Por Milene Aguilera
Hace cuatro años una amiga con un gusto musical impecable me dijo: “tienes que escuchar esta banda, es espectacular”. Se refería a la agrupación británica de indie rock Florence + The Machine. Usualmente, rechazo por instinto todas las imposiciones. Me gusta descubrir las cosas en una suerte de espíritu individualista, aunque eso no tenga una justificación racional; sin embargo, estaré siempre agradecida de la puerta que se abrió ante mí la primera vez que escuché aquella sugerencia. Y, siguiendo la línea, es la pasión y no la razón la que me trae hoy a dialogar con la música de Florence Welch y su grupo. He recorrido un camino polisensorial con cada uno de sus discos, pero fue en How Big, How Blue, How Beautiful (2015, Island) donde consolidé mis sospechas: Florence es una bruja y ha venido a hechizar a todos con su magia y su hambre.
La líder de esta banda no ha negado nunca su tendencia a conectar con lo sobrenatural, incluso comentó en una entrevista que había atravesado un período difícil para completar esta producción discográfica y, a causa de un gato que se metía todas las noches en su cuarto, encontró inspiración —como si le hubieran enviado un talismán – . El performance y la música de Welch caen en forma de tormenta y no permiten a nadie salvarse. En ocasiones se percibe un aparente caos vocal, el cual se transforma en impulso, hasta estallar en una rima hipnótica.
No es un secreto que, a través de la Historia, se les ha considerado brujas a muchas mujeres por incurrir en la transgresión. Partiendo de aquí, y de esa rebeldía que me alejó en principio para enamorarme después, quiero hablar de Florence, de su música, de las mujeres y también de las brujas. «Delilah» es uno de los temas del álbum que me hace volar, sus melodías soul no podrían ser más acertadas; por momentos es aterrador el llamado. El verso Itˈs a different kind of danger lo corona, nos adentra en el bosque y nos rompe las telas para llevarnos a una desnudez colosal. Me descubro cantando a toda voz en las calles, llena de fuerza y energía cósmica, abandono prejuicios para gritar: (…) cause Iˈm gonna be free and Iˈm gonna be fine. ¿Por qué una traidora bíblica me hace sentir tanto coraje? Es simple, se nos ha mostrado una construcción social de la mujer malvada como un sujeto independiente y poderoso. Asistimos al canto de Florence desde la identificación y el deseo de sabernos fuertes. No quiero decir, en lo absoluto, que sea un disco para mujeres, pienso que todos somos empujados por su melodía como devotos y sacrílegos a la vez.
Los temas de este álbum parecen llevarnos a una ceremonia religiosa donde terminamos por invertir a los ídolos y prender una hoguera en el centro del salón. Algunos como «Ship to Wreck», con su breakdown acústico y contundente al final, llevan el aliento de una aceptación espiritual y necesaria. Se rechaza la huida, la música siembra una desesperación por asumirnos desde lo más hondo. La mayoría de las canciones cuentan con unos arreglos orquestales épicos y, en los casos en los que se inclinan a la sobriedad, elegantes.
Es que Florence sí tiene magia. Quiere sacarnos de adentro una danza, invocar esa conexión con lo primitivo para permitirnos ser. Verla es un deleite, pero no hace falta mucho más que su universo sonoro para que, al menos yo, piense en todas las mujeres del mundo, cada una de las cuales pasó a la Historia con una marca de oscuridad por alzar la voz. Estoy segura que muchas abrazamos ese sino sin vergüenza y con la frente en alto. Yo acepto sin miedo mi boleto al aquelarre, mi regreso a la Tierra y la indiferencia a los castigos divinos.
Este tercer disco de la banda llega con madurez emocional y musical, regala una Florence más guerrera y realista que la de Lungs (2009) y Ceremonials (2011) y nos recuerda que felicidad y dolor son un binomio; por lo tanto, los cargamos con las mismas ganas que enhebran a «What kind of man», esa canción que parece un rugido lleno de trompetas y seducción. Se ha señalado, no sin razón, la influencia de Fleetwood Mac en este álbum, un detalle que lo eleva bastante y converge en la firmeza de esas voces que desgarran encima de arreglos casi siniestros.
Soy muy fan de la adicción que tiene la banda por tender puentes entre sus discos y sus temas como si fueran a contar una historia muy larga, llena de capítulos donde las vidas de los protagonistas se entrelazan para armar el engranaje. Esto me sucede con «Queen of Peace», que arranca como tonada medieval para detonar en himno triunfal y, de pronto, vuelves a Lungs y a esa maratón acústica que fue «Dog days are over». De alguna manera he llegado a construir un refugio entre dos aguas: Florence y la fantasía épica. Por eso me reafirmo como mujer y ser individual cuando voy caminando por las calles; muchos me miran como una loca, de seguro se convencerían si les digo que, además, me siento bruja. Pero son melodías como estas las que nos recuerdan quiénes somos y qué queremos. Yo he decidido aceptar ese imaginario social en el que se adentran las atrevidas, las transgresoras y ¿por qué no? las traidoras también solo para cerrar los ojos y disfrutar del hechizo por un rato.