Memorias de Ramón. © Sergio Molina

Cuidando tesoros

La historia de un hombre que cuida tesoros reales hace más de 56 años.

Sergio Molina
Medium Colombia
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8 min readMay 4, 2016

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Trataré de ser breve, pero quiero que lean esta historia hasta el final, a mi me atrapó y su protagonista es ni más ni menos que el encargado de un teatro, el Teatro Jáuregui.

José Ramón Parra — Ramón o Ramoncito– , carismático cuidador, encargado, tramoyista y alma del teatro Jáuregui, se ofreció a darme un tour por este escenario, contándome su historia y transcendencia en el arte de Pamplona y Colombia.

Mi recorrido comienza el martes 3 de Mayo de 2016, a las 9 de la mañana, habíamos acordado estar más temprano en el sitio, pero no me fue posible. A las 9 y 10 minutos, me lo encuentro y conversamos, preguntas sencillas, cigarro va, cigarro viene. Es todo un bromista.

Me comenta que el evento de hoy es de la Banda Sinfónica de la Universidad de Pamplona, y que termina al medio día. Jaime Chaparro, director de la obra esta ultimando detalles con sus pupilos.

El concierto pinta bien. © Sergio Molina

Mientras avanza el ensayo, ya casi las 10, me cuenta que nació en el 52, más exactamente el 26 de Agosto, estudiante en el Colegio la Salle y del Provincial en su secundaria.

La conversación avanza, y siguen entrando instrumentos, mientras los dos, junto a la puerta charlamos sobre su entrada al teatro. Por eventos fortuitos de su vida, perdió a su padre siendo muy chico, y tuvo que salir a buscarse la vida. Por suerte para él y para mí — sino como carajo escribo esta reseña–– entró como barrendero al escenario.

Otro cigarrillo encendido, me cuenta que fuma desde chico, y que se volvió parte de él, así durante estos 56 años, siendo barrendero, ayudante de la cafetería, y por pura curiosidad se volvió proyeccionista. Cristobal Contreras sería quien le enseñara tal faena.

Con 63 años a la espalda y toda una vida en el teatro, Ramón es realmente una historia de vida para conmemorar.

Don Ramón sigue a lo suyo, contando historias y haciendo bromas. El evento empezó hace 5 o 10 minutos y seguimos en el backstage riendo, aunque a bajo volumen.

La historia del porque de sus canas es más que cómica y el se ríe, comienza a contarme de los famosos que han venido al teatro. Fanny Mickey, una de las muchas mujeres emblemáticas del teatro nacional, artistas, personajes públicos y comediantes, de estos últimos tiene una anécdota de Jhon Jairo Londoño, “Fosforito” de Sábados Felices, que en el pre-show intentó hacerle bromas, pero cuenta con una gran carcajada que fue el quien hizo bromas al comediante.

Esto ya se acabó pero la imponencia queda, este teatro es hermoso. © Sergio Molina

Entramos al evento por la puerta lateral, y Ramón se me pierde por un rato, la Sinfónica ya está tocando, así que me subo al balcón a observar el espectáculo.

De donde vengo es poco común entrar a un teatro, es más no de este tipo, el Jáuregui es el 2do mejor en acústica del oriente Colombiano. Palabras de Ramón.

En el balcón grabando algunas escenas del concierto, recuerdo la capacidad del teatro, según Ramón, antes en su apogeo, podían sentarse 1500 personas en este, ahora se redujo a menos de la mitad, 653, 300 en platea, 150 en el Balcón y 203 en el “Gallinero”, el tercer piso al que Ramón denomina el toqueteo. (Ponga aquí una referencia sexual de su gusto)

Ramón sonríe para todo, menos para las fotos. © Sergio Molina

Se hacen las doce del mediodía, se acaba el concierto y bajó a buscar a Ramón. Desde las 9 hasta el momento, creo que lleva 5 cigarrillos, sin contar los de antes, y con esa misma energía de la mañana empieza a bromear con los músicos y los ayudantes que empiezan el desarme del escenario.

El chiste de billete sale a flote y la víctima de Ramón es uno de los músicos. Pobre criatura.

Se hace tarde, ya la una y me despido de Ramón, el va a ir a almorzar, y la confianza de esta entrevista no llega para que me invite a su casa, aún así quedamos de vernos nuevamente a las 3 de la tarde.

Llego con sueño al teatro, pero con ganas de ver otras cosas interesantes de este. Ramón me saluda y se dispone a buscar las llaves, el llavero mágico de ese salón gigante de arte y cultura, que va para su centenario de vida.

No encuentra las llaves, da tres o cuatro vueltas en el lugar buscándolas, mientras suena un vallenato, de esos viejos, no la basura moderna que de música solo tiene la publicidad, porque dan pena. Asco.

¡Por fin! dice, ya ni para el sombrero, y pasamos a la parte posterior del sitio donde en una pequeña oficina, me muestra una verdadera colección de tesoros reales.

Dice tener una videoteca mucho más grande en casa. © Sergio Molina

Primero una videoteca de películas en VHS, atónito le pregunto si las vio todas: “Obvio mijo y las de DVD también”.

Son como 50 en DVD y 120 en VHS, pero dice tener una más grande en la casa, trae a la conversación los rollos por películas que proyectó, algunas como Ben-Hur, con más de 34 rollos de celuloide, y parece ser todo un experto en cine, me cuenta de clásicos, que yo solo he visto por gusto, en cambio el estuvo en cada uno de los estrenos de películas de culto como Vacaciones en Roma, y otras tantas.

Y como un niño pequeño queriendo llamar la atención saca una caja, escondida en un rincón, aludiendo a que su contenido me encantará mucho más que su colección de veaches.

Flyers publicitarios de películas en proyección de la época. © Sergio Molina

Mientras observo las láminas y le pregunto si puedo fotografiar, me empieza a contar la historia del teatro y el fuerte del cine en ese entonces.

Fundado por Alejandro Jáuregui dueño del terreno y Luis Villa como diseñador y constructor de este, por allá en 1922, me cuenta que duró cinco años en construcción el Jáuregui, como el le dice, y que hasta 1983 se proyectaron películas, siendo las favoritas del público las mexicanas.

Haciendo un recuento de la cartelera que se manejó hasta los 80’s, me muestra una reliquia que el admira. Un proyector de 8mm. Como aficionado del cine, tengo que admitir que tuve una especie de orgasmo. Sentí que podría ser uno de los mejores días de mi vida. En fin.

Ramón dice que en ocasiones lo intenta hacer funcionar, pero ya esta muy viejo. Mejor lo deja para el recuerdo. © Sergio Molina

Y me perdonan si al principio les dije breve, pero ya casi termino en serio créanme…

…Culminando la visita a la oficina de Ramón, le pregunto por los sombreros, “son de todos y cada uno de los celadores que han estado en el teatro” y esperamos que Guerrero me deje el de él.

Entramos de nuevo al Jáuregui y me dice que si quiero ver los proyectores de las películas. Mi cara de ¡Si por favor!, era evidente.

Subimos y me va contando como entró en decadencia el sitio, después del 83, duró 20 años cerrado, debido a la muerte de Luis Villa, ya que Alejandro había fallecido tiempo atrás de lepra.

Luis Villa y Alejandro Jáuregui que dan la bienvenida al entrar al Teatro. © Sergio Molina

Por disputas familiares, se decidió vender el lugar, según Ramón, nadie iba a cine, todos tenían sus VHS y su televisor, se volvió muy popular y originó que la Gobernación comprara el teatro. Pero no supo manejarlo, debido a ello el municipio de Pamplona lo compró y durante 20 años no supieron que hacer con el.

Ramón decide cortar la conversación aquí, para indicarme la entrada a la sala de proyección.

Polvorienta y sucia, pero no desmoronada, prende las luces que le dan vida al sitio, mostrando — tal vez no en su máximo esplendor–– las maquinas de proyección, que con mucho cuidado, dice, cumplieron su trabajo.

Me muestra el proceso de proyección, de como se acomoda el celuloide y de la banda sonora que lleva cada rollo, como se activan y desactivan los focos y como pasaba sus ratos en esa sala majestuosa.

Estoy pasmado, pero trato de ocultarlo. Mi visita superó con creces mis expectativas.

Ramón mostrándome una celda fotovoltaica donde pasa el sonido del celuloide a los amplificadores. © Sergio Molina

Salimos ya de la sala, me paro junto a el y como quien ya se despide me dice, venga le muestro el sótano.

Bueno, por mí esta bien.

Termina el relato, me informa que en el 99, Álvaro Gonzales Joves, reabrió el teatro tomándolo en comodato hasta la fecha. Se nota esa felicidad mientras lo dice.

Trae buenos recuerdo subir. © Sergio Molina

Polvoriento y desordenado se encuentran allí estuches, cajas y carcasas de instrumentos e utilería que se usó. Mira la escalera y me cuenta sobre un suceso triste, que nunca tuvo que pasar.

Una pared completa llena de autógrafos de todos los grandes artistas que habían visitado el teatro fue pintada por unos obreros en una restauración pasada.

Se lamenta.

Dice que el Teatro Jáuregui es su segunda casa, que le ha proveído para su familia todo este tiempo y que lo cuida más que a cualquier cosa.

Se me ocurre preguntarle sobre sus pensamientos en caso de que muera, como le gustaría que quedara el teatro, pero eso es para otra ocasión.

Tres pianos acompañan a los visitantes en el teatro durante su estadía. © Sergio Molina

Parece ser todo, mi estadía se termina, aunque su turno se prolonga hasta las seis, veo que ya tengo lo que venía a buscar, inclusive más. Satisfactorio.

Ramón se despide y me cuenta que si necesito algo más lo busque, que ya sabe donde, que al parecer nunca se irá de ahí.

Y puede que sea cierto, representa una institución, diría igual al teatro en sí, es un personaje, como lo dije arriba, carismático y muy humano, bromista y amable que siente y vive su trabajo, su labor, su vida como si fuera de historia de un libro, como de esas novelas que leemos.

Atreviéndome a afirmar que no tiene el mérito que merece, Ramón, es el alma del Jáuregui, lo ha acompañado casi toda su vida, y a pesar, de que soy un foráneo aquí, el merece mucho más, merece admiración y respeto por una vida sacrificada a cuidar un escenario tan importante, como su vida en misma.

Pronto subiré un video. :)

Gracias por leer hasta acá. ❤

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Sergio Molina
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Journalist · Graphic Designer · UI/UX apprentice.