El laicismo es la salvaguarda de las libertades civiles

Manuel Pulido Mendoza
Morir sin dios
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4 min readApr 11, 2018

Ante mi artículo de ayer, fruto de una ampliación de otro anterior, sobre el tema del laicismo, he recibido algunas reacciones y comentarios en las redes sociales, más o menos elogiosos o más o menos, críticos.
De todos ellos quisiera destacar este, de una colega de profesión, catedrática, que por respeto a ella, prefiero ahora no mencionar para no sacar de contexto la idea, pero que me ha hecho seguir reflexionando sobre el tema:

La pregunta es si el laicismo es salvaguarda de libertades civiles, o por el contrario constituye una amenaza a la libertad religiosa. Más allá de la licitud: este análisis no es el definitorio de la cuestión.

Acróstico Laïcité, del Observatoire de la laïcité de la República Francesa.

A efectos de este artículo no voy a hacer diferencia entre laicidad (laïcité en francés, veáse la imagen) y laicismo que, como expliqué ayer, son términos prácticamente sinónimos: la laicidad es la calidad de laico o de políticas laicas, esto es, no clericales, fundadas en derecho y filosofía moral, no en principios o credos religiosos; mientras que el laicismo, es la garantía del cumplimiento de estas políticas que permiten la convivencia pacífica de diferentes credos o conciencias sobre lo natural y lo sobrenatural.

El laicismo, entendido de modo literal, como explico en el artículo anterior, es la neutralidad del poder político ante el hecho religioso. Y no debe confundirse con el anticlericalismo estatal o político.

En ese sentido, sí, el laicismo es precisamente la expresión concreta de la salvaguarda de las libertades civiles, muy especialmente de la libertad de conciencia y de credo. Esto es lo más definitorio y concreto que se puede decir al respecto.

Portada del semanal satírico Charlie Hebdo que defiende la neutralidad republicana frente a la religión.

En la sociedad laica y el Estado laico, o donde impera el laicismo, se garantiza que el Estado de derecho y la convivencia, por tanto, se rijan por el principio de igualdad de todos ante la ley. Aunque cada uno sea libre de profesar el credo o descreimiento que quiera, no hay ningún credo u opinión de conciencia que dicte o modifique las leyes; leyes que emanan del ejercicio democrático y del cuerpo legislativo legítimamente formado, conforme a directrices Constitucionales de la República o Estado de Derecho, que, a su vez, se derivan de una ética, filosofía moral o del derecho mínimas, deducidas mediante la observación, la experiencia y la razón y que objetivamente son considerados buenos y positivos para todos. Me refiero, claro está, a los derechos humanos y libertades civiles más básicos de las sociedades abiertas.

Hay una confusión, no sé si intencionada o no, y si intencionada, con qué fin concreto, de confundir laicismo con anticlericalismo. Supongo que el origen del “pecado” está en el uso torticero de laicismo que algunos políticos anticlericalicales han hecho del mismo. Es decir, hay posturas anticlericales, que no son nada laicistas, esto es, que rompen, precisamente la neutralidad del poder político ante el hecho religioso. Es decir, la no confesionalidad, el ateísmo militante o el anticlericalismo, siempre en el ámbito del poder político o la administración pública, no son en puridad actitudes laicistas.

De este modo, los mismos anticlericales están regalando el término positivo del laicismo a los clericales, que, asocian a esta palabra todos los defectos que sólo pueden achacarse a estas políticas que no son respetuosas con la neutralidad religiosa de los poderes públicos, ni con la libertad de conciencia y credo de todos los ciudadanos.

En la reciente polémica por la “Procesión de la Vulva Poderosa” que formó parte de las manifestaciones feministas del 8 de marzo de 2018 en Guatemala, que podrán gustar más o menos, el único reproche que puede hacerse a las instituciones estatales es al cargo público que se dejó fotografiar con una imagen blasfema de fondo. Desde mi punto de vista, el Procurador de los Derechos Humanos, Jordán Rodas, faltó de la sensibilidad que se espera de su cargo precisamente por atentar contra la laicidad o defensa del laicismo. Ya sabemos que pidió disculpas y que explicó que se malinterpretó la imagen, pero también fue poco prudente ir a a solidarizarse con las víctimas de Hogar Seguro Virgen de la Asunción a la Plaza de Armas donde previsiblemente se iban a procesionar, por sexto año consecutivo, la imagen sacrílega -para los católicos- de la vulva paródica de la Virgen de Guadalupe.

Con esto quiero decir: amigos católicos, por la defensa, precisamente de sus derechos como creyentes en su fe, deben defender la laicidad y el laicismo, pues es la única garantía de que desde un poder público no puedan llevarse a cabo políticas o actos que puedan interpretarse como anticlericales, blasfemos o sacrílegos.

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Manuel Pulido Mendoza es director de la Escuela de Posgrado de la UFM (Guatemala) y autor habitual en el blog Praxis & Lexis y en la revista digital Disidentia. Se pueden encontrar sus publicaciones en Academia.com.

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