Machu Picchu: El arduo camino para ver el Sol

Cruzamos más de 30 kms de selva y tomamos un riesgoso desafío de montaña, pero todo valió la pena para vivir una experiencia sin igual antes de descubrir al amanecer la maravillosa ciudad perdida de los incas.

Sascha Hannig
Modo Avión
6 min readMar 10, 2016

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Llegamos en la tarde a Aguas Calientes y solo quería cambiarme la ropa que se pegaba a mi piel. La selva peruana, aunque en altura, es húmeda, y para llegar allí ya habíamos caminado unos 10 kilómetros por el costado de la línea del tren. Los pies se quejaban, pero nada importaba. “Mañana toca ver el Templo del Sol, las ruinas y las cientos de llamas que deambulan en los alrededores de la ciudad”, les dije a mis amigas. Y yo estaba emocionada.

En Cuzco encontramos tres opciones para llegar a Machu Picchu: transporte convencional, tren —el más popular— o simplemente caminando. Ya que la juventud estaba de nuestro lado, la opción a pie nos pareció muy atractiva y nos sedujo aún más con el itinerario que ofrecía el tour Inka Jungle. En total unos 300 USD que incluían una apasionante aventura más la entrada al centro arqueológico, comida, alojamiento, tren de regreso y apoyo en cuatro ruedas para aquellas partes en las que no se pudiera caminar.

El camino comienza con un descenso en Mountain Bike desde uno de los puntos más altos del Perú

Nos embarcamos. El destino quiso que la travesía de 5 días reuniera a dos simpáticas chilenas con un grupo de dos ingleses, una holandesa y un coreano (que se parecía demasiado al cantante “PSY”). Además estaba nuestro guía Ricardo —quechua originario— quien nos contaba historias de su pueblo por las noches y hablaba perfecto inglés y español además de su lengua materna.

El primer día la aventura comenzó temprano y con bastante adrenalina: tuvimos que descender 50 kilómetros en Mountain Bike. Fuimos con cuidado y afortunadamente no nos pasó nada, pero Moon —nuestro amigo coreano— no corrió la misma suerte y, tras una fuerte caída, se accidentó la pierna. Esa noche dormimos en una comunidad Quechua en plena selva, donde monos, pericos y otros animales —cuyo nombre tendría que revisar en google—, nos asediaban.

Foto por: Jacob Murphy

En la mañana siguiente la ducha estaba fría, muy agradable para equilibrar el calor de la selva. Cerré los ojos. Ya habíamos caminado 19 kms. a través de acantilados y unas impresionantes vías construidas por los incas que aún se conservaban como hace más de 300 años. De cuento.

Continuamos al otro día el recorrido siguiendo los pasos que Hiram Bingham hizo para redescubrir Machu Picchu en 1902, antes de llegar a la base de la montaña que acoge a esta fantástica fortaleza del imperio precolombino. La ansiedad nos llenaba el alma. Luego de tanto esfuerzo, nos moríamos por ver y disfrutar de las ruinas. A esta altura eran nuestra meta pero principalmente nuestro más preciado tesoro.

El penúltimo día salimos a las 4:00 a.m. rumbo a las puertas del Parque Nacional de Machu Picchu, que abría a las 5:00 a.m. “Van a subir alrededor de una hora y media, o quizás menos” nos advirtió Ricardo, a quien veríamos arriba junto a Moon, que no podía caminar.

Cuando llegamos encontramos cientos de personas en la puerta. Visualicé a mis amigos haciendo distintas colas para ver cuál avanzaba más rápido. Estaba oscuro pero éramos iluminados por cuatro focos que dejaban ver cientos de insectos entre la bruma que cubría el valle.

Machu Picchu de madrugada , foto por Daniel Riley Eskiturk

“Las entradas de Machu Picchu están abriéndose, asegúrense de tener sus entradas” nos dijo una voz por megáfono. Me sentí dentro de una película como Jurassic Park, cuando sentí el crujido metálico del portón y vi el puente colgante enrejado sobre el río correntoso que separa el camino de la entrada y, finalmente, un bosque que escalaba el cerro hasta las nubes.

En medio de los caminos vehiculares asomaba la escalera del ascenso. Y ahí recién recordamos las palabras de Ricardo: nos esperaban 1.200 escalones de piedra construidos en tiempos prehispánicos. Nos preguntamos cuantas personas habían sido necesarias para armarlo, y apostamos que al menos 200.

Diez minutos después de iniciado el ascenso ya estábamos empapados por la humedad. Habíamos llevado casi dos litros de agua por cabeza y parecía poco. Esperábamos de vez en cuando a los que se habían quedado atrás, y veíamos a los otros viajeros en las mismas condiciones que nosotros. Me arremangué la camiseta hacia arriba y dejé todo mi torso descubierto, estaba abochornada, me pesaba la espalda y miraba siempre hacia arriba esperando ver la luz a través de los árboles. La recomendación es ir lo más desabrigado posible en el ascenso y llevar una polera de recambio.

“No se permiten desnudos” decía un cartel justo a la salida de la escalera. Machu Picchu es conocido por su conexión “energética” y al parecer mucha gente había peregrinado hasta allá para “purificarse” o sacarse fotos sin ropa mirando al horizonte. Ahora podían echarte si lo intentabas, así también si te encontraban donde no debías, si caminabas en contra del tránsito demarcado o si comías en espacios sagrados. Miré hacia el valle y me di cuenta que estábamos sobre las nubes, totalmente aislados. Inmediatamente me puse la camisa de nuevo y miré hacia la entrada donde nos esperaban Ricardo y Moon, quienes habían subido en bus.

Foto por Daniel Riley Eskiturk

Cruzamos la entrada, caminamos hacia la plazoleta central de la antigua ciudad amurallada y hacia el este vimos al Sol aparecer entre las montañas. Los rayos rebotaban en la bruma y el calor la esparcía. Un espectáculo muy difícil de describir.

Si alguna vez has visto una postal o fotos de amigos en Machu Picchu, probablemente conozcas la típica vista que muestra al fondo el Wayna Picchu (otra montaña con ruinas que puedes visitar) junto a las casas, los templos y los centros comunitarios. Sin embargo, además de esa vista panorámica, existen restos de hospitales, universidades, templos varios y conventos que debes visitar. Es más, la fortaleza Inca continúa en excavación.

A eso del mediodía decidimos pasar por la la Puerta del Sol, que es la entrada convencional a Machu Picchu si haces el “Camino del Inca” y nos encontramos con el Puente del Inca. Una ruta de escape a través de un acantilado que da vértigo con solo acercarse.

El vertiginoso “Puente del Inca”.

A las 16:30 horas decidimos irnos, a pesar de que no logramos ver todo el recinto para entonces. El cansancio fue más fuerte. Ya en Aguas Calientes pasamos por un restaurant y luego nos acercamos a la estación de trenes, que nos llevarían de vuelta a Cuzco para terminar nuestro viaje.

Al final del día sentía mis piernas quemadas y mi cara enrojecida del cansancio. Estaba agotadísima. Extenuada. Sin embargo estaba consciente que había hecho un viaje que jamás olvidaría y que tuve la oportunidad de aprovecharlo al máximo. Solo necesitaba una buena promoción de viajes —como las de Viajes Falabella y las ganas de sumergirme en una verdadera aventura.

El grupo de aventureros concluye con gran felicidad el periplo que marcará sus vidas.

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Sascha Hannig
Modo Avión

Viajera de corazón. Escritora y Novelista de misterio, creadora de Allasneda. Periodista de profesión, columnista ocasional.