La difícil unión en la diversidad
Electorados heterogéneos frente a adversarios fuertemente cohesionados
Las elecciones generales celebradas el pasado jueves en Reino Unido han tenido gran repercusión a todos los niveles. Desde lo internacional se ha puesto el foco en la amplitud de la mayoría parlamentaria cosechada por Boris Johnson que, salvo nuevos imprevistos, facilitaría que la salida del país de la Unión Europea se haga efectiva el próximo 31 de enero. Sin embargo a nivel interno, para el sistema político británico, los resultados poseen un carácter no menos excepcional. La contraposición entre el triunfal Johnson, que dispondrá de manos libres en Westminster durante toda la legislatura, y el derrotado Corbyn, que ya anunció que no volvería a presentarse como candidato.
La excepcionalidad de estos resultados es tal que supone hitos históricos en ambos partidos, pero también líneas de continuidad. Merece la pena por ello analizarlos de manera diferenciada y atendiendo a su dimensión histórica.
La relevancia histórica de la victoria “torie”
El Partido Conservador ha sido capaz de lograr con Johnson como candidato la abrumadora cifra de 365 escaños, creciendo en 48 con respecto a las elecciones de 2017, y asegurándose la mayoría absoluta en el Parlamento de Westminster. Ni siquiera la mayoría absoluta de David Cameron en 2015 (331 escaños) se acerca a los buenos resultados de Johnson. Para encontrar una referencia más exitosa en el campo “torie” habría que viajar hasta el año 1987 y la última elección de Margaret Thatcher (376 escaños).
Sin embargo, es imprescindible que los efectos del sistema electoral en la conversión de votos en escaños no nos impidan ver la realidad de las cifras de voto. Si analizamos el porcentaje de voto obtenido por Johnson (43,6%) se observa que el incremento respecto a la elección de 2017 con Theresa May como candidata es de apenas un 1,2% (unos 300.000 votos). ¿Qué ha cambiado entonces para que con un incremento mínimo de votos se haya producido un crecimiento tan amplio en escaños? Que los conservadores han sido mucho más eficaces en la distribución territorial de sus votos.
Las dimensiones de la derrota laborista
La consecución de 203 escaños (59 menos que en 2017) por el “labour” liderado por segunda vez en unas elecciones generales por Jeremy Corbyn lleva al partido a su peor cifra en escaños desde el periodo de entreguerras. Fue en el año 1935 cuando los laboristas, liderados por Clement Attlee, lograron 154 escaños. Desde entonces el suelo electoral del partido se había situado en los 209 escaños obtenidos por Michael Foot en 1983 frente a Margaret Thatcher.
Sin embargo, si nuevamente hacemos el ejercicio de analizar la cifra de votos, las conclusiones extraídas pueden ser muy diferentes. En primer lugar, llama la atención que, pese a la derrota, el 32,2% de voto de Jeremy Corbyn sea el mejor resultado electoral de un candidato laborista desde Tony Blair (obviando el resultado del propio Corbyn en 2017). Ni Gordon Brown en 2010 (29%) ni David Miliband en 2015 (30,4%) fueron capaces de lograr el nivel de apoyo de Corbyn. El problema para Corbyn aquí vendría de su derrota frente a sí mismo, sus sorprendentemente buenos resultados en 2017 (40% y casi 13 millones de votos) empañan un resultado (el de 2019) que no es ni mucho menos el peor de la década para los laboristas.
Paradójicamente las dificultades del “labour” en esta elección tendrían muchos paralelismos con las de Hillary Clinton en su derrota frente a Donald Trump en 2016. La consecución de un buen resultado en términos de voto popular queda frustrada por la acción de un sistema electoral de tipo mayoritario y por una desastrosa distribución territorial del voto. Básicamente los laboristas han perdido en muchas circunscripciones por una cifra de votos muy escasa (no traduciéndose estos votos en representación), y han ganado en un puñado de sitios con un número de votos muy superior al estrictamente necesario para la consecución del escaño (lo que California fue para Clinton, han sido ciudades como Londres, Liverpool o Manchester para los laboristas).
¿Qué hay de fondo? Nuevos paralelismos en el mundo anglosajón
La misma noche electoral, en medio de la nube de teorías que pretendían explicar las causas de la derrota laborista, el politólogo Matthew Goodwin ofrecía una primera explicación aproximativa. El “labour”, en la actualidad, era un partido político formado por tres partidos distintos: Izquierda liberal Brahmán (básicamente personas con nivel educativo alto, bien situados socialmente, habitantes de grandes ciudades y con valores progresistas); Izquierda tradicional (obreros manuales socialmente conservadores); y un tercer segmento conformado por estudiantes y minorías étnicas.
Esta diversidad del electorado laborista habría sido un gran problema al no existir un elemento cohesionador de estos grupos sociales en torno al partido (y al ser grupos que, en muchos casos, poseen intereses distintos e incluso contrapuestos). La función que el Brexit habría ejercido en el votante “torie” como elemento vertebrador no la había podido desempeñar el “Remain” entre el electorado laborista (principalmente porque una parte importante del mismo veía con buenos ojos la salida de la Unión). En ese contexto, la propuesta de Corbyn de una nueva negociación con los socios comunitarios y un posterior referéndum de ratificación del acuerdo había sido un intento fracasado por tratar de conciliar intereses demasiado diversos.
Esta dificultad en construir coaliciones electorales estables desde la izquierda tampoco es exclusiva del laborismo británico. Los paralelismos al mirar al otro lado del Atlántico destacan una vez más. La actual competición en las primarias del Partido Demócrata en Estados Unidos se estructura principalmente en torno a la cuestión de qué tipo de candidato agrada a qué perfil electoral (minorías, jóvenes, obreros blancos, izquierda Brahmán, etc.). La derrota de Hillary Clinton puso sobre la mesa el debate sobre la dificultad de los demócratas para encontrar un elemento cohesionador de su heterogéneo electorado. Frente a un votante republicano mucho más homogéneo social, étnica y culturalmente, y cohesionado en torno a la bandera nacional, los demócratas corren el riesgo de presentarse nuevamente en una débil desunión en noviembre de 2020.
La lección que tanto unos como otros (laboristas y demócratas) pueden sacar de sus respectivas derrotas (pasadas, presentes y futuras próximas) es que la dificultad actual para agrupar electorados diversos bajo una única enseña partidista obliga a repensar un discurso alternativo al nativista/proteccionista de las nuevas derechas radical populistas que permita la cohesión.