Lost in translation, escuchando Sigur Rós

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4 min readJul 16, 2020
Jónsi por José Ángel Nazabal

Por Fernando Martirena

() salió en octubre de 2002. Es un disco lento, tiene ligeros cambios de humor; pasa de ser intenso y optimista a melancólico sin avisar. Si me dejo llevar, diría que se oye un silencio violento, un silencio violeta como cuando el cielo se oscurece, un silencio islándico y pagano. Música climática que, por otra parte, resulta un término bastante vago. Al escuchar las ocho canciones del disco me vienen a la mente referencias de la música minimalista de los 60 y del rock atmosférico de Pink Floyd. Pero eso no es todo.

Las canciones son largas y tienen estructura libre, se desarrollan con precisión entre llenos orquestales y vacíos silentes, respondiendo solo a sus propias obsesiones. Este postrock, que no deja de ser dramático, me sorprende por ser construido con muy pocos instrumentos. A ratos parece que pega con todo, ha sido usado — creo, demasiadas veces — en el cine y la danza contemporánea. Una música que no satura la imagen que acompaña y que, en su silencio, nos hace evocar recuerdos.

( ) (Smekkleysa, 2002): La tapa del disco refuerza la búsqueda de una idea de vacío.

Sigur Rós diseña un espacio sonoro repetitivo e impredecible: una sutil paradoja. Se toma su tiempo, no tiene apuro, cada sensación está guardada para el momento preciso; si uno está apresurado o ansioso, mejor oír otra cosa. La manera de ecualizar los sonidos recuerda a música para iglesia; mientras la voz de Jónsi, como un chelo, camina entre notas con perturbadora fluidez. Así percibimos el arte de Sigur Rós, que es el arte de repetir sin aburrir.

Desde la primera canción oímos ruidos místicos producidos por el sintetizador, mientras el bajo marca los compases con notas largas. La voz de Jónsi se oye relajada, como en tono de conversación. Repite la misma frase, dice algo, lo puedo sentir. Nuestra memoria asocia lo que nuestros sentidos intentan traducir en recuerdos. En realidad, no dice nada, todo es artificio. A mitad de la canción, comienza un sádico juego de sintetizadores que distorsionan la voz para recordarnos que lo que oímos no es real. Pero el timbre robótico que escuchamos sigue siendo el aire en la garganta de Jónsi.

Si sus frases no significan nada ¿por qué las repiten tanto? La banda se inventó un nuevo lenguaje al que llamaron Vonlenska, basado en permutaciones de palabras y sílabas no semánticas. En sus discos es posible escuchar repeticiones de estas estructuras silábicas, sin embargo, () es el único álbum cantado enteramente en este idioma. Pero y ¿por qué, en esa repetición incesante, me cuesta cada vez más convencerme de que no dice nada, cuando mis sentidos me dicen lo contrario? ¿Es Sigur Rós quien que me engaña o soy yo mismo? Según Kjartan, ellos no son; pero con estos islandeses nunca se sabe qué quedó lost in translation.

«(Untitled)» (Video Oficial)

En la quinta pista no hay bajo, solo atmósfera. Las palabras son muy largas, casi no parecen palabras, son notas extendidas; la voz parece tocada por un violín en un artificio de cuerdas vocales. Hay momentos en que se sabe que la atmósfera va a subir, como cuando el cielo se pone gris y parece que va a llover, pero no lo hace; demoran el punto de éxtasis, nos generan tensión, nos hacen salivar. Cuando todo estalla, el placer es pleno, la satisfacción es corporal, se siente en los hombros.

Ahora teorizo como estudiante. Al no decir nada, lo que me muestran las letras son su propia presencia. Minimalismo duro, del de Donald Judd. Música cíclica, repetitiva, pero nunca la misma. Literalmente pueden decir lo que se les ocurra y deciden repetir las mismas frases asignificantes, una y otra vez, hasta el cansancio. Pasa algo parecido al repetir una palabra en voz alta de manera maniática, llegamos a un punto en el que pierde su significado y se convierte en pura fonética; pero si se hace el proceso inverso esta palabra gana significado, ellos lo saben. Saben lo que quieren decir, su lenguaje solo existe «en» la música. Después de pensar un rato, me doy cuenta de que puede que haya un poco de humor islandés detrás de este juego intelectual con el público.

En las entrevistas Kjartan Sveinsson (tecladista) dice que no querían ponerle título al álbum, solo porque se supone que un álbum deba tener título. También dice que como en su disco anterior tocaron por todo el mundo y cantaban en islandés, la gente no entendía las letras, pero hacían interpretaciones increíbles y las cantaban; por eso, en parte decidieron hacerlo sin palabras reales. Jónsi, el cantante, dice algo que me recuerda a Thom Yorke: “It´s pretty fun confusing people with having no titles of this album”. Ahora me río y dejo de buscar, termino acordándome del artista Francis Alÿs y su pieza Algunas veces hacer algo no lleva a nada.

“A veces hacer algo no conduce a nada” (1997) de Francis Alÿs

La tapa del disco refuerza la búsqueda de una idea de vacío: no contiene texto ni créditos, no habla de ninguna disquera y, por supuesto, no tiene los nombres de las canciones. Dentro, un libro con doce páginas en blanco invita a escribir aquella información que nos falta. Todas las canciones fueron llamadas «Untitled». Me pregunto qué buscarán con todo este misterio. Con el tiempo que llevo escuchándola, me he dado cuenta de que mi relación con Sigur Rós es un poco perversa: me tiene pensando y no sé qué pensar.

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