El limpiaparabrisas y yo

Un semáforo diferente

Rodolfo Ocampo
3 min readFeb 5, 2014

Son las 8:55 de la mañana. Voy tarde a clase. Mi intento de alcanzar el verde se ve frustrado por una anciana, al tiempo que susurro un resignado “no jodas”. Volteo a mi izquierda y caigo en la cuenta de que ser el primero del semáforo significa ser la primera víctima del limpiaparabrisas. Evitar los servicios de este ejército de limpieza nunca ha sido mi fuerte: soy demasiado torpe como para ignorarlos desinteresadamente. Lo intento, pero justo en el peor momento, establezco contacto visual. Además, traigo el vidrio abajo; no puedo fingir demencia.

-Ándele güero, pa´ que se lo lleve limpio.

La verdad sí esta un poco sucio, me digo. Igual ya estaba pensando en llevarlo a lavar.

-Órale pues, brother.

Mientras busco monedas en los lugares mas inhóspitos de mi coche, me acuerdo de que tenia curiosidad por un dato desde hace tiempo. Me gusta chismosear, y este era el momento perfecto.

-Carnal, ¿te puedo preguntar algo?- Le digo mientras le entrego los tres pesos que logré juntar.

-¿Qué hubo?

- Si no es indiscreción, ¿hasta qué año estudiaste?

Su reacción no es del todo como la esperaba. Los ojos le brillan como si le hubiera entregado las llaves de mi destartalado coche.

-¡¿Por qué?! ¡¿Hay chamba?!

Me siento mal al decir, con el mayor tacto posible, que no, que mi pregunta es por mera curiosidad.

-Pues hasta la secundaria, carnal. Bueno… no la acabé-. Me contesta.

Había pensado en cómo formular la pregunta, pero no me había cruzado por la cabeza que decir después de obtener respuesta.

-Ah, ya, ya.

Tenía rato preguntándome de dónde venían estos trepacoches profesionales. Es decir, conozco los números, las explicaciones económicas, pero quería escuchar la explicación humana. ¿Qué es lo que lo llevo a él a estar aquí?

-¿Has pensado en terminarla? — Le dije.

-Sí, como no. Claro que quiero. La otra vez me vinieron a chingar los de la delegación; llegaron a decirme que no podía andar aquí. Pero, ¿qué? Les dije que no es cosa de siempre a los culeros. Na´ más cuando no hay chamba, pero ahora sí está difícil. Más sin la secundaria.

-¿De qué chambeas?- Pregunté.

-La hacemos de albañil, carpintero, plomero, de todo; de lo que salga.

-Todavía puedes terminar, ¿no?

-Estuve yendo a una abierta, pero me quedaba lejos. No me alcanza pa´l pasaje. Y con eso de que ya tengo un chavito…

-Uh, ya… ¿Cómo te llamas?

-Pablo, pa´ servirte.

En ningún momento dejó de verme a los ojos. Sentí que fácilmente podría sentarme con él a tener una larga conversación pero el verde llevaba ya un par de segundos y el de atrás había pitado el claxon.

-Dale, Pablo, que estés bien. Esta chingona tu playera.

El camino a la escuela esta vez fue interesante, diferente. Es increíble como un minúsculo intercambio de palabras puede transportarte a una perspectiva totalmente diferente. Hablar sinceramente con una persona es tal vez una de las cosas más enriquecedoras de la vida. Te conectas con un universo mental distinto, en algunos casos, similar al tuyo, en otros, radicalmente diferente.

Y no es que no sepa de la existencia de la pobreza, de la falta de oportunidades, de lo jodida que está mucha gente. Va más allá de eso: la palabra es empatía. La ciudad es grande, pero nuestros vidrios son gruesos. Más de 8 millones de personas conviven en esta pequeña mancha todos los días; más de 8 millones de historias se mueven por esta urbe. Cada historia es una vida, una manera de concebir al mundo. ¿Qué pasaría si estas historias fueran compartidas, si en vez de un “no gracias”, compartiéramos una conversación? Probablemente este sería un mundo más justo. Un mundo donde no pensaríamos en cómo fregarnos sino en como ayudarnos. Un mundo donde las palabras dejarían de ser herramientas de interacción entre entes y se convertirían en puentes de contacto entre seres humanos. Más allá del rol que juegue cada quien -policía, político, doctor, mendigo, junior- cada quien es un ser humano. Y el ser humano se enriquece del contacto, se alegra por descubrir nuevas conexiones, aun más, cuando esas conexiones son totalmente desconocidas.

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