Portarse bien
Es un privilegio
El artículo de hoy engancha directamente con el de la semana pasada.
Mis padres tendrán muchas cosas pero lo que es cierto es que siempre supieron aislar la celebración de navidades y cumpleaños de lo que hubiera sucedido alrededor de esas fechas.
Puede que cayeran en decir el clásico chantaje los días anteriores o hicieran alguna broma, la verdad es que aunque no lo recuerdo, no me sorprendería, pero sea como fuere, siempre había regalos geniales esperándome.
Nunca noté que tuviera más o menos bajo el árbol en función de cómo me hubiera portado.
De hecho, recuerdo una vez que protesté porque no me habían regalado lo que quería (juraría que fue un CD de Oasis) y yo creía que “lo merecía” y mi padre me dijo “no te quejes que si te hiciera los regalos según los mereces igual muchas veces no tendrías nada” Y ojo, porque no le faltaba razón.
No conozco ninguna empresa que dé cesta de Navidad a su personal en función de si han hecho buenas acciones o no en su vida privada. Pues esto es igual, no hay necesidad de juntar churras con merinas.
Cada año las fiestas son un poquito más entretenidas, porque cuando Leo era un bebé, le podían decir lo que quisieran que no calaba pero ahora hace que se lo replantee todo y que lo que tú llevas trabajando dos meses, se venga abajo por un comentario desafortunado.
Hace unos días, volvíamos el día 2 de enero de pasar unos días fuera, una conductora de autobús súper amable, se puso a charlar con Leo y le preguntó si se había portado bien para poder tener regalos el día de Reyes. También le dijo que pensaba que ella debía portarse muy mal porque no contaba con tener ninguno.
A pesar de que Leo vive en un entorno en el que eso no sucede, ese comentario inocente hizo que al abrir sus regalos me dijera:
“Yo me porto muy bien porque tengo regalos chulísimos”
Mi cara debió ser un cuadro.
Le pregunté que por qué decía eso y efectivamente, la mujer del autobús salió a relucir.
Le pregunté qué era exactamente portarse bien. Me dijo que no pegar y dejar las cosas (❤). Seguí preguntando, esta vez que si conocía a alguien que pegara o no dejara sus cosas.
Me dijo que sí. Le pregunté si aun así esa persona tenía regalos y me dijo que sí.
Aquí paramos la conversación porque él no necesitó saber más. Yo lo preferí así porque aunque como ya he contado en varias ocasiones no fomentamos el “milagro de la navidad” tampoco queremos arrancarle la fantasía que él se haya creado, pero yo ya estaba montando un discurso en mi mente que vengo a dejar aquí.
Me gustaría hablar con él más adelante del privilegio BESTIAL que supone tener regalos en ésta y en cualquier otra fecha y de cómo se me hunde el corazón cada vez que pienso que habrá personas que sienten que están haciendo algo mal al mundo porque no pueden permitirse regalos o no tienen a nadie que les haga uno.
No es una cuestión de humanidad, sino de dinero, no hay más y eso es horrible. Sé que es obvio pero nunca me había parado a pensar que si Leo hubiera nacido en otro contexto quizá estas fechas solo serían ansiedad y tristeza por no poder cumplir las expectativas que el mercado ha creado en la infancia.
No fue aleatorio que solo él tuviera regalos el día de Reyes. Su padre y yo ya habíamos tenido regalos por Navidad y quería explicarle que para nosotros había sido suficiente con esos, que además fueron estupendos y que no hace falta consumir por puro capricho aunque a veces esté bien. Pero esta vez no preguntó, así que ya habrá otras oportunidades.
Yo el único regalo que quería para Reyes era tiempo para gastarlo en mí sin culpa. Para leer sin prisa, para jugar a los videojuegos más absurdos que haya en el mercado, para ver series y películas, para ir a patinar, al campo, a la playa, para viajar, ir al teatro o estar con gente que nunca me cansa.
¿Cómo le explico a un niño de 5 años que solo quiero parar el reloj y acariciarle el pelo hasta que se me caigan las manos? Vamos, se lo puedo explicar pero pensará que estoy chotada.
Mi propósito de este año soy YO.