De como Lucha Méndez conoció a Quetzalcóatl

O. Onetti
Mosaico De Letras
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5 min readAug 18, 2021

Un águila se posó sobre un nopal, sujetando con el pico una serpiente.

ESPECIAL / pxhere.com

Esta que ves aquí no es otra que la afamada actriz mexicana Lucha Méndez, protagonista de nada menos que veinticinco telenovelas y más de 20 películas sólo en la década de los ochenta. El hombre de la izquierda es Alberto, su maquillista y consejero del amor. Llevan más de 30 años trabajando juntos, y aparentan ser una pareja normal, excepto porque a menudo comparten los novios y porque de vez en cuando se fuman una dosis de aquello.

La razón no puede faltar: bien porque está haciendo frío, les da inspiración previo a comenzar un empleo, o simplemente porque no tienen algo mejor que hacer. Y pues no, no es como que tengan mucho tiempo libre, al contrario. Aunque es verdad que ella hace mucho dejó de ser solicitada para proyectos importantes, de vez en cuando la contratan para grabar algún comercial, cantar en algún palenque, o simplemente y sin pensarlo se convierte en la comidilla de la semana por algún comentario salido de su boca y de sus manos, y acapara las noticias más virales de los portales más sosos de Internet. Y sí, por esta última razón es que la llaman a menudo para aparecer en programas de revista y comentar sus anécdotas.

—Les digo que con estos ojos vi al mismísimo Quetzalcóatl. No fueron los ojos de "Jana Jacqueline", la bruja de la novela esta que grabé con don Felipe Alonso… ¡Fueron los ojos de Lucha Méndez! Una vez vi a Quetzalcóatl, el creador de la humanidad.

Lucha Méndez y Alberto se reunieron para discutir si ella debía o no presentarse al casting para la nueva narcoserie del productor de moda. Ella pensaba que no habría otra oportunidad para relanzar su carrera si no aplicaba para el papel de "La reina del oriente", la amante del narcotraficante Saúl Granados Valencia, alias "El Kalimán". Pero antes, habían hecho lo de siempre.

—Me dijo Pedro Anguiano que en el guion no había mucho que decir, que casi todo era improvisar y sabes que se me da. Pero que había una escena de esas, ya sabes, y que por eso nadie se animaba. Yo sí me atrevo, pero no sé si a tanto.

—Pues a lo mejor si no es en esta chance no será en otra, reina. Ya no te cueces al primer hervor.

Sobre sus cabezas flotan volutas de humo que a ratos se vuelven verdes, después rosas, finalmente violetas, y luego se desvanecen. A la par se alza un aire frío, luego unos calores pegajosos que le paran los pelitos de la nuca, como cuando se acercaba a ella Luis "El Rey", el actor aquel con el que nadie creía que había tenido un noviazgo no oficial porque él nunca lo aceptó, al menos no ante las cámaras, por allá de los años noventa. Así le pasó a veces cuando anduvo con Joel Torres, el papá de Toñito, su hijo, aunque con menos intensidad.

Mira la foto sobre el buró y ve a Toñito con 12 años. Hace mucho que no hablan, a lo mejor es que él también se avergüenza de ella, pero no se lo quiere decir, o eso piensa cuando lo llama y responde aquella desagradable contestadora.

Probó la mota por primera vez una tarde en que los nervios la dominaron después de un día muy pesado de grabaciones. En el set, alguien disparó una pistola real y Leonardo Argüelles acabó muerto de manera accidental. Carlos Carrasco negó malas intenciones y lloró desquiciado cuando supo lo que había pasado. Lucha Méndez, quien tenía que haber grabado luego una escena con ambos, se volvió loca, y no tuvo idea del tiempo hasta que llegó a su casa por la noche, sin deseos de pensar ni de sentir. Se la ofreció Alberto y ella no pudo negarse.

—Les digo que era real, no estoy inventando. Era Quetzalcóatl, con sus escamas verdes y sus largos bigotes…

Alberto la mira desde arriba, con la cara larga y aperlada en sudor.

Desde aquella vez le costó mucho encontrar trabajos donde no sintiera miedo. Además, un día sin querer se dio cuenta de que se había enrolado en papeles enfocados en criminales, o bueno, en las esposas o amantes de estos, porque era lo mejor pagado por aquellos años. Esa vez alguien le dijo que había estado haciendo el mismo rol, la misma cara impasible, con iguales expresiones tanto para una escena de celos, un asesinato, un encuentro romántico o una ceremonia de premios. Pero lo peor no era eso.

—No, no sé si estés para el papel, Luchita. Pensamos en alguien más joven…

—No lo digas, Bertitha. Ya entendí.

Una noche, después de que fuera rechazada en otro casting para interpretar a la madre sinvergüenza de una muchacha, se reunió con Alberto y soltó el llanto. Sólo él podía comprender y decirle qué era lo que pasaba y por qué de repente todos le negaban trabajo. No era la falta de belleza, pues había invertido miles en levantarse lo necesario y borrarse las líneas de expresión a tal punto de que no podía sonreír. No era la falta de talento, pues aunque ya no podía mover la cara, podía ser mala un día y buena al otro, y sobre todo, sabían salirle las lágrimas o le salía una voz ladina si el cuadro lo ameritaba.

Alberto sonrió frente a ella, y le contó sobre Axel, el chamaco que conoció en una exposición en Monterrey. Pero Lucha dejó de oírlo para escucharse a sí misma, sollozando.

Toñito tampoco le contestó el teléfono esa vez. Escuchó el “BIP” varias veces, colgó y lo intentó de nuevo, pero sucedió lo mismo.

"Hola. Probablemente estoy en casa. Estoy evadiendo la llamada de alguien que no me cae bien. Deja tu mensaje, y si no te devuelvo la llamada… ¡eres tú… BIP, BIP!"...

Una serpiente se posó sobre un nopal, sujetando con el pico una serpiente.

Lucha Méndez se mira el espejo como si fuera la primera vez. Ve de forma extraña su rostro perfecto, pero también los surcos y pecas del cuello, la sonrisa falsa, y los pegostes de keratina que sobresalen de su cabello de extensiones. A su lado se encuentra Alberto, la panza descubierta, repleta de vello; él ríe solo, no sabe bien por qué, porque lo cierto es que ya no tiene 35 años, ya son 68. Y de pronto, mientras un escalofrío la recorre desde la cabeza hasta la punta de los dedos, una lágrima cae sobre su pecho y se da cuenta del milagro; ahí no pasa nada, sólo avanza el tiempo, y la juventud se ha llevado con ella su alegría, su trabajo y sus sueños.

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