El día que decidí dejar de postergar las cosas

No. Esto no es sobre lo que tú crees

Fidencio García
Historias en español

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Ahí estaba yo, las 8:00 a.m. de un lunes que como cualquier otro, comienza con el irritante sonido de mi despertador, y como si de un auto-reflejo se tratase, mi inmediata respuesta que culmina en programar los “5 minutitos más”, miro al techo, cierro ligeramente los ojos y pienso: “creo que me he olvidado de hacer…”, “¿tendré tiempo para terminarlo?”, “ya debería estar duchándome…”; cuestiones casi tan naturales, que ya son de acción repetitiva por las mañanas. Pero ese día tenía algo más, algo particularmente importante, que cual balde de agua fría, recayó sobre mi nuca cuando menos lo esperaba.

Baje corriendo por las escaleras, tomé un pan tostado y una taza de café, regresé a mi habitación, encendí el ordenador y ahí estaba… ese PENDIENTE que deje olvidado por efecto del dulce y envolvente arte de la procrastinación, una sensación de estrés combinada con dolores estomacales me invadieron, y para terminar la cábala de eventos desafortunados, mis instintos me ordenaron mirar el reloj… regresé la mirada al ordenador y sin más, decidí dejarlo por la paz, ya era demasiado tarde penséademás, ¿qué tan grave podría ser? Me apresuré a tomar mis cosas y salir corriendo con dirección al trabajo, por lo general tardo entre 15 y 20 minutos en llegar, admiro el paisaje y me sermoneo a mi mismo sobre como desperdicie la tarde anterior, y lo tedioso que resultaba ir de nuevo al trabajo, pero ese día había una sensación distinta… era como si por primera vez sintiera ese sentimiento tan humano que llaman CULPA. Sabía que la tarde anterior bien habría podido terminar mis pendientes y que no podía poner de excusa el haberlo olvidado, pues “el elefantito verde” — Evernote — sí me lo había recordado. Sin darme cuenta, ya estaba en la puerta… tomé aliento y entré; saludé a todos con quien me crucé, como es mi costumbre, y con la habilidad de un ninja, me arrastre hacía mi oficina sigilosamente, todo estaba muy tranquilo por lo general soy el primero en llegar y ese silencio solamente mermado por el ruido de las maquinas del piso inferior, no hacía las cosas más fáciles, tome nuevamente aliento y me dispuse a trabajar.

Generalmente el tiempo se me pasa volando, pero esa sensación «CULPA» , no me dejaba en paz. 9:45 a.m., mi supervisora estaba por llegar, esperando encontrarme con ese reporte en mis manos. El ambiente se tornaba más tenso conforme pasaban los minutos, no podía soportarlo, quería salir corriendo cual cobarde de esa habitación y encerrarme en casa por lo menos hasta el día siguiente, pero sabía que todo había sido mi culpa y que no podía postergar más las cosas, además de que si me salgo sin avisar, podría haberme metido en problemas mucho mayores, así que continué con mis actividades y me resigne a esperar. Por fin llego el momento, mi piel se tensó al escuchar el ruido característico de sus tacones, mi cabello se erizó al escuchar su aguda voz diciendo: —Muy buenos días a todos, lentamente se acerco a mi escritorio e hizo la pregunta… —El día de ayer no recibí tu reporte… ¿dime lo traes contigo ahora mismo? la mire fijamente y negué con la cabeza, ella giro hacía un costado y me pidió que la acompañará a su oficina, me levante tembloroso de mi asiento y la seguí, esa sensación de ser observado y el aparente alargamiento del pasillo, fueron la ceresita en el pastel para mis niveles de estrés, —Siéntate. —dijo ellahice caso sin siquiera voltear a verla, mis manos sudaban y mis nervios estaban predispuestos a estallar con la primera palabra que saliera de su boca, me miró fijamente y dijo: —¿Qué te parece si me envías tu reporte el día de hoy? he de suponer que tuviste algún imprevisto o percance que no te permitió enviármelo el día de ayer, me reí de forma que pareciera que le estaba dando la razón, y le asegure que el reporte lo tendría ese mismo día y sin falta, me retiré como todo un campeón después de estrechar su mano en señal de acuerdo.

Es de humanos postergar las cosas y es un “arte” que a la gran mayoría de nosotros se nos da bastante bien, existen innumerables formas de “combatir” ese mal hábito, pero por lo general ninguna es lo suficientemente buena. Recordatorios, post-it, aplicaciones, libretas, metodologías, técnicas… en fin. Para algunos debe resultar algo sumamente sencillo de hacer, otros quizás piensen que todo depende de la “disciplina” de cada persona, pero lo cierto es que a todos nos ha pasado y en más de una ocasión.

Mi intención no es recomendarte un “método milagroso” que te impida procrastinar de nuevo, ni mucho menos, por que simplemente creo que algo como eso no existe, y que el postergar nuestras actividades diarias seguirá siendo algo bastante común, acéptalo. Pero si tengo para ti una experiencia que quizá te ayude a reconsiderar la frecuencia con la que lo haces, si eres perspicaz, te habrás dado cuenta de que el verdadero problema con esto, no es lo que dejaste pendiente, tampoco tiene que ver con lo importante que era para otras personas el que lo hicieras, sino del cómo te hizo sentir el no hacerlo.

He encontrado que la mejor manera de evitar postergar las cosas es recordar como me sentí la última vez que lo hice, se sorprenderían la cantidad de veces que el recordar esa sensación de culpabilidad, ineptitud y un sin fin de adjetivos del tipo, me ha ayudado a no volver a hacerlo «tan frecuentemente». Pero como hay de todo en “la viña del señor”, habrá quien pudiese opinar que no es algo lo suficientemente fuerte como para evitar el mal hábito, y ¿saben que? tienen razón, ¡NO LO ES! pero si ya llegaron hasta aquí, vale la pena intentarlo.

Es de humanos postergar, casi tanto como de gatos haraganear.

Por cierto, el día que decidí dejar de postergar las cosas… aún no llega.

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