Memorias

Mimí Yohualli Kitamura
Mimí Kitamura
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3 min readOct 4, 2019

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Si me retratas alegre, con la mueca apenas perceptible en el trozo de papel, ¿dejará la tristeza de nublarme los labios, de enraizarse en mi marcha, de ahuecar mis vocablos?

¿Qué hay de cierto, hembra, en tu mirada

que me escribe,

que me nombra,

que me abrasa?

¿Engendras, acaso, las mismas caricias cuando soy calma y cuando adviertes lo escarpado en mi sustancia?

No hay entendimiento que sea inherente al cuerpo,

ese vacío lo ocupa la fe;

bastan las horas,

basta el silencio,

para intuirnos perdidas, negando tres veces — al canto del hombre — lo que creíamos ser.

Y no es que la aurora revele mentiras como auxilio para nuestros pies;

es la conjetura precipitada de nuestros pasos que, a cada sombra, promete un nombre

en su afán por poseer… por creer;

mas astuta, la lengua murmura,

desde las espinas clavadas en los ojos,

que lo único nuestro…

lo único nuestro…

es apenas la sílaba extraviada al atardecer.

¿Y qué importa la jauría de imprecisiones que proclamamos con la muerte sostener?

Si a un sorbo del abandono,

no pueden mis manos, niña, enmendar tu mirada,

borrar la sonrisa,

dibujar el quebranto,

y arrebozarme la herida.

¿Qué importa si el sosiego ya no vuelve y los sueños truncados quedan herrados en nuestra piel?

Ningún tono menor es tan árido como la penumbra de los corazones que laten cada uno,

en desamparo,

en su extensión,

cuando parte la conciencia y las pupilas bajan el telón.

Y, entonces, la zozobra se enmascara de quietud

y los torsos estrujados;

y el amor sin pena y daño;

y mis vuelos de sirena bajo el mar

son reales, solo previo al despertar…

Ninguna palabra podría abrigar mis mañanas cuando vuelven mis ojos a apartarme de la ensoñación.

¿También te es difícil, niña, respirar, cuando las manecillas avanzan y los colores del cielo comienzan a menguar y asciende la noche, con sus tantos silencios y sus tantos llantos liberados para que nadie más los pudiera observar?

No todos los miedos se dejan disimular… algunos se aprehenden a nuestras mejillas, las enrojecen y nos suplican dejarnos abatir.

No puede mi carne, niña, florecer hermosura si soy defecto y tempestad.

Dirás que el horror también conserva su lado exquisito, sonreiremos y volveremos a jugar:

Pedirás que no emitan mis huesos más cantatas sobre la orfandad

y me ahogaré el recuerdo para no herir tu fragilidad.

Vendarás mis ojos, te ocultarás y, mientras aguardas el encuentro, contaré del uno al diez las cosas que no volverán:

los paisajes verdes,

los árboles fosforescentes,

tu reinado en el festival de primavera,

el oso gris que olvidaste en la cajuela,

el abrazo de tu abuela,

el orgullo de tu padre,

la esperanza de tu madre,

la osadía de caerte y levantarte,

la convicción de poder vivir del arte,

mirar tu yo en el espejo y, en lugar del hastío, amarte.

Mimí Kitamura

4 de octubre de 2019

mimi.yohualli@gmail.com

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