Conocemos porque vemos, pero vemos porque hay luz

Monasterio de los Jerónimos de Belém, Lisboa (Portugal) © Inés Campello, 2017

Y dijo Dios: «Sea la luz; y fue la luz» y esa forma de energía que se había creado gracias a la palabra acabó con las tinieblas del Mundo.

Esa misma luz entró y sigue entrando a día de hoy en todas las construcciones que así lo dispongan, con más o menos fuerza y con diferentes finalidades. Así pues, la ‘luz’, que proviene de la forma latina lucem, de lux, lucis, al igual que múltiples objetivos tiene múltiples significantes: resplandor, claridad, el día, la vida, los ojos o, hablando de nomenclaturas más intangibles, como decía el filósofo André Lalande: «la luz llega a ser símbolo de la ‘verdad’». Todos estos significados dependerán del contexto en el que se encuentren y del sentido en el que se orienten.

Sin embargo, qué pasa, por ejemplo, cuando juntamos: luz, religión y arquitectura. ¿Qué significado y sentido tomaría la luz en un contexto así? Probablemente sería algo tan sumamente inefable que solo podríamos encontrar respuestas aplicando el famoso lema de San Pablo: Per visibilia ad invisibilia. Que no es más que llegar al conocimiento de la figura invisible de Dios a partir de lo que ya hay creado en el universo, o lo que es lo mismo, llegar a lo transcendente desde lo tangible.

El Jorobado de Notre Dame, Walt Disney (1996)

Cuando entramos en cualquier espacio religioso nos encontramos ante un cúmulo de signos, en todas sus posibles formas, viéndose, gracias a la luz, de una forma totalmente diferente a la que lo harían si se encontraran en otro espacio. Y es que en este capital cultural que es la arquitectura religiosa, la luz adquiere significación, aunque sea inefable, cuando pasa a través de las vidrieras y rosetones de los famosos edificios religiosos. Asimismo, la arquitectura, según Mijail Bajtin, sería el cronotopo que permite ser a la luz en los espacios sagrados.

Dentro de este paradigma, los arquitectos crean y la luz impacta sobre sus creaciones, como bien decía Antonio Gaudí «La arquitectura es la ordenación de la luz». Y en un sentido más inefable y referenciando a Sanders Peirce, nosotros somos los que debemos establecer la relación entre el espacio y ego, todo ello sin olvidar que conocemos porque vemos, pero vemos porque hay luz.

Rosetón de Notre Dame, París (Francia) © Inés Campello, 2016

Documentación

Rabanales, A. (1997): «La sublimación de la luz. Una contribución a la semiología». Anuario de Letras: Lingüística y filología, vol. 35, págs. 529–542.

Espacio Aretha (2017): «Cuando la luz y la arquitectura van de la mano»

OVACEN (2016): «Iluminación natural en arquitectura»

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