El Centinela

Philipp
Historias en español
3 min readApr 2, 2015

--

del Eterno Abril

El embrutecimiento se filtraba por cada resquebrajada fisura de los ideales que sustentaron las ilusiones de muchos de nosotros. El fatigante hastío de la fragmentación se encontraba incluso en los núcleos familiares, en el salón, en la cocina y halaba los pensamientos en esa minúscula franja de tiempo entre tumbarse y dormir.

Con la vista atrás y venciendo las fronteras de noche, se resiste a desaparecer la melancolía en el frío aire de las montañas o en el olor salino del mar, aún cuando imperaba una fuerza de supervivencia, aún cuando se hizo presente la desesperanza por hallar un destino temporal, pues en nuestra perspectiva siempre estuvo la vuelta del terreno que dejábamos atrás.

Libertad: en su forma más pura era una sintonía entre ideales y acciones, pero echábamos en falta ese esplendoroso y asfixiante Sol sobre nuestra piel, pues esa sensación de autonomía había variado con la complicidad de la Luna en un estado de finita alerta, irguiendo así el vello de nuestra piel; la vigía, el escondite, la siempre retoña huída hacia un mundo en el que imperaba el meticuloso medir de las palabras, cuando no, el silencio.

Quien no era consciente al principio de las carencias, pronto entendió la diligencia que merecía el grano, el delicado carácter de la miga de pan o la alegría que el limitado arroz podía suponer. La necesidad general forjó un compañerismo totalmente horizontal. Era tan sublime su ejecución que nos identificábamos ante otros desconocidos entre la multitud tan solo con la mirada, la cual también nos servía para ser avisados de la presencia enemiga, con un simple, sutil y cuidadoso movimiento de la pupila que parecía susurrar «cautela, están ahí». Nuestra alerta debía ser más vivaz que la suya, pues la ajena era una constante e irascible sospecha.

Reflexiones, lecturas y debates desde alcobas en buhardillas perdidas en algún lugar entre el origen de nuestra huída y nuestro ignoto destino. A veces eran semanas, días, otras horas, incluso a veces solo unos minutos mecían nuestro cobijo. Habitaciones vacías y abandonadas, humedad y frío. Los lujos ausentes. Tan pronto como las llenábamos de esperanza con nuestro aliento, las botas llenas del polvo de nuestros viajes iniciaban otros pasos en nuestro perenne movimiento. El romanticismo quedó impregnado en las personas que nos ayudaban, no en los lugares, casas, ciudades, estados, provincias o pueblos donde solo estuvimos de paso.

Esterilizados de patriotismos y pasada la cólera final de la brutalidad, nos asentamos en las ruinas de Europa. Férreas y cimentadas esperanzas de un regreso que no ocupaba lugar. Años, lustros, décadas… Muchos ya ni pensaban en volver, pues habían vivido más tiempo en el exilio convirtiéndolo en el fin nacido del medio.

¿No ha sido mejor así para quienes nos fuimos? Las miserias de arrancar una vida nueva se tornaron insignificantes después de varias décadas de ideas silenciadas, de impermeabilidad cultural y un bloqueo en general del desarrollo humano. Nosotros, que la única libertad que nos negamos fue la de volver a casa, acabamos siendo realmente libres fuera de ella.

Más en faillure.com

--

--

Philipp
Historias en español

Alemán de nacimiento, de ningún lugar por crecimiento.