La era del escepticismo

Javier Martín G.
Meta Volante
Published in
6 min readJul 18, 2019

Después de ganar cuatro Tours (2013, 2015, 2016 y 2017), una Vuelta (2017) y un Giro (2018), Chris Froome conseguía hace unos días su primera gran ronda por etapas, la Vuelta a España de 2011. Lo hizo mientras se recuperaba de las múltiples fracturas sufridas cuando examinaba el terreno de la pasada Dauphiné Libéré. La victoria diferida fue consecuencia de la sanción de la UCI a Juan José Cobo, sorprendente vencedor de aquella edición y del que poco más se ha sabido después.

Este es el ciclismo al que nos hemos acostumbrado durante los últimos años, un deporte habituado a recomponer podios con una década de retraso y cuyo palmarés está lleno de sospechas, tachones y asteriscos.

Todo empezó con el caso Festina, aunque es obvio que había empezado mucho antes. Ya en 1967 Tom Simpson cayó desplomado en las rampas del Mont Ventoux con tres botes de anfetaminas en el bolsillo de su maillot. No obstante, fue en ese verano de 1998 cuando fuimos conscientes de la magnitud de la tragedia. La detención de un masajista del Festina en la frontera francoblega, con el maletero del coche convertido en una farmacia ambulante ilegal, puso el Tour patas arriba. Mientras la gendarmería francesa entraba en los hoteles de los equipos a buscar pruebas del delito, el pelotón se plantaba, haciéndose el ofendido. Entre expulsiones y deserciones, la mitad de los participantes se quedaron por el camino. Solamente 98 de los 189 ciclistas que habían tomado la salida concluyeron en los Campos Elíseos el Tour más extraño.

La siguiente edición se vendió como el Tour de la regeneración, como si lo anterior hubiese sido solo un mal sueño. El vencedor fue Lance Armstrong y resultó el Tour más rápido de la historia, superándose por primera vez los 40 km/h de media. Entonces todos se centraron en loar la admirable historia de superación del ciclista estadounidense, que se había sobrepuesto a un agresivo cáncer y había regresado a la actividad para, en tiempo récord, conseguir la victoria por la que cualquier ciclista, y tres cuartos de la población mundial, daría años de vida. Era el triunfo del trabajo, la constancia y la fe, un relato demasiado emocionante para no abrazarlo.

Solo unas pocas voces, encabezadas por David Walsh, periodista del The Sunday Times, expusieron públicamente su recelo ante el hecho de que un ciclista notable, especialista en carreras de un día antes de la enfermedad, se hubiera convertido en un campeón del Tour de la noche a la mañana. Armstrong demandó por difamación al Sunday Times y el periódico accedió a un acuerdo por el que pagó 300.000 libras al corredor. Tuvieron que mediar años y una confesión en prime time para que la verdad aflorara y el semanario inglés devolviera la querella.

Hace unos días, Armstrong salió de su silencio para reivindicar sus seis Tours en una entrevista para NBC Sports: “Fuimos los que trabajamos más duro, los que teníamos las mejores tácticas, el mejor equipo, el mejor director, el mejor equipamiento, la mejor tecnología. Hubiera ganado el Tour si todos hubiésemos corrido limpios”. El exciclista reconoció el dopaje sistemático del pelotón: “No es solo una sensación que todos se doparan en aquella época, es que era un hecho”. Eran los tiempos de la EPO, cuando el hematocrito daba la medida del ciclista y el 50% era la cifra de la excelencia. Rozar ese porcentaje, sin pasarse, como en El precio justo, requería un método preciso y meticuloso. No daba positivo quien se dopaba, sino quien era descuidado o tenía peores medios.

En su libro Ganar a cualquier precio (Editorial Planeta, 2013), Tyler Hamilton describe la corrupción del ciclismo en aquellos días. “Habrían podido ponernos los mejores detectores de mentiras del planeta y los habríamos pasado. No porque nos engañáramos a nosotros mismos -sabíamos que estábamos rompiendo las normas-, sino porque no lo veíamos como una trampa. Nos parecía justo romper las reglas porque sabíamos que los demás también lo hacían”, cuenta el que fuera gregario de Armstrong en el US Postal.

Hamilton cuenta una anécdota, protagonizada por Roberto Heras, que refleja la relación que existía entre el pelotón y el dopaje.

Una noche en Tenerife Roberto por fin pronunció una frase completa:

Preguntó: “Cómo le echa azúcar al café un ciclista?”

Negamos con la cabeza, Roberto cogió el paquete de azúcar y le dio golpecitos rápidos como si fuera una jeringuilla. Todo el mundo se partió de risa.

El testimonio de Hamilton fue clave para que la USADA decidiera suspender a Armstrong en 2012. En Ganar a cualquier precio, el ciclista detalla su experiencia con el dopaje a lo largo de su carrera, de la cortisona a la testosterona, y de ahí a la EPO y a las autotrasfusiones. Un viaje que transita del recelo inicial a una existencia repleta de mentiras y autoengaño, siempre pendiente de la próxima dosis. Una rutina no tan diferente, en el fondo, a la de cualquier otro adicto.

El Tour de la regeneración acabó siendo el inicio de la época más infame de la historia del ciclismo: para la posteridad quedan los seis tachones en lo más alto del podio entre 1999 y 2004. Nos gustaría pensar que estas prácticas son cosa del pasado, pero la ingenuidad hace tiempo que quedó atrás. Relata Hamilton en su libro que nada irritaba tanto a Armstrong como comprobar que cierto corredor o equipo rendían por encima del nivel que se le suponía. “No es normal”, repetía entonces Armstrong, como si lo suyo sí fuera normal. Todos hemos pensado lo mismo muchas tardes delante del televisor: no es normal.

A fin de cuentas, los aficionados al ciclismo hemos tenido que debatirnos entre dos maneras de enfrentarnos a este deporte. La primera opción es el escepticismo. Ver las carreras en constante alerta, dudando de todo y de todos. La otra alternativa es optar por la suspensión de la incredulidad, como hacemos cuando vemos una obra de ficción. Establecer un pacto por el cual aceptamos todo aquello que nos resulta inverosímil -ya sea un dragón que vuela, un anodino profesor de química metido a narcotraficante o un sprinter que sube Alpe d’Huez tirando a tren del pelotón- con el objetivo de poder disfrutar de la trama sin darle muchas vueltas.

Durante años, el mundo del ciclismo, a excepción de Walsh y unos pocos más, se instaló en la segunda opción, aceptando acríticamente la farsa, aunque algunas señales fueran más que evidentes. Con el tiempo y las pruebas irrefutables, se fueron abriendo camino el desencanto, la desconfianza y la denuncia. Ahora, supongo que la mayoría nos movemos incómodamente entre una y otra alternativa, depende del día y del momento, depende de las ganas que tengamos de creer a las voces que pregonan la regeneración. El escepticismo 24/7 resulta extenuante, pero hace mucho que perdimos la inocencia.

En el epílogo de su libro, Hamilton se despedía con un mensaje esperanzador: “¿Puede recuperarse el deporte? Yo digo que, por un lado, el deporte ya se está recuperando: se ha avanzado mucho desde los días del Salvaje Oeste de mi era (…) Los cambios profundos ocurren lentamente, y no hay mejor ejemplo de ello que nuestro deporte. Puede que llegue la avalancha, pero la omertá no desaparece de la noche a la mañana”.

Ojalá Tyler esté en lo cierto y estemos avanzando en la dirección correcta, sin vuelta atrás. Ojalá no tengamos que esperar casi una década para saber quién gana este año el Tour.

Fotos | Wikipedia 1 y 2

Lecturas recomendadas

Ganar a cualquier precio, de Tyler Hamilton y Daniel Coyle

Pedaleando en la oscuridad, de David Millar

From Lance to Landis, de David Walsh

Seven Deadly Sins: My Pursuit of Lance Armstrong, de David Walsh

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