Los Bee Gees (y Roberto Carlos)

Por Eduardo del Llano

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5 min readOct 8, 2020

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lustración por Katiana Maruve

A finales de los 70, cuando estalló el Saturday Night Fever, enseguida odié a los Bee Gees. Por herético que ahora suene, aquellos advenedizos eran presentados como los nuevos Beatles. Chillaban en «You Should Be Dancing» y «Stayin’ Alive», pero ahí no había voces desgarradas, solos de batería o guitarra, no había nada a lo que un rockero pudiera aferrarse… Sabía nebulosamente que tenían un pasado (había visto su éxito «My World», uno de los primeros videos de bandas extranjeras pasados en la TV cubana) pero fuera de ahí lo ignoraba casi todo: lo único palpable era esa música disco con letras pueriles. La burbuja reventó en julio del 79 en Chicago con la revuelta de centenares de personas que, al grito de “Disco sucks!”, quemaron álbumes del género y se enfrentaron a la policía, y con los Bee Gees free weekends de diversas estaciones de radio.

Bee Gees

Y sin embargo, no obstante y a pesar de todo… ahora me gustan, especialmente porque fui descubriendo su trabajo previo al Saturday Night Fever, sus álbumes de cuando aún no habían recurrido al falsete y las voces de Barry y Robin e incluso la de Maurice eran identificables; álbumes como Bee Gees´1st (1967), Idea (1968), Odessa (1969) To Whom It May Concern (1972) o el más orientado al R&B Main Course (1975). Nunca fue música muy elaborada en melodía o lírica, pero había temas de innegable magia y cuidados arreglos orquestales, y la vocalización soul del hermano mayor y el vibrato etéreo y un tanto gangoso de Robin eran acunados por fascinantes armonías.

La carrera de los Gibb (británicos, aunque el conjunto nació en Australia, adonde la familia emigró durante la infancia de las futuras estrellas) estuvo signada por peleas entre Barry y Robin, altibajos estéticos o de popularidad, e incluso por la muerte, y no sólo como objeto lírico. Llama la atención que varios de sus primeros éxitos contuvieran letras francamente sombrías, como «New York Mining Disaster 1941», donde un grupo de mineros atrapados en un derrumbe se pasan fotos de sus seres queridos y se preguntan si habrá todavía alguien buscándolos; «I Started a Joke», donde el sujeto debe morir para que el resto del mundo sea feliz, o «I Gotta Get a Message to You», en que sabe que le queda una hora de vida y camina junto a un predicador a quien pide le entregue un mensaje a su amada… en fin, textos lúgubres, demasiado centrados en la muerte para compositores tan jóvenes (todas fueron escritas en sus veinte). Luego, los hermanos fueron muriendo de menor a mayor: primero Andy (que no era miembro del grupo pero inició su carrera cuando los Bee Gees estaban en la cima, y de hecho les debió sus mayores éxitos) en 1988 a la edad de treinta años; después los mellizos Maurice en 2003 y Robin en 2012. Al primogénito, Barry, le ha tocado la dura suerte de sobrevivir a todos sus hermanos menores.

El nombre Bee Gees –por cierto, viene del plural de las letras B y G- especialmente los Bee Gees de la etapa disco, constituye para mucha gente sinónimo de kitsch intolerable, de pop fresa, pero lo cierto es que en 1997 fueron incorporados al Salón de la Fama del Rock and Roll. Por demás, la banda tuvo hits en cinco décadas consecutivas, escribió éxitos para estrellas como Diana Ross, Celine Dion, Barbra Streisand, Dionne Warwick o Kenny Rogers, y sus temas han sido interpretados por Janis Joplin, Elvis Presley y Nina Simone. Y si conocieron descalabros como el de Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band (1978), Saturday Night Fever fue la banda sonora más vendida de la historia.

Y en lo tocante al falsete… uno lo escucha ahora, desprejuiciadamente, y no puede menos de admirar la técnica vocal, el control de la respiración y la limpieza con que Barry emite y sostiene las notas (consideren «Too Much Heaven» o «Reaching Out» del álbum Spirits Having Flown de 1979). En su momento fue una elección artística acertada, y no necesariamente inédita: los intérpretes de corridos mejicanos, supuestamente muy machos, también lloran y se quejan en falsete. Con todo, mi voz favorita dentro de los Bee Gees es sin duda la de Robin, rarísima en el mundo del rock y el pop, privilegiada con un vibrato que apenas parece humano y que en temas como «Lamplight», «Never Been Alone» o «I Started a Joke» reverbera como proveniente de la twilight zone

Me gustaría ver una película sobre ellos, con actores interpretándoles. Si la hay de los Beach Boys…

Ya he hablado antes de cómo el gusto se endurece al contacto con el tiempo. Lo interesante es que también se verifica el fenómeno contrario: entidades artísticas, movimientos estéticos, géneros que nos parecían carentes de todo interés, de todo swing, con el tiempo no nos parecen tan malos, llegamos a cogerles la vuelta, a apreciarlos, acaban por gustarnos. En parte, la nostalgia opera como vasodilatador; por otro lado, pasamos por experiencias que nos fuerzan a reconsiderar la rigidez de nuestro credo.

Y aquí llego a Roberto Carlos.

De nuevo, en mi adolescencia era lo peor, lo cursi, la blandenguería romántica. Sólo servía para apretar en el último tercio de las fiestas. Si te gustaba alguna canción, lo mejor era no confesarlo.

Roberto Carlos

Con el tiempo uno descubría que el tipo es un dios en Brasil. Un Dios de cierto tipo de pop particularmente sencillo, pero dios al fin. Que gente como Caetano Veloso había cantado con él. Y que algunas de sus melodías se te pegaban como rémoras y las tarareabas a toda hora.

(Como les ocurriera a los Bee Gees, ha habido demasiada muerte en su vida. Tres de sus mujeres murieron de cáncer).

La cosa es que hace unos meses, inmerso en una ruptura amorosa, me descubrí escuchando «Detalles» y «Usted ya me olvidó» y asintiendo como si recién ahora comprendiera de lo que hablaba el brasileño, como si el tipo las hubiera compuesto para mí y me las cantara a nivel de socio, poniéndome la mano en el hombro y diciéndome Asere, lo que no te mata te fortalece, olvida a esa mujer que no hay más ná… Coño, estoy oyendo a Roberto Carlos, me dije, ¿qué puede haber después de esto?

Ya salí del bache, pero Rober, asere, gracias por tirarme el cabo.

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Piquete cubano de cronistas musicales improvisados…