No, no está mal

España Bizarra
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8 min readJun 12, 2020

Bien, vamos a asumir que has terminado aquí porque te he pasado el enlace, y que te lo he pasado porque me has venido a decir que el nombre de una ciudad, municipio o pueblo que escribí es incorrecto. O ni siquiera, y te has limitado a responderme con el nombre correcto.

Nunca me habían dicho algo parecido, diantre.

Obviando la tremenda grosería que es ir por ahí corrigiendo a desconocidos (buenos días lo primero, ¿no?), te contesto: no, no está mal. Salvo que me hayas pillado en un día tonto y se me hayan atropellado los dedos, ese nombre que he escrito en castellano (¿San Baudilio, Sangenjo, Fuenterrabía, Villarreal?) es correcto.

En este punto tendrás la tentación de rebatirme, pero muy probablemente te equivocarás al elegir un argumento falaz. Vamos a repasar los más habituales y dejar claro dónde yerran:

  • «Es que el nombre oficial es este otro». Perfecto, lo tendré en cuenta el día que escriba en un documento, medio o lugar (señal de tráfico, etc.) oficial, tanto estatal como regional. Es decir: la toponimia oficial está muy bien cuando tenemos que ponernos de acuerdo en qué forma preferimos para referirnos a un lugar que tiene más de un nombre, normalmente porque en él se habla más de una lengua, en aquellos lugares comunes (los de arriba) donde cada uno puede ir usando su lengua, faltaría más. Pero la toponimia oficial, sus leyes publicadas en el BOE, los estatutos de autonomía, los acuerdos en pleno de los ayuntamientos, etcétera simplemente no tienen efecto fuera del ámbito oficial. En el uso coloquial, el bar, las redes sociales y demás lugares de vicio y perversión, no solo es correcto sino recomendable que un catalán diga ‘Cadis’, un vasco ‘Madril’, un gallego ‘As Palmas’ y una señora andaluza ‘Ibiza’.
  • «A ver, si no vas a respetar las leyes dilo claramente, o mejor: móntate un partido y te presentas a las elecciones». Quizá no me he explicado del todo bien. Las leyes que regulan la política o normalización lingüística (Ley 3/1983 de normalización lingüística de Galicia, Ley 1/1998 de Política Lingüística de Cataluña, Ley 10/1982 básica de normalización del uso del Euskera, etcétera) no establecen qué es correcto o incorrecto en una o otra lengua, que para eso ya están las respectivas academias, sino cuándo y cómo puede usarse cada una desde un punto de vista legal y oficial. Al respecto de la toponimia, todas ellas dicen qué forma será la oficial (la gallega en el caso de Galicia, la catalana en el caso de Cataluña, la que determine cada entidad local en el caso del País Vasco, etcétera) y dónde debe usarse obligatoriamente ésta. Que, oh sorpresa, no es tu casa ni la mía ni una red social de una empresa estadounidense, sino la rotulación (señalética) de vías y espacios públicos y, por extensión, documentos oficiales de cualquier administración española donde figuren dichos nombres (censo, padrón, catastro, etcétera).
  • «Pero es que el nombre oficial es el que los habitantes del lugar han elegido y por tanto debe respetarse». Non sequitur. Dando por hecho que lo primero es cierto (desde un punto de vista democrático y por tanto en detrimento de las minorías) lo segundo te lo acabas de inventar. En aquellos lugares comunes amparados por la ley (=oficiales) ya aplica ese respeto, como explicamos arriba, pero en su casa (=coloquialmente) cada uno puede hacer lo que quiera, faltaría más. Vamos a poner un ejemplo para que quede claro: en la década de 1980 el gobierno de Côte d’Ivoire pidió al resto de la comunidad internacional que llamase al país por su nombre en francés y solo por él para evitar confusiones. Pues adivina qué: 40 años después lo seguimos llamando Costa de Marfil, Costa d’Ivori, Boli Kosta o Costa do Marfil. ¿Es esto una falta de respeto? Pues si estoy en una recepción de palacio invitado por su presidente a tomar un té y un Ferrero probablemente sí, pero si estoy escribiendo gilipolleces en mi blog pues no: simplemente uso mi idioma.
  • «Ya, pero si una ciudad está en Galicia/Cataluña/País Vasco su nombre correcto será en gallego/catalán/euskera, no en castellano.» Pues no: será lo correcto si escribes en gallego/catalán/euskera pero cuando lo hagas en castellano lo correcto será, al menos desde un punto de vista lingüístico, usar el nombre castellano cuando exista. Ojo porque además este argumento ignora que en esos lugares no solo es cooficial el castellano (y por tanto tan correcto un nombre como el otro) e incluso viven castellanohablantes, sino porque de repente ya hemos olvidado la oficialidad, y resulta que hay casos muy divertidos, especialmente en el País Vasco: es oficial Bilbao pero no Bilbo, Álava se llama oficialmente Araba/Álava, etcétera.
  • Alternativamente a lo anterior: «Bueno, pero es que al ser Lleida/Vilagarcía/Gipuzkoa nombre oficial de un lugar español de acuerdo a las leyes españolas, automáticamente ese nombre está en español». Obviamente no: por mucho que intentes mezclar español (como concepto geopolítico) con castellano (el idioma), la toponimia oficial nunca es un criterio válido desde el punto de vista lingüístico. Además, ojocuidao porque esta confusión español-castellano discrimina al resto de lenguas cooficiales y aquí hemos venido justo a lo contrario.
  • «Es que esa traducción está mal». Señora suélteme el brazo: yo no traduzco. Cuando tengo alguna duda consulto Wikipedia para verificar el nombre correcto en castellano de los sitios. «¡Pero en la Wikipedia puede escribir cualquiera!» Claro, y por eso los artículos tienen referencias que indican qué obra de acreditado prestigio respalda lo expuesto. En el caso de la toponimia suelen ser diccionarios especializados, el propio diccionario de la RAE y en último extremo documentación oficial (censos, padrones, etcétera).
  • Variante de lo anterior: «Carballino está mal traducido: ‘carballo’ es roble en gallego, así que si quieres traducir Carballiño al castellano en todo caso será Roblecito». El primer error es asumir que una forma está traducida de otra, cuando habitualmente en esto de los idiomas las cosas no suelen ser tan simples, ya que vienen de siglos atrás y se mezclan, y evolucionaron de idiomas anteriores. Es por ejemplo muy típico que alguien tache a Sangenjo de mala traducción de Sanxenxo (y proponga como alternativa ‘San Ginés’, claro), pero resulta que ambas formas proceden de Sanctus Gĕnĕsius, título latino dado a Poseidón, que en la Edad Media se corrompió a Sanctu Geneciu y mire usted por dónde esto se pronunciaba entonces igual en castellano y en gallego, divergiendo luego con el paso del tiempo tanto la fonética como la grafía. El segundo error es ponerte a traducir a lo loco, lo que normalmente SALE MAL. El ejemplo de arriba es especialmente divertido porque resulta que ‘carballo’ también es roble en castellano, así que ‘carballino’ es totalmente correcto. Otro caso idéntico es Porto do Son, que algún intrépido tuitero me ha propuesto traducir no como Puerto del Son sino como Puerto del Sonido, porque claro, ‘son’ en castellano es sonido. No, espera…
  • «¿Pero por qué traduces los nombres de los lugares? ¿Acaso traduces los de personas?» De nuevo: yo no traduzco nada. Pero resulta que en castellano los nombres de personas no se traducen salvo que sean reyes, santos o personajes históricos, pero los de lugares pues sí.
  • «Di lo que quieras pero esas traducciones no las usa nadie.» Vamos a ver, las he usado yo y por eso estás aquí. Si aparecen en diccionarios, Google Maps, libros varios, la Wikipedia, etcétera es porque probablemente las use más gente. A poco que rasques es fácil encontrar ejemplos, incluso procedentes de lugareños.
  • «Es que lo que yo te digo está bien porque así me lo enseñaron en el colegio/instituto». Ad verecundiam. O rebates los argumentos de arriba o tus profesores no fueron tan buenos y neutrales como debían.
  • «Es que me ofende que uses el nombre castellano para mi ciudad». Bueno, aquí ya abandonamos los criterios lingüísticos para pasar al plano emocional. Primero, ofenderte no te da la razón. Es decir, si te quieres ofender porque otros hablen raro (o incluso bien, como hemos visto en los puntos anteriores, pero no como a ti te gusta) adelante: dos trabajos tienes. Segundo, no te ofendo yo: te ofendes tú solito. Yo no he ido a tu casa a gritarte lo que no quieres oír, estaba a mi bola y tú has venido a leerme. ¿Te molesta algo de lo que he dicho o cómo lo he dicho? Pues lo siento porque no era mi intención pero en el fondo me da igual, eso sin mencionar con que de acuerdo a esta lógica perversa más motivo tengo yo para enfadarme, que estaba tan feliz hablando de mis cosas y me has tenido que venir a corregir.
  • «Que uses topónimos en castellano me oprime». Tururú. Opresión es que te prohíban por ley hablar como quieras y te multen si no obedeces. Pero resulta que no: la ley te garantiza libertad de expresión y tu lengua es cooficial y cuenta con toda la protección que necesitas para que nadie coarte dicha libertad. Que con este panorama intentes argumentar sin reírte que una señora a la que has visto escribir Onteniente en Twitter te oprime y de algún modo cercena tus derechos fundamentales es tan ridículo como los valencianos que se ofenden porque los británicos coman sándwiches de paella. ¡Con chorizo! El problema, claro, es que tienes que elegir:
¡Qué putada!
  • «Es que ese topónimo es franquista». Variante histórica de lo anterior. No solo el franquismo acabó, loado sea Zeus, hace ya más de 40 años sino que normalmente no es así: es cierto que Franco impuso como oficial la toponimia castellana a todo cristo, pero la inmensa mayoría de topónimos existían de antes. Es muy fácil encontrar en Google Books diccionarios geográficos castellanos del siglo XIX e incluso referencias bibliográficas anteriores donde aparecen alegres y ufanos esos terribles topónimos franquistas: te animo a echar un ojo cuando tengas tiempo. «Vale, pero como Franco los impuso a sangre y fuego, hay que evitarlos por respeto hacia las víctimas». Claro, y como a Hitler le gustaban los pastores alemanes pues hay que evitar tener perro. ¿He respondido a un ad Francoum con un ad Hitlerum? Pues sí, lo he hecho.
  • «Ten al menos la sensibilidad de usar la toponimia en gallego/euskera/catalán porque son lenguas minoritarias y discriminadas». ¿Minoritarias? Evidentemente tienen menos hablantes que el castellano, al igual que éste tiene menos que el chino, claro. ¿Discriminadas? Ni hablar: son cooficiales, en aspectos como la toponimia oficial se prefieren con frecuencia al castellano y las respectivas administraciones regionales las protegen y fomentan. Pedir a quien no las habla que en su día a día, cuando se expresa en su lengua en espacios privados o propios, renuncie a parte de ésta como muestra de respeto o deferencia es más ridículo que otra cosa.

Y creo que ya estaría. Perdona la chapa, pero como comprenderás después de más de 100.000 tuits no eres el primero que ha venido a mantener (o intentarlo) una discusión conmigo porque tal o cual topónimo está mal y claro, no lo puedes dejar pasar. Quizá te parezca grosero que te plante un enlace a este rollo macabeo como única respuesta, y en tal caso discúlpame, pero entiende también que repetir la misma discusión 200 veces aburre. Mucho.

¿Tienes algún argumento nuevo y diferente a los anteriores que podría llegar a sacarme de mi terriblemente equivocada postura? Adelante, exponlo (espoiler: no va a funncionar). ¿En realidad no pero igualmente me vas a dar la brasa porque patatas? Pues perdona que no esté especialmente entusiasmado ante la perspectiva de la 201.ª repetición. Ya me entiendes…

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