La Habana: Vedado, otra cara de la capital cubana

María José Navarrete
Modo Avión
Published in
4 min readMar 2, 2016

El barrio se ubica a cinco kilómetros, una hora a pie y cinco pesos cubanos convertibles (CUC) en taxi de la Habana Vieja. Se llama así porque en sus inicios estaba prohibido –”vedado”– a los pobres. Hoy, muchas de sus antiguas mansiones visten de humedad y otras conservan la elegancia de la época, rodeadas de edificios modernos.

En la calle B vive María Julia. En la puerta del departamento 63 está Hachi, su perro. Tiene unos ojos como pelotitas saltarinas que miran en distintas direcciones y unos dientes que parecen un buzón. Él casi no ladra. A diferencia de su dueña, que habla con verdadera vocación. Todo muy bien pronunciado, con distintas entonaciones y te entretiene conversando mientras comparte un café, te regala chocolates y te llena la cabeza con anécdotas.

Hachi, el perro de María Julia.

Hay cosas que las dice bajito “porque las paredes escuchan”. Por ejemplo, cuando relata que en su juventud no estaba permitido en el país el idioma inglés y tenía que oír a los Beatles con audífonos encerrada en su pieza. O cuando se queja de los trabajos en el campo que hizo su hija al salir de la universidad. En otras ocasiones no tiene problemas en subir la voz: enojada por “los niños salvajes” del barrio que le tiran piedras a los gatos para entretenerse, o molesta porque la gente tira tanta basura en las calles que un día caminando le llegó una lata de cerveza al tobillo. “¡Tiene que haber una nueva revolución!”, afirma.

La verdulería y carnicería de la calle B.

Una noche mientras pase a Hachi, María Julia se ríe de los peinados de samurái de las mujeres con falda corta que entran “al sucuchito de la esquina”. Un par de cuadras más adelante muestra la casa donde viven 42 gatos. Su amor por los animales llega a enternecer: cuenta que una vez tenían encerrado en la terraza de un tercer piso a un perro sin agua ni comida. De sus cuidadores no se sabía nada y ella empezó a hacer bolitas de carne para tirárselas desde la calle. Nunca supe en qué terminó la historia porque ella ya había empezado a narrar otra cosa:

Si se sube por la calle Línea, se llega al Coppelia más grande de América Latina. Allí solo se puede pagar en moneda nacional. Si pagas en CUC, te llevan a un salón diferente y mejor decorado, con tres opciones de sabores y tres veces más caro. Si se quiere probar mojito, una buena opción es caminar por el malecón hasta el Hotel Nacional. Es de libre circulación entrar de día o de noche y tiene mesitas con vista al mar. Allí han sido huéspedes numerosos presidentes y se espera que en su futura visita a Cuba, Obama también lo haga.

Vista del Hotel Nacional desde el malecón.

María Julia comenzó alojando a bailarinas extranjeras que venían a estudiar Ballet a La Habana. De esos tiempos también hay historias: apadrinó a un niño huérfano que quería ser bailarín y su familia no lo apoyaba. Tenía tanto talento que llegó a bailar en el Tropicana, pero un accidente lo dejó paralítico a los veinte y tantos años.

Ahora María Julia recibe a turistas, al igual que su vecina Mariadelín. Esta última además estudió turismo y tiene contactos de casas particulares en el resto de las ciudades más visitadas. Todos los días te aconseja dónde ir a comer, caminar o escuchar jazz. Para encontrar la información oficial, dentro de Vedado se puede ir al hotel Meliá Cohiba, donde está el buró de turismo y salen las visitas guiadas por la ciudad. También el hotel es la parada de un particular trencito que por un CUC y mucho reguetón se da una vuelta por el malecón.

Orlando Travieso en su taxi.

El vecino de Mariadelín, Orlando Travieso, trabaja de taxista. Él ni se incomoda cuando le preguntan si realmente es un travieso. Conduce risueño su coche antiguo azul que no tiene ni espejo retrovisor. Lo quiere convertir en descapotable “porque así les gustan a los turistas”, dice. Pero el último día, para evitar una panne de combustible, nos fuimos en un auto más moderno.

Al despedirme de María Julia, ella empieza a contar que hace unos días se salió el mar, que entró varias cuadras adentro, que tuvo que bajar a desconectar el ascensor y un montón de cosas más. Le digo que me quedan diez minutos para hacer las maletas e irme, que no tengo tiempo. La abrazo, le doy un beso a Hachi y me recuerda: “¡Escríbeme por correo para que sigamos cuchicheando!”.

No te pierdas Vedado, ni por supuesto el resto de La Habana. Reserva ya tu viaje a Cuba por Viajes Falabella.

--

--