Nuestra responsabilidad con los animales

Las consideraciones que cualquier persona debiera conocer antes de discutir el asunto.

PS Martin
Meditaciones Varias
29 min readOct 15, 2014

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Cada vez oigo y leo más sobre los derechos de los animales, y descubro más grupos que surgen en su defensa. No obstante, a menudo escucho innumerables falacias lógicas, e incluso argumentos absurdos para la defensa de ciertas ideas, tanto a favor como en contra. Por ello he querido profundizar en el asunto, siguiendo la postura de la efervescente ONG, Igualdad Animal, que afirma que su intención es “crear debate”. Pienso que el debate ya está creado desde hace unos años, lo que no quiere decir que este todo solucionado. Y aprovechando el creciente interés sobre el asunto, me dispongo a incluir mis ideas en ese debate.

Eso sí, seamos serios y coherentes; si lo que planteamos es un debate, debemos estar dispuestos a oír argumentos contrarios a nuestras ideas y a considerar que incluso puedan estar en lo cierto, y nosotros equivocados. Por eso, antes de empezar aviso al lector: voy a argumentar desde una postura muy extraña hoy día, que causa mucha controversia, la postura de la razón. Y no digo que solo mis ideas sean correctas, ni las únicas lógicas o razonadas, no, pero son razonables. Y solo desde ese punto de partida se puede debatir. Si apartamos la razón, el debate es inútil, pues desaparece cualquier posibilidad de acuerdo y certeza; solo nos quedarían las opiniones. Por ello es importante entender que posicionarse en la razón nos obliga a descartar los sentimientos como fuente de ninguna argumentación seria. Que no digo que no tengan valor en sí mismos, pero no son razonables, y por lo tanto ninguna utilidad nos ofrecen para realizar juicios morales.

Para los más quisquillosos, cabezotas o estrictos, insisto en ello: si algo está bien o mal, es independiente de lo que sintamos al respecto, y un sentimiento nada nos dice sobre ello. Nuestros sentimientos son de hecho volubles y fáciles de alterar según las emociones que nos provoquen distintas situaciones o recuerdos. Pero claro, aun desde la razón alguien podría objetar: ¿cómo sabemos si hay cosas buenas o malas? Ese es otro debate, pero si se pretende discutir algo razonablemente, es necesario admitir que hay cosas buenas o malas, mas allá de nuestros sentimientos u opiniones. Es decir, que tanto los que afirman que los animales tienen derechos, como los que no, al posicionarse están considerando que su postura es correcta. De lo contrario no tienen autoridad moral para decir a nadie que algo es malo, solo que es su opinión, lo que prefiere o quiere creer, y debe entonces admitir que lo contrario es igual de valido. Es decir, que no tiene validez alguna.

Y aclarado eso, vamos con el asunto.

No es nada nuevo el animalismo, aunque tampoco es demasiado viejo. Sería un error pretender que la mentalidad de los indios americanos y otras culturas tribales frente a los animales era igual a la mentalidad actual. Era una postura de respeto, por supuesto, pero jamás de ecualización de los animales frente al hombre. Las justificaciónes que aportaban son muy variadas, según la tribu o raza, generalmente razonadas por el servicio que nos prestaban los animales (no debía cazarse más de lo necesario) o porque estuvieran vinculados con los espíritus o los antepasados. Pero solo en el último siglo se ha desarrollado lo que consideramos animalismo hoy día, pese a que algunas filosofías anteriores se acercaran a conceptos similares, como se ve en el budismo o los propios nativos norteamericanos. Y esta reciente ideología viene a su vez del ecologismo moderno, también surgido hace poco tal y como lo conocemos, en auge constante. Y todo ello deriva en definitiva de los movimientos New Age promovidos desde los años sesenta, pese a que encontremos ejemplos anteriores, como la opinión del propio Hitler sobre los animales, y otros pocos casos aislados de personas concretas o agrupaciones a lo largo de la historia. Pero solo a finales del siglo XX se empieza a considerar seriamente, y en cantidades considerables, que los animales puedan ser iguales al hombre en dignidad.

Antes de continuar, para ser honesto desde el principio, me posicionaré: soy y siempre he sido amante de los animales, hasta el punto en que durante una época quise ser veterinario. Me he pasado la vida — gracias a mi padre — rodeado de animales y bichos, aprendiendo a cuidarlos, respetarlos y disfrutarlos. He vivido lo suficiente para ver y conocer gente malvada, he leído y estudiado a suficientes culturas para hacerme una muy buena idea de cómo se han valorado los animales a lo largo de la historia, y comprender bien el por qué. Y tengo un mínimo de conocimientos sobre biología y evolución, fruto de otros tantos años de estudio, como para entender bien el ecosistema terrestre y la naturaleza de los animales. Sin embargo, no considero que tengan la misma dignidad que los humanos, pero por supuesto aborrezco cualquier tipo de crueldad innecesaria con ellos.

Y procedo a razonar mis conclusiones:

Como en tantos otros temas, la cuestión se puede enfocar a priori con un planteamiento simple que engloba cualquier posibilidad: ¿crees que existe Dios, o no? O lo que es lo mismo, pero formulado de forma más interesante para lo que nos ocupa: ¿crees que el hombre tiene un alma inmortal que no tienen los animales, y que en definitiva es por ello superior a estos?

Solo caben dos respuestas: sí o no.

Si la respuesta es NO, tenemos a su vez dos posibilidades:

1-No crees que exista nada más allá de lo material, únicamente somos un saco de células especialmente complejo y con cierta inteligencia.
2-Crees que hay algo más, pero ese alma o característica la compartimos personas y animales por igual.

En el caso 1, el asunto es muy fácil de valorar. Si solamente somos células, es que solamente somos moléculas, únicamente átomos ordenados, fruto del azar en definitiva. No existe el bien o el mal, solo movimientos de partículas que nada importan salvo a nosotros mismos frente a la inmensidad del espacio y el tiempo infinito. Por lo tanto, cualquier argumentación aquí no tiene sentido. En el peor de los casos todo está determinado por reacciones químicas, y tanto defender una cosa como la otra depende únicamente de esos movimientos incontrolados. Nuestras decisiones carecen de valor, pues no podemos realmente elegirlas. Somos prescindibles e insignificantes, como también lo son los animales, y es absurdo preocuparse. Es más, existe así como única ley aquella que domina esos átomos y une los quarks, que agrupándose con muchas otras participa en lo que conocemos como la selección natural y el instinto de supervivencia. Ambas rigen el comportamiento de toda vida, y son el único camino correcto, si es que en una situación así cabe hablar de bien o mal. En el mejor de los casos, podemos alterar ese camino, pero la propia defensa de los animales sería precisamente en la mayoría de los casos, cuando se habla de lástima por los seres vivos, absurda, puesto que precisamente lo que una especie, nosotros incluidos, debiera buscar a toda costa es asegurar al máximo su supervivencia, si es posible sobreponiéndose a todas las demás. La naturaleza se autorregula así de hecho; todas las especies tratan de llenar el máximo espacio que les permite el medio y, si sobrepasan la capacidad del medio, lo que conocemos como naturaleza se desequilibra, y es ese propio desequilibrio, mediante la escasez de recursos — que suelen ser otros seres vivos — lo que provoca que de nuevo se reajusten unas u otras poblaciones, o bien que se adapten para mantener su crecimiento.
Con este panorama, el dolor es irrelevante. No tiene valor, más allá de un impulso eléctrico. No es nada en el tiempo. Necesitamos consumir animales, luego, como ocurre cuando un depredador caza, da igual cómo lo hagamos, cómo los matemos y cuanto sufran, mientras se cumpla nuestro objetivo. En otros casos, los que menos, la defensa de los animales puede surgir como una autodefensa para preservar el medio: si no tenemos cuidado crearemos un desequilibrio que podría afectarnos. Y es que esta afirmación egoísta es la única que se sustentaría para defender a los animales en la situación presentada. Cualquier cosa que se salga de ahí es, de hecho, irrisoria, dentro del marco de la selección natural. Pero ojo, porque en este caso no solo no hablamos de moral, sino que el argumento está construido sobre nuestros intereses, siendo esta la única respuesta favorable a otros animales que podría tomar un hombre que, como he dicho, se mantenga en esta línea filosófica.

Y nos queda otra opción más, dentro del caso 1:

Eres materialista: sí, solo existe lo que “vemos”, pero el orden de esos átomos es relevante, y toda vida es preciosa. Somos libres, y podemos actuar en consecuencia.

Aunque no lo parezca, no es una postura tan distinta de la anterior. Esto nos plantea un problema que abordamos con otra consideración: por un lado entendemos que existen cosas que son ciertas y cosas que no. Existe una realidad, y unas leyes inalterables. Luego hay pensamientos y argumentos que se adaptan a la realidad y otros que no. La verdad es por tanto aquella afirmación que se corresponde con la realidad. Pero todo lo material, nada nos dice sobre lo moral. Lo bueno y lo malo son fruto de nuestra libertad. Es decir, no son más que decisiones nuestras, a veces completamente libres, otras condicionadas por la cultura, el entorno y la biología. Por lo tanto, desde este punto de vista, no se puede corresponder una concepción de lo que es bueno o malo con nada real. Dependiendo ambas cosas de lo que queramos pensar. La moral entonces a grandes rasgos, no son más que un conjunto de normas autoimpuestas, algunas tan extendidas que regulan el comportamiento de comunidades enteras, pero siempre por acuerdo mutuo entre todos aquellos con capacidad para aceptar o decidir esa postura. Claro que, ese acuerdo puede simplemente ser decidido por un individuo o individuos más fuertes, por su número o astucia que el resto. Eso es equivalente a seguir la ley del más fuerte. Si lo que está bien o mal depende de un acuerdo, los que extienden sus ideas son los más fuertes, que no hacen más que seguir la ley natural, y mientras mantengan su posición y por tanto con ellos se mantenga el acuerdo, eso será lo correcto, hasta que se llegue o llegue otro acuerdo. ¿Es malo el maltrato animal? La realidad sería que no es ni bueno ni malo, pero que es un punto de vista que mientras defiendan la mayoría o al menos forme parte de su acuerdo moral, estará aceptado y será la postura correcta. ¿Hay que defender a los animales? Y para valorar todo ello entrarían en juego miles de opiniones y sentimientos, pero como hemos dicho que nos interesa lo razonable, razonemos: Si solo existe lo que vemos, no podemos argumentar racionalmente que la vida sea preciosa. Somos simples átomos, y el bucle se cierra de nuevo como en los casos anteriores. Somos irrelevantes, como lo son los animales, como lo son nuestros sentimientos y nuestras ideas. Y claro que para nosotros lo somos, y los animales para ellos — si es que tienen consciencia, lo que hay que estudiar aparte — , incluso los animales para muchas personas, pero al final… polvo de estrellas, ni más ni menos.

En el caso 2, es obvio que tienes ciertas creencias en algo trascendental, en algo espiritual que va más allá de lo material. Si es una religión o filosofía concreta, la defensa de los animales y sus matices dependerán de tu ideología o valores. Y no cabe entrar a discutirlos en sí mismos, pues son solo dogmas. El único debate ahí es ver si tus creencias son correctas — si se ajustan a la realidad — , o no. Pero claro, si no crees en nada más allá de lo material, no tiene mucho sentido ningún enfoque espiritual como hemos visto, y desde luego no es posible valorar ni certificar científicamente ningún aspecto moral.
En cualquier caso, mencionaré por encima el enfoque budista, dada la relevancia de esta filosofía, que algunos viven o consideran como una religión, sin serlo necesariamente.
El budismo entra en esta categoría porque entre otras cosas admite cierto grado de libertad y de trascendencia de los actos, así como de la vida en sí, aunque no individualmente, sí como una realidad de valor colectivo y universal. Sin embargo, este no admite en principio la existencia del alma (ver Anatman) pero si cree en el renacimiento, que no es estrictamente lo mismo que la reencarnación. Individualmente nada tiene valor, como he explicado, pero esa libertad de los actos implica algo similar a la moral, con acciones mejores que otras, o que nos acercan mas a la iluminación, o contribuyen al correcto equilibrio del universo. No nos habla pues directamente de los animales, salvo en ramas que han surgido muy posteriormente, pero si nos muestra un camino de equilibrio que busca vencer al sufrimiento, y bastante pacífico, casi enfocado hacia toda la naturaleza, que sería aconsejable no perturbar, y siendo los animales una parte de ese todo deben ser respetados, mas cuando uno pudiera renacer como animal (sin ser él el animal, insisto en que esto no es una reencarnación, luego el alma no se conserva, ni el ser como tal, luego no es que se transfiera con ello tu dignidad personal). Además — de nuevo según la interpretación — , bien ya se encuentran en equilibrio o bien no pueden buscar la iluminación si no se contempla ese renacimiento, pero en cualquier caso como seres vivos, capaces de sentir, pueden verse afectados por el sufrimiento (el sufrimiento es una sola entidad en el budismo, y no se separa el espiritual del físico) y no somos quienes en este caso para causarles sufrimiento voluntariamente. Claro que, esto nos obliga también a recordar que las plantas son seres vivos, y a considerar que de ser estrictos absolutamente no debieramos comer ningún alimento vegetal o animal, ni caminar por no dejar crecer la hierba… Y no hablemos de los microorganismos. Cuestiones como estas son resueltas de distintos modos en algunas ramas budistas, pero no así en su base, y otras consideran precisamente que en la busqueda de la iluminación, llegar al Nirvana implica alcanzar una coexistencia con la nada, donde ya no se puede sentir ni causar sufrimiento. De nuevo esto entraña otras contradicciones, pero aquí nos interesa estrictamente la postura que en teoría deben tener los budistas, siguiendo sus preceptos básicos, frente a los animales, que mas allá de tener ningún valor individual, como he dicho, ya que nada lo tiene, cuentan con valor colectivo en la medida en que contribuyen al equilibrio total del universo y por ello deben respetarse.

Hasta aquí, lamento haber tenido que escribir tanto, pudiendo haber comenzado por el siguiente enfoque, pero por desgracia hoy en día, perteneciendo a la raza de la razón, no razonamos habitualmente lo razonable, y es necesario aclarar bien la base de la que partimos, incluso teniendo que justificar lo que nos dicta el sentido común. (Nótese que aún no entro en el SÍ a la primera pregunta de todas)

El verdadero punto de partida está claro; la pregunta detrás de todo esto es: ¿quiénes somos? ¿Qué es el ser humano?

Y es lo primero a responder, pues es lo primero que tenemos a mano: a nosotros mismos. Y no quiero entrar en filosofías y discusiones, que nos llenarían más páginas aún que estas, pero sí presentaré datos razonables y que son de sentido común.

Durante los últimos miles de años, el hombre ha evolucionado cultural y socialmente. Ha estudiado el mundo a su alrededor como ninguna otra criatura lo ha hecho. Se ha adentrado en los océanos, ha surcado los cielos, ha indagado entre las selvas más pobladas y escalado las más altas montañas. Ha recorrido el mundo y ha estudiado su formación, su geología, incluso ha llegado a abrirse paso entre los misterios del espacio y las estrellas… Ha llegado a la Luna. El hombre ha estudiado la propia vida y sus orígenes, las otras especies y aún a sí mismo. Ha estudiado su propia mente, sus propias ideas, y ha creado tantas otras nuevas. Los humanos hemos llegado más lejos que ningún otro animal porque poseemos una característica única, al menos en el grado en que la poseemos: la capacidad de suplir aquellas desventajas que la evolución nos niega, en tiempos instantáneos en comparación con los necesitados para adaptarse naturalmente. Podemos controlar la naturaleza hasta el punto en que vencemos enfermedades que nuestros propios cuerpos no pueden vencer. Nuestra capacidad técnica es tal que hemos logrado adaptarnos a condiciones externas extremas para nosotros mismos, ya sean de radiación, frío o calor. Podemos viajar más rápido de lo que la propia biología nos permite, podemos volar, podemos respirar bajo el agua… Y más aún, nuestra técnica ha avanzado tanto que controlamos hasta cierto punto la naturaleza, de modo que podemos mejorar los alimentos y aún producirlos en masa. Podemos controlar la electricidad y las ondas electromagnéticas; hemos llegado a un punto en el que tenemos capacidad para destruir el mundo y todo lo que hay en él, pero también la tenemos para estudiar los átomos y los quarks, y para recrear controladamente situaciones similares a las del Big Bang, con temperaturas tan frías o tan calientes que no se pueden observar ni en lo más inhóspito del espacio, ni en lo más profundo de los soles.

Son logros considerables, y si bien no garantizan que nuestra capacidad de supervivencia sea mayor que la de un hongo o un tardígrado, si nos han permitido llegar proporcionalmente más lejos de lo que ningún animal a día de hoy ha llegado o — que sepamos — puede llegar. Más aún, nos muestran que nuestra capacidad de análisis y estudio de la realidad es muy amplia, potente y completa.

¿Pero a dónde pretendo llegar con esto? Muy simple. No solo nos hemos estudiado concienzudamente, y seguimos haciéndolo: nuestra biología, nuestra mentalidad, nuestra química, nuestras ideas, nuestras opiniones, nuestra relación con el mundo, con el universo y la realidad… También hemos estudiado a los animales exhaustivamente. Y nuestra relación con los animales, y la suya con nosotros.

Y es que hemos estudiado con tanta profundidad el asunto, que no solo conocemos a la gran mayoría de especies más cercanas a nosotros (desde los anfibios en adelante, en orden de aparición), sino que entendemos en la mayoría de los casos sus costumbres y comportamientos, somos capaces de predecirlos e incluso de domar y amaestrar a muchas de esas especies, o criarlas en cautiverio.

Tenemos capacidad para hacerlo, como hacen muchos que conviven con los animales, algunos llegan incluso a amarlos. Y contamos con una ingente cantidad de material sobre ellos, desde imágenes hasta videos que nos muestran hasta el último instante de sus vidas y comportamientos.

Pero aparte de todo esto, de todo lo aprendido sobre ellos en los últimos siglos, llevamos miles de años conviviendo con ello. Los suficientes como para poder afirmar que somos muy diferentes, que en muchos aspectos están muy lejos de nosotros. Que nosotros podemos estudiarlos a ellos, y ellos a nosotros no. En definitiva, que hay una distancia que nos separa. Por si eso no fuera suficiente, durante los últimos años, gracias de nuevo a los avances técnicos, hemos podido entender incluso cómo funcionan físicamente muchas de sus estructuras biológicas y estudiar incluso colonias de insectos desde una perspectiva estrictamente química, hasta su faceta más social. Hay horas y horas de años de documentales, y cientos de miles de personas que han dedicado sus vidas al estudio de los animales y sus comportamientos. En cien años hemos desmontado los propios átomos, y algunos se empeñan en pretender que en mucho más tiempo no hemos llegado a conocer nada sobre los animales. — Por supuesto, aún nos quedan cosas por entender y descubrir, ninguna disciplina se salva de esto.
Claro que lo que pretendo no es jactarme como humano de nuestros logros sino incidir en la idea de que habiendo llegado hasta donde hemos llegado, me parece ingenuo pensar que precisamente, entre todas, nuestras conclusiones científicas más firmes sobre los animales esten tan equivocadas. Es, de hecho, muy poco probable que nos falten datos relevantes sobre el comportamiento animal que contradigan los experimentos y experiencias acumulados.

Al final de tanto estudio, lo que se ha comprobado una y otra vez, más allá de situaciones muy puntuales, es que los animales carecen completamente de lo que consideramos como libertad, lo que impide a su vez que posean “humanidad”. No son libres, no pueden sentir compasión, no pueden realizar actos altruistas, no pueden por supuesto amar, ni escapar de sus instintos, que son lo único que rige su comportamiento. Hay mucha gente que no soporta esta idea, pero a día de hoy la ciencia nos indica que es así, aún para los animales más inteligentes que conocemos (elefantes, orangutanes y delfines). Es decir, no solo no hay ninguna prueba científica que sustente lo contrario, si no que hasta ahora todo apunta en esa dirección, e insisto en que jamás se ha visto lo contrario, aún en los casos en que a ojos del profano en la materia pueda parecerlo. Todas esas “excepciones” frente al comportamiento guiado únicamente por el instinto, bien estudiadas no han hecho sino confirmar lo inicial. Hasta el punto en que curiosamente, todos los estudios que tratan de justificar las opiniones de muchos que parecen no estar de acuerdo con la realidad, se han demostrado falsos una y otra vez, mal diseñados o inconcluyentes en el mejor de los casos.

Es decir, la ciencia siempre falsable, nos muestra que existe una diferencia clara e importante, la experiencia de la mayoría de humanos de la historia también. Y esa diferencia puede además ser comprobada: una persona podría ahora mismo ingerir veneno mortal, consciente de ello, únicamente para demostrar esto. Un animal por el contrario no, en primer lugar porque ni siquiera tiene nada que demostrar.

Es muy interesante la escena de la película “La vida de Pi”, en la que su padre le aparta de la jaula del tigre en el zoo (al principio de la película). Dice Pi: “Los animales tienen alma, lo he visto en sus ojos.” A lo que su padre responde: “Los animales no piensan como nosotros. La gente que olvida esto termina muerta. Ese tigre… no es tu amigo. Cuando miras sus ojos, estás viendo tus propias emociones reflejadas en ellos. Nada más.

Y eso es lo que sucede hoy día a tantos miles de personas, que no son capaces de advertir que son ellos los que humanizan a los animales.

Y llegamos así al final, para lo que nos remontamos al principio. Porque nos queda analizar una respuesta afirmativa a la primera pregunta: ¿crees que el hombre tiene un alma inmortal que no tienen los animales, y que en definitiva es por ello superior a estos? Con un SÍ por respuesta, es necesario ver las consecuencias.

En ese caso la misma respuesta ya nos dice que creemos en esa diferencia, lo que implica hablar de una dignidad superior, lo que a su vez automáticamente excluye cualquier comparación, más allá de la biología, en igualdad de condiciones. Responder sí es decir unívocamente que un hombre vale más que cualquier animal siempre.

Esto último parece lógico: si crees que el ser humano posee un alma que no poseen los animales, que su dignidad es superior, todo ello implica la conclusión mencionada. Pero sorprendentemente para muchas personas no es así. — Pese a ser seres racionales, muchos se empeñan en tomar posturas irracionales, en este caso contradictorias.

Podría hablar de cualquier religión que parta de la base mencionada sobre el alma superior del hombre frente a otros animales, pero me centraré en aquellas que mejor conozco: Judaismo, Cristianismo e Islam. Las demás que existan que compartan ese aspecto, además de ser muy minoritarias, no las conozco tan bien. Pero sobre ellas diré que simplemente basta con analizar su doctrina, y en este caso lo correcto para un seguidor de estas religiones es esa doctrina. Mencionaré, eso sí, aquellas creencias que impliquen la reencarnación, en cuyo caso todas las almas son iguales en potencia, pero dejaré esto para más adelante.

Veamos ahora esas tres religiones, que por suerte para mis cansados dedos comparten plenamente el punto de vista sobre este asunto.

Según se nos presenta la creación, de entrada vemos como Dios crea a los animales genéricamente, y después al hombre y la mujer. A estos, además de crearlos a su imagen y semejanza, imbuyendo su aliento sobre ellos, les otorga el poder sobre todas estas criaturas y sobre la creación. No solo les hace superiores sino que les regala todo lo creado. Pero es que si seguimos leyendo el resto de libros sagrados, jamás se cambia esta postura. Noe es responsable de salvarlos en el Arca, eso sí, para evitar su extinción, pero nunca por equiparase estos al ser humano. Más aún, en todos los mandamientos no se habla sobre los animales, y ninguno de los profetas, a pesar de que en principio establecen el marco de toda la moral humana, y definen todo lo que está bien o mal, nos hablan sobre el cuidado de los animales más alla de como una propiedad. Es algo que de hecho parece irrelevante en todos estos escritos. Se presentan además desde el principio sacrificios de animales para honrar a Dios, prohibiendose reiteradamente los humanos. Incluso después en el caso del islam, se instaura del sacrificio del cordero en ciertas fechas, siguiendo un procedimiento en el que se desangra al animal, y esto debe ser así. Y no solo el cordero, un buen musulman no debe comer carne que no sea Halal del mismo modo que los judios hacen lo propio desde mucho antes (kosher), y siguiendo también la ley de los profetas, anterior a la islamica y de la que procede esta. El propio Jesucristo viene a salvar a los hombres, y no a los animales — recordamos incluso el episodio de los cerdos— y explica a menudo lo importante que es concretamente el hombre. Y si bien anuncia el fin de los sacrificios, deja perfectamente claro que la única razón es porque él viene a presentar su propio sacrificio como el último, y para que cualquier sacrificio posterior sea interior antes que material. Si el asunto tuviera especial relevancia o hubiera requerido alguna actualización desde el Antiguo Testamento, no resulta coherente pensar, desde la perspectiva creyente, que a Cristo se le hubiera olvidado mencionarlo.

¿Con esto pretendo justificar el maltrato animal para estas creencias? No. En absoluto. Pero sí quiero que aquellos que crean en cualquiera de estas religiones, entiendan muy bien que, en primer lugar, es incompatible con esas creencias el pensar que el ser humano no es superior a los animales, y que no tiene libertad de manejarlos como mejor disponga. Lo cual no quiere decir que no haya límites. Pero el ser humano, aún hasta el más frío, cruel y malvado violador y asesino de bebes (por poner un caso peliagudo), posee una dignidad especial, que le viene de Dios, y que hace que valga infinitamente más que cualquier animal. No solo es amado por Dios de forma única, si no que únicamente el ser humano puede responder a ese amor de Dios. En segundo lugar, de nuevo es incompatible el pensar que los animales puedan ser libres. Únicamente el hombre lo es.

De esta forma, los animales no son más que meros recursos, y deben respetarse sí, como debe respetarse toda la creación, pues son un regalo de Dios. Con lo que el único mal que puede hacerse con animales de por medio, es el mismo que el que supone tirar comida, o malgastar recursos. Es decir, el mal que habría en maltratar a un animal, se daría en el momento en que esto fuera innecesario, gratuito, o en que aun no maltratandolo se le mate (no se puede asesinar a un animal, al menos no dentro de estas religiones) sin que sea después aprovechado. No debemos pues maltratar animales por egoísmo, y es que es egoísmo el único mal que puede estar relacionado con el maltrato animal. Pero fijémonos en que es un mal que viene del hombre, y que solo al hombre afecta. No se puede decir que se ha actuado mal con respecto al propio animal, como no se puede decir que se haya actuado mal con respecto a la comida por tirarla, porque no es un sujeto de la moral. Así, el mal derivado del maltrato animal, como todos los males, es mal para el hombre. Del mismo modo, también tenemos la responsabilidad de cuidar del medio ambiente, más allá de nuestro propio interés, en la medida en que es un regalo que debemos saber apreciar. Y de ahí parte el aprecio ordenado a los animales. Pues debemos sentir gratitud (a Dios, no a ellos, e insisto que todo este último planteamiento solo va dirigido a seguidores de estas religiones) por el servicio que nos prestan.

Pero eso no quiere decir que no podamos disponer de ellos para realizar experimentos, alimentarnos, o para que nos ayuden en determinadas labores. Es más, garantiza que no hay mal moral en espectáculos como el de las corridas de toros, donde aparte de aprovecharse el animal como alimento, aún en caso de que no fuera así, es más importante tener en cuenta los puestos de trabajo que genera y la cantidad de beneficios que ingresa. Es decir, que se esta obteniendo un bien mayor que el de la vida del propio animal. Con lo que el recurso se está aprovechando adecuadamente. — Hablo de los toros por ser un debate muy mediático, pero lo cierto es que no tengo mayor interés por el toreo — . Pero incluso hemos de darnos cuenta, que esto nos deja vía libre para eliminarlos de ser necesario, más allá de la defensa propia, como cuando eliminamos una plaga de cucarachas o ratas. Luego la gente se llena de tristeza al ver como se sacrifica a los perros en una perrera, pero es que si son demasiados, nada malo hay en ello. Pues de lo contrario nos suponen un coste que debiera invertirse en otros seres humanos, más aún al no estar su especie en peligro de extinción. Aunque en realidad lo más adecuado sería consumirlos, como se hace en otro países, algo que aquí no ocurre por los prejuicios que tenemos. ¿Pero qué diferencia hay al final entre las ratas y los perros?¿O entre estos y un cochinillo o un cordero? (De hecho el cerdo es mas cercano al hombre genéticamente) La realidad es que ninguna, pero el perro, dada su tradicional función dentro de las sociedades humanas y de su inteligencia superior a la de otros animales, así como su mansedumbre una vez amaestrado, se nos antoja más humano. De nuevo vemos nuestra humanidad reflejada en él. Y le atribuimos cualidades que no posee. Y esto puede sonar desagradable para alguien que tiene un perro, porque va en contra de sus sentimientos. Pero es la respuesta racional al debate, y más aún, es la respuesta racional implícita en la religión: los animales no tienen dignidad, más allá de la de criaturas. Nosotros además de criaturas — siempre para el creyente, insisto — , somos hijos de Dios, y en el caso del cristianismo, cada uno de nosotros vale hasta la última gota de la sangre de Cristo. Es decir, nuestra dignidad deriva de Cristo y es compartida con Él, por lo que tenemos parte de la dignidad del Creador y potestad para administrar responsablemente sus regalos, en este caso el resto de seres vivos. Esto es especialmente interesante ya que ni siquiera basa la dignidad en la capacidad de ser libres — lo cual excluiría a personas con discapacidades o malformaciones severas— , sino en un absoluto externo e independiente al hombre, que sería la semejanza con Dios que nos permite ser amados por él de forma especial incluso aunque nosotros no le amemos o ni siquiera podamos amar ni ejercitar nuestra libertad ni poseamos consciencia.

Del mismo modo, no se puede amar a los animales, no en el sentido estricto de “amar”, pues no son sujetos del amor y en ningún caso el amor puede ser recíproco, y pretender amarlos como a las personas, es un desorden de cara al fin del hombre y el de los animales, y es en cualquier caso incompatible con estas religiones. Al fin y al cabo, según la religión el fin último de un animal es servir a los hombres, como el del hombre es llegar a Dios.

Aclaradas las religiones abrahámicas, revisemos por última vez aquellas otras —mayoritariamente relacionadas con el brahmanismo— que nos hablan de la reencarnación. En este caso queda claro: cualquier alma tiene el mismo valor, pues la tuya puede renacer mañana con el cuerpo de un perro o un gusano. Pero esto nos lleva a una serie de cuestiones con cierta similitud con el budismo: ¿esto se aplica a todos los seres vivos, plantas incluidas? Hay diversas respuestas, pero la conclusión lógica de los planteamientos de toda reencarnación necesariamente lo confirman. Luego si fuera inmoral maltratar o matar a cualquier ser vivo, también lo sería hacerlo con las plantas, y cualquier alimento que no fuera bien por muerte natural del ser vivo o por sus desechos o restos, no debería tomarse ni producirse. Y nos salimos finalmente de las religiones para analizar un último caso que se enlaza con este: si aún dentro de un ateismo no estricto, se valora la moral como algo absoluto, afirmandose que hay cosas que siempre son malas, o que lo son por convenio, pero que mientras exista ese convenio deben defenderse o perseguirse, como el maltrato animal, y por lo tanto uno pretende afirmar que los animales tienen la misma dignidad que nosotros exactamente, caben dos actitudes: no somos nadie para hacerles daño personalmente, luego el daño debe evitarse. Pero claro, como respuesta ante una moral absoluta, si la vida animal es un bien en sí mismo del mismo valor que la humana, la vegetal tiene que serlo también y contar con los mismos derechos. Y se queda corta esta respuesta, lo que nos lleva a la segunda actitud: uno no puede permanecer pasivo ante el maltrato animal (y en realidad vegetal también, si queremos ser coherentes) y debe luchar activamente contra este/os. Pero entonces, aparece una conclusión necesaria ante esta forma de pensar: si toda vida es igual de valiosa, y tiene un valor tal que de debe ser defendido, es nuestra obligación velar, luchar e impedir cualquier tipo de sufrimiento animal, desde la más pequeña de las bacterias hasta la mayor de las ballenas, pasando por todas las plantas. Tendríamos entonces la responsabilidad y la obligación de velar por el bién de todos los microorganismos que pueblan el mundo y a nosotros sin perturbarlos, y de evitar pisar las hormigas, y tratar de educar o impedir a los depredadores que cacen a sus presas. Pero esto sería muy hipócrita si no evitamos además a los herbíboros que se alimenten de las pobres plantas.
¿Dónde está el límite? La respuesta es que si decidimos seguir este camino de pensamiento, aunque sea solo el recorrido inicial, todo esto es parte de él nos guste o no. Salvo que aceptemos que esta defensa no es valiosa en sí misma sino más bien una decisión nuestra, es decir, que ese valor a esa vida lo ponemos nosotros porque podemos decidir y por lo tanto lo ponemos, lo que automáticamente nos situa en una posición superior, vaya, otra contradicción. Pero salvándola, digamos que nos da igual la lógica y la razón y la realidad misma: queremos, porque así lo sentimos, que los animales valgan lo mismo que nosotros ignorando las conscuencias que esto implica. Luego pongamos unos límites artificiales que nos permitan sentirnos a gusto con nostros mismos: ¿Cuales son esos límites? ¿Los seres capaces de sentir dolor físico? Entonces si evitamos el dolor, con anestesia por ejemplo, ¿podemos hacer absolutamente lo que queramos? Como vemos, ya que para sostener esta conclusión hemos tenido que renunciar a sostenerla mediante la razón, su logica es bastante pobre y está llena de contradicciones.
Y aún en ese caso queda una aclaración:
A día de hoy la ciencia está muy lejos de poder confirmar todos aquellos seres que con total seguridad no pueden sentir dolor físico, y esto no excluye al reino vegetal.

Pero no quiero terminar sin volver de nuevo a hablar de la parte científica, aunque sea muy por encima, con lo que nos salimos de la argumentación religiosa.

En primer lugar hemos hablado de como vemos nuestra humanidad reflejada en los animales, algo que se puede analizar desde el punto de vista de la psicología, y que es en realidad muy humano, pero irracional, frente a los seres vivos.

También es interesante analizar a los animales desde un punto de vista evolutivo. Y así advertimos que el fin de un ser vivo, biológicamente hablando, es en primer lugar la supervivencia de la especie, en segundo lugar, la supervivencia del individuo, y en tercero la reproducción. Estos dos últimos dirigidos al primero. Y permitidme que saque un poco de filosofía —la ciencia no nos permite realizar juicios morales — , pero es que si el fin de un animal es la supervivencia de la especie, es innegable que si un animal pudiera ser feliz o al menos sentirse realizado, nada podría lograr mejor ese objetivo que como digo alcanzar ese fin. En el caso de los toros, el hecho de que exista el toreo implica que estos se crían en cantidades muy superiores a las que habría en otro caso, y más aún, se trata de mejorar su raza. Con lo que mejor no podría irles sin toreo, ya que no habría dinero para ello y las poblaciones serían mucho menores. Es decir, que analizado racionalmente, lo mejor para el animal es en este caso que lo contrario de lo que puede parecer si nos centramos en uno solo. Pero es que para los animales, un individuo no tiene valor frente a la especie. Y no quiero decir que no lo valoren “personalmente”, porque no pueden valorar nada, sino que de poder ellos apreciar ese valor no lo tendría, dado su fin.

Paso ahora a la parte biológica: Un animal, según lo que sabemos hasta ahora (y ojo porque también esto se aplicaría en la religión, dado que la naturaleza es creada por Dios en ese caso), no es más que un ordenador biológico. — Ahora no estoy analizando si es inferior o no al hombre, para quien sea igual, entonces el hombre también es un ordenador biológico, pero no estoy discutiendo eso — . Una máquina que desarrolla una serie de funciones y que genera unas reacciones concretas frente a determinados estímulos. Claro que, esto es lo que nos dice la ciencia. Más allá no nos dice nada porque la ciencia no nos puede decir nada del alma ni del valor absoluto de las cosas. Esta solo puede estudiar lo que es objeto de estudio científico. Pero por suerte podemos pensar más allá de la ciencia y valorar las cosas.

¿Como valoramos, pues, este hecho? — E insisto, partiendo de que realmente hay una diferencia entre hombre y animal, puesto que lo contrario ya está analizado plenamente en el primer punto — . Mientras que el ser humano puede dar valor a su dolor, o bien ofreciéndolo, o bien asumiéndolo libremente dotándolo de trascendencia, para un animal el dolor solo tiene un sentido: avisarle de que corre peligro. Es una medida para la supervivencia del individuo, pero el dolor en sí no tiene más valor que el de un impulso eléctrico recorriendo un cable. Luego el hecho de que un animal sufra dolor es irrelevante moralmente. No tiene sentido hacerle sufrir, ahí estoy de acuerdo, pero en sí mismo, aunque podemos compadecernos, pues sabemos lo que es sentir dolor, tenemos que asumir que su dolor no es igual que el nuestro, pues en el caso humano tiene, aparte de la dimensión física, otra más importante que es la trascendental, y otra añadida, que es la temporal.

¿Y por qué separo la dimensión temporal? Muy simple. Los animales — según nos dice la experiencia y la ciencia hasta ahora, lo cual aún podría demostrarse como equivocado, aunque resulte a priori poco probable — , no perciben el tiempo de igual forma que nosotros. Para ellos todo es un presente constante, y no acceden a los recuerdos más que cuando estímulos externos les fuerzan a ellos. Es decir, un animal no tiene en mente nada más que su propia actividad en ese momento o aquella que va a enfocar a continuación. No puede valorar la proyección hacia el futuro de sus actos, ni pararse a recordar un hecho pasado o a otro animal concreto. Eso no quiere decir que no tenga memoria, o que — en el caso de unos pocos — no puedan recordar a otros individuos o incluso reconocerse a sí mismos, pero eso solo ocurre cuando la situación les lleva a ello. Es decir, cuando vuelven a ver algo lo identifican, pero la proyección de ese algo en sus vidas termina ahí. No son por ello autoconscientes de forma continuada (la famosa prueba del espejo aparte de ser inconcluyente, claramente indica lo que afirmamos, que las reacciones de autoidentificación se dan únicamente mientras dura el estímulo externo). Relacionando todo esto con el dolor, dada que su única utilidad es meramente la de advertir de un peligro para el organismo, vemos además que este solo existe para el animal mientras lo sufre, pero en el momento en que desaparece la causa del dolor — y cualquier reminiscencia de este — , es como si ese dolor no hubiera existido nunca. El animal no va a recordar nunca “aquella vez que sufrió tanto”, quedando tan solo un recuerdo de que determinada zona, elemento o persona pueden causar dolor, como un aviso automático para el organismo, que se activará ante la presencia de aquello que causa el dolor.

Es decir, que por mucho que sufra un animal, ese sufrimiento solo existe mientras lo está sufriendo, después para el animal es como si nunca hubiera existido, y solo perdurará como información que le advertirá ante una situación próxima similar. Pero sin ningún valor más allá de este, ni tendrá ese sufrimiento repercusión moral.

Con lo que debemos tener en cuenta que no debemos sentir lástima por un animal. — siendo como somos humanos, esto es algo muy difícil, para mí en cualquier caso, pero hemos de aceptar al menos que esa lástima es fruto de un sentimiento irracional, y que la razón nos indica que no tiene sentido, y la realidad no se ajusta a esa percepción — . Y añado un ejemplo claro: nadie, salvo un loco, iría a decirle a un león que comer gacelas está mal, ni trataría de lograr que los leones comieran hierba en vez de ello. Sería absurdo, claro. Y por la misma razón no debemos preocuparnos por los animales que comenos, o en las condiciones en que viven o mueren, más allá del estrés que sufran y de como esto repercuta en la calidad de los alimentos, siempre que su cuidado no afecte al ecosistema. A la gacela le da igual si el león le mata con las garras o con un rifle, y le da igual lo buena que haya sido su vida hasta entonces, pues no es consciente de esa vida. Lo mismo sucede con un pato, con una vaca o incluso un perro.

Pero ojo, insisto en que eso no quiere decir que deba darnos igual un animal que sufre. Del mismo modo que reparamos y administramos nuestros bienes materiales, es necesario que velemos por aquellos animales bajo nuestra responsabilidad. Responsabilidad que va más allá de las mascotas y el ganado, y alcanza a todas las criaturas, por agradecimiento, y por nuestro propio interés de cara a mantener el ecosistema, además de por la obligación de administrar responsablemente nuestros recursos. Y esa responsabilidad creo que debe traducirse también en el aprecio hacia los animales y el interés por conocer más sobre ellos. Esto es importante con los animales que nos sirven como fuerza de trabajo, como alimento o para la fabricación de productos, pero también con los animales de compañía, que no deben ser nunca un capricho. No son un juguete que pueda tirarse y reciclarse, son criaturas con su propio fin, y hay que tenerlo en cuenta.

Aún pudiendo parecer contradictorio, puedo decir por mi experiencia que he visto a menudo más respeto por los animales, mucho más allá de su interés comercial, por parte del propio ganadero antes que por otras personas en principio insisten en querer ayudar a los animales, y por desconocimiento colaboran en actos que les perjudican.

Con esto concluyo el análisis de todas y cada una de las posibilidades de opinión racional que creo se pueden tener al respecto. No obstante, si más adelante descubro o me muestran otras, las iré añadiendo.

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