Yo le debo mucho a haber tenido contacto libre y directo a la tecnología desde mi más tierna infancia y creo que estar al día de cómo funciona el mundo te abre más puertas de las que te cierra.

Para mí el vínculo que se crea a través de cada una de mis publicaciones, sea aquí, en Instagram o a través de cualquier otro medio, es tan válido como si estuviéramos cara a cara. Espero que para ti también. Estoy aquí mismo, tan cerca como tú escojas.

--

--

Eva Janeiro
MamaMail

Hablo sobre Crianza, Feminismo, Lactancia, Embarazo… Contenidos elaborados para criar con respeto y serenidad.