Conocemos porque vemos, pero vemos porque hay luz
Y dijo Dios: «Sea la luz; y fue la luz» y esa forma de energía que se había creado gracias a la palabra acabó con las tinieblas del Mundo.
Esa misma luz entró y sigue entrando a día de hoy en todas las construcciones que así lo dispongan, con más o menos fuerza y con diferentes finalidades. Así pues, la ‘luz’, que proviene de la forma latina lucem, de lux, lucis, al igual que múltiples objetivos tiene múltiples significantes: resplandor, claridad, el día, la vida, los ojos o, hablando de nomenclaturas más intangibles, como decía el filósofo André Lalande: «la luz llega a ser símbolo de la ‘verdad’». Todos estos significados dependerán del contexto en el que se encuentren y del sentido en el que se orienten.
Sin embargo, qué pasa, por ejemplo, cuando juntamos: luz, religión y arquitectura. ¿Qué significado y sentido tomaría la luz en un contexto así? Probablemente sería algo tan sumamente inefable que solo podríamos encontrar respuestas aplicando el famoso lema de San Pablo: Per visibilia ad invisibilia. Que no es más que llegar al conocimiento de la figura invisible de Dios a partir de lo que ya hay creado en el universo, o lo que es lo mismo, llegar a lo transcendente desde lo tangible.
Cuando entramos en cualquier espacio religioso nos encontramos ante un cúmulo de signos, en todas sus posibles formas, viéndose, gracias a la luz, de una forma totalmente diferente a la que lo harían si se encontraran en otro espacio. Y es que en este capital cultural que es la arquitectura religiosa, la luz adquiere significación, aunque sea inefable, cuando pasa a través de las vidrieras y rosetones de los famosos edificios religiosos. Asimismo, la arquitectura, según Mijail Bajtin, sería el cronotopo que permite ser a la luz en los espacios sagrados.
Dentro de este paradigma, los arquitectos crean y la luz impacta sobre sus creaciones, como bien decía Antonio Gaudí «La arquitectura es la ordenación de la luz». Y en un sentido más inefable y referenciando a Sanders Peirce, nosotros somos los que debemos establecer la relación entre el espacio y ego, todo ello sin olvidar que conocemos porque vemos, pero vemos porque hay luz.
Documentación
Rabanales, A. (1997): «La sublimación de la luz. Una contribución a la semiología». Anuario de Letras: Lingüística y filología, vol. 35, págs. 529–542.
Espacio Aretha (2017): «Cuando la luz y la arquitectura van de la mano»
OVACEN (2016): «Iluminación natural en arquitectura»