Las damas del tabaco

El libro Mujeres e Industria Tabacalera en Alicante plasma la historia de la ciudad a través de las voces de sus cigarreras

Claudia Cózar
Periodismo Local Lab
5 min readMay 22, 2019

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Alicante recuerda a los supervivientes. En su Mercado Central reposa la placa conmemorativa del bombardeo del 25 de mayo, con más muertes que en Gernika. La entrañable Plaza de los Luceros rememora al antifascista Miquel Grau. Y muy cerca de la Plaza de Toros se halla un lugar despampanante, con edificios altos y jardines. Es núcleo de representaciones teatrales y exposiciones. Pero entre sus paredes, también sobreviven risas y confidencias, sudor y vapor de máquina. Trabajo y futuro. Cultura y hojas de tabaco.

Esta historia se retrata en el libro Mujeres e Industria Tabaquera en Alicante, de la autora Teresa Lanceta Aragonés. En su sexto aniversario sobre las estanterías, ha cosechado ciertos logros, como el primer premio Bernat Capó en su decimoquinta edición. Pero sin duda, el mayor triunfo ha sido poner nombre a todas esas mujeres (y algunos hombres), que llenaron de vida aquel paraíso cultural. Dicho lugar un día fue la Fábrica de Tabaco de Alicante, motor de la localidad durante el siglo XIX. Su obispo, Francisco Antonio Cebrián y Valdá, negoció con la Compañía de Fabricación de Tabaco la cesión de una parte del edificio que se había construido como Asilo y Casa de la Misericordia. Un edificio dedicado a la atención y cuidado de los más necesitados convertido en un negocio económico.

El 20 de mayo de 1884, hace 135 años, tuvo lugar un espectacular incendio que destruyó parte de lo construido. “Todo el mundo acudió al edificio, temeroso de que aquello se desplomara entero. Con permiso de Alcoa, la Tabacalera ha sido siempre “la fábrica”, y su papel en la economía alicantina era fundamental”, afirma Lanceta. Durante sus dos siglos de existencia, allí fabricaron todo tipo de tabaco: cigarrillos a los que llamaban “caldo de gallina”, los “Celtas sin boquilla” o los famosos puros “Farias”.

Pero si algo caracteriza a ese lugar, tanto que ahora le da nombre, fueron sus trabajadoras. Las llamadas “cigarreras”, mujeres de las zonas más humildes (el Raval Roig, el Casco Antiguo o San Antón) y de pueblos de alrededor (Mutxamel, Sant Vicent del Raspeig o Sant Joan), que tomaron las riendas de sus vidas para buscar un futuro diferente. El trabajo en la fábrica les proporcionó una independencia económica con la que jamás habían soñado. Ya no necesitaban a nadie más que a ellas mismas. Pasaron de estar recluidas y dedicadas a sus labores a salir y poder permitirse aquello que desde un escaparate les llamara la atención. Por ello, se dice en Alicante que una mujer que ha sido cigarrera es fácilmente reconocible. Llevan abalorios dorados, las uñas siempre arregladas y una poderosa actitud ante la vida.

Cigarreras posando junto a las máquinas. Fuente: Loreto Escandell

Pilar apura un cigarro con la misma elegancia que cuando era joven. Ella es una de “las cigarreras” del siglo XX, mujeres modernas y transgresoras. De padre obrero, madre ama de casa y con muchos hermanos, empezó de barrendera en la Fábrica de Tabaco en 1964, sin haber cumplido los dieciocho años todavía, para poder ayudar en la economía familiar. “Teníamos una bombilla colgada del techo con una cuerda y la despensa vacía día sí y día también”, recuerda. Se encargaba de todo lo relacionado con la limpieza, además de enchufar las planchas para calentar la comida de las cigarreras. Con la inocencia característica de la adolescencia, Pilar se iba con esas señoras de alto voltaje, que muchas veces discutían entre ellas.

De la mano al pedal

Cuando una barrendera alcanzaba la mayoría de edad, pasaba a ser operaria. Rosa, gran amiga de Pilar y también cigarrera, recuerda que observaba cómo lo hacían las de su alrededor. A base de imitación y memorización, aprendía. En el habitáculo también rondaban las llamadas “maestras cigarreras”, que se encargaban de supervisar la producción y de ayudar a las aprendices.

“Cambiaron las reglas del juego, los maridos se quedaban con los hijos y nosotras nos íbamos a trabajar”, cuenta Rosa

El día era largo; y el trabajo, muy duro. En los primeros años, se realizaban cigarros y puros a mano. Cuando llegó la industrialización, aprendieron a utilizar las máquinas, desde las más rudimentarias a las más modernas. Las primeras tenían planchas que cortaban las hojas según el tamaño del puro, y para que la plancha fuese cortando y los cigarros desplazándose, tenían que levantar un pedal que pesaba más o menos quince quilos, unas cuatrocientas veces al día. El proceso era tan lento, que, según cuenta Pilar, “veías a las mujeres mientras caían los cigarros arreglándose la falda o haciendo dobladillos a los pantalones de sus maridos”. Conforme pasaban los años, trajeron máquinas más potentes a la fábrica. Ponían el filtro, metían el tabaco y caía el cigarro, todo a gran velocidad.

Plantilla de la Fábrica de Tabaco en los años 80. Fuente: Loreto Escandell

Las jornadas laborales eran de mañana y tarde, afectando a la vida familiar. Las cigarreras de los pueblos llevaban a sus hijos al trabajo por la imposibilidad de atenderles durante el día, y las que vivían en la misma ciudad, hacían malabares para poder verles. “Cambiaron las reglas del juego, los maridos se quedaban con los hijos y nosotras nos íbamos a trabajar”, cuenta Rosa. Pero si algo caracterizó a las cigarreras alicantinas fue su camaradería y apoyo mutuo. Muchas de ellas se agrupaban para poder cuidar a los niños de las demás, y no dudaban en hacerle el relevo a la compañera cuando tenía que amamantar a su bebé. “Las veces que teníamos mucha producción, apañábamos los turnos para que las demás pudiesen descansar”, explica Pilar. Crearon su propia familia entre engranajes y cajas de Farias.

“Cuando una tenía un problema, hacíamos por aconsejarla y ayudarla. Teníamos más confianza entre nosotras que entre nuestros propios hermanos”, dice Pilar

Una fuerza que pervive

Rosa admite que nunca pensó que la fábrica cerraría, porque el trabajo iba bien y ellas gozaban de fama en toda España. Sin embargo, en 2010 se anunció el cese definitivo de la actividad en la Tabacalera. De los 338 trabajadores que quedaron, solo 35 fueron recolocados en plantas de otras zonas, y los demás se acogieron a la prejubilación o pasaron a engrosar las listas del paro. De entre ellos, 150 eran cigarreras de más de cincuenta años. En noviembre del mismo año, se inauguró el centro cultural que hay hoy.

Cigarreras en una fiesta en los años 60. Fuente: Loreto Escandell

El cigarro de Pilar reposa sobre el cenicero, ya apagado. Podría ser una metáfora del fin de esta historia, pero mujeres como ellas se encargan de mantenerla más viva que nunca. Las cigarreras son el símbolo de dos de los siglos más frenéticos en España y del municipio levantino; de la industrialización, la modernización y la libertad de la mujer. Pero sobre todo son símbolo de solidaridad y hermanamiento. “Nos lo pasábamos bien trabajando porque siempre estábamos pendientes las unas de las otras: cuando una tenía un problema, hacíamos por aconsejarla y ayudarla. Teníamos más confianza entre nosotras que entre nuestros propios hermanos”, dice Pilar, mirando a Rosa mientras sonríe.

Definitivamente, Alicante recuerda a los supervivientes.

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