¿Cuántas Vidas me Quedan?

Tal vez, muchas

Noel Delgado Mujica
Mensajes de Texto

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Noel Delgado Mujica

Cualquier joven o muchacho contemporáneo citadino debe estar familiarizado con la idea de la “obtención y recuperación de vidas” desde el momento en que comience a jugar cualquiera de los videojuegos que tan de moda han estado en los últimos años.

Tal idea de obtener y recuperar vidas fue una (re)invención de los creadores de los mencionados juegos para poder permitir que los aprendices de jugadores y los jugadores ya con experiencia pudieran continuar jugando infinitamente luego de que algún “malo” del entretenimiento los matara y, consiguientemente, acabara con el juego.

Eso es así, porque el fundamento de casi todos esos videojuegos es la confrontación y la destrucción mutua del individuo que juega, frente a los seres seudohumanos, supra humanos, sobrenaturales, bestiales, extraterrestres, zombis o fantasmagóricos que, en cantidades inimaginables, se le enfrentan desde la pantalla o monitor con todo tipo de armas o de artefactos de destrucción.

Pero, si esos aterradores y hábiles enemigos tenían tales armas e invencibles habilidades, el muerto iba siempre a resultar el joven o muchacho jugador que se atreviera a enfrentarlos desde fuera de la pantalla. Y tal desenlace conduciría, necesariamente, al final del juego por muerte del protagonista. Fue entonces, imagino, cuando debe haber surgido, de alguna “mente creadora”, la idea que sirve de base para este escrito: “obtener y recuperar vidas” una y otra vez de manera que se garantizara la supervivencia del jugador.

La idea, como es de suponer, no es de originalidad absoluta. Todos sabemos que ciertas religiones fundan sus predicamentos en la resurrección y/o en la reencarnación, que nos es otra cosa que obtener o recuperar vidas. Existen mitos relacionados con la existencia de vidas pasadas y, desde luego, de vidas futuras. Que si antes fuimos un sapo o una serpiente, o pilotos de aeronaves o domadores de cebras verdes, un dinosaurio o una pequeña lagartija, o lo que sea. Y que si en el futuro seremos un escorpión, o una vaca gorda o un gorrión, una llama peruana o un elefante chino. Cualquier cosa.

Yo, por mi parte, prefiero seguir pensando que mi vida –única—es ésta que estoy disfrutando o padeciendo aquí y ahora. Que comenzó cuando nací y finalizará cuando muera. Y que la única forma que tengo de “revivirla” es mediante los recuerdos que mi memoria atesora y evoca, constituidos por momentos sobresalientes de los años transcurridos –agradables o no—y que puedo “traer” al presente de manera voluntaria, a veces, o sin querer, en muchas oportunidades.

Se ha dicho insistentemente que “recordar es vivir” y, aunque no lo sea de manera exacta, es, al menos, volver a experimentar imágenes y sensaciones que quedaron en el pasado pero que, al evocarlas, pueden producir en nosotros un amplio abanico de reacciones y de sentimientos. Así, nuestro repertorio de vidas, en plural, es infinito, inacabable, de las dimensiones que abarque la cantidad de nuestros recuerdos.

Entonces, cuando me pregunto: ¿cuántas vidas me quedan? Mi respuesta es “muchas”, aunque me sea imposible mencionar una cantidad.

Hay una pregunta parecida en la forma, pero totalmente diferente en el sentido: ¿cuánta vida me queda?, así en singular. La respuesta puede estar en la expresión: “todo lo que puede suceder en algún momento, puede suceder ahora”.

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