El Último No-Héroe (Segunda parte)

Carles Xavier
Historias en español
3 min readAug 11, 2016

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Han pasado dos años y medio para conseguir una nueva cámara digital que funcionase. Aunque el motivo principal de este vídeo no es contar cómo encontré la cámara, sino más bien qué hago buscando lo que sea si debería estar muerto.

Tranquilos, no soy uno de ellos, si me veis esta cara es de suciedad y heridas, porque cada día que pasa incrementa la dificultad para dar con agua limpia y farmacias. Pero a lo que iba, las sardinillas cómo dije en su momento no estaban caducadas, pero sí que deberían haber sido portadoras del virus. Así que después de comérmelas y relamerme los dedos decidí acostarme por miedo a sufrir estando despierto. Prefería durmiendo y ausente de la realidad. Para mi desilusión, tras una siesta de 4 horas, desperté. Pensé que quizás tardaba un poco en hacer efecto y me fijé que todavía quedaba la balsa de aceite en la que sumergen a las sardinillas. Decidí tomármelo como si de una sobredosis se tratara. Pasaron las horas y seguía en este mundo apocalíptico. Jugando con la lata ya vacía en mano, volví a leer la fecha de caducidad y esta vez prestando especial atención a la fecha de envase. Y he aquí, el por qué no la palmaba. Recordé que cuando todo se empezó a ir a la mierda, en uno de los últimos telenoticias comentaron que cualquier bebida o alimento enlatado estaban contaminados con un 100% de probabilidad si su fecha de envase era superior al 1 del 1 del 2055, inclusive. Bendita mi mala suerte y bendito Murphy que la fecha era del 31 de diciembre del 2054. La cámara del anterior vídeo, salió volando por la ventana de la patada que le solté. Más tarde recuperé la tarjeta de memoria. No es que fueran recuerdos maravillosos, pero seguían siendo recuerdos.

A partir de entonces me puse en busca de comida en conserva. El destino me volvió a sonreír, y después de unos eternos diez días, encontré una con fecha de envase de principios de marzo del ’55. Volví a lo que se suponía que era mi hogar. Abrí la lata, me las comí una a una, y el chute de aceite final también. Me acosté y de nuevo desperté. No tenía lógica alguna. Durante los días siguientes seguí comiendo (probé incluso con un poco de pulpo) y llegué a la jodida conclusión que mi cuerpo es resistente al virus. Lo que me faltaba.

Lo primero que me vino a la cabeza fue que como hubiera alguna organización trabajando en una cura y se enteraran de mi existencia, me iban a tratar como a una rata de laboratorio. Ni por asomo. Me negué a que sucediera eso. La humanidad estaba ya al borde de la extinción. Pocos desgraciados quedábamos en pie. ¿Para qué alguien se esforzaría en encontrar la cura con los pocos que somos? Y aunque sigo sin haberme cruzado con nadie en años, sigo aplicando el “somos” porque estoy seguro que en algún recóndito lugar de este planeta queda algún otro superviviente. ¿Y si los demás que queden en pie también son inmunes como yo?

Cómo decía mi abuelo: “Lo que no te mate, te hará más fuerte”. Y eso parece. Nada ni nadie ha podido conmigo. Ni yo mismo. ¿Me he convertido en una especie de superhéroe? Sin capa, sucio, solitario, olvidado, inmortal y con hambre. Mucha hambre. Y ya no sólo de sardinillas. Así que salgo en busca de todos aquellos que se encuentren ahí fuera. No será fácil, pero puestos a sobrevivir, hagámoslo por un motivo, por aquello que seguimos creyendo incluso cuando todo está en ruinas.

“¡Achú!”

Alguien ha estornudado en la sección de “Imagen y vídeo” de la tienda. Y no he sido yo como habréis visto. ¿Quién en su sano juicio, a parte de mí, viene a por una cámara para sobrevivir al fin del mundo? Voy a descubrirlo... Si no hubiera pateado mi antigua cámara ahora no estaría aquí. De hecho, no estaría ni vivo. Sólo necesitaba tiempo y voluntad para cambiarlo todo. Sólo

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Carles Xavier
Historias en español

En mi imaginación soy muchas cosas. En la vida real, Ingeniero Informático.