(Artículo escrito en conjunto con Raquel Campos, originalmente publicado en Nativa.cat, en mayo de 2014)

Si uno se rodea de según qué intelectuales, decir que la tecnología es “mala” queda bien. Si, en alguna de sus vibrantes reuniones sociales, uno rescata que Facebook es “una herramienta perversa” proyectará sobre los presentes una imagen filosa y crítica. Si, además, adopta un tono conspirativo, ligeramente confidente, y sentencia que internet crea “malos hábitos” y peores consecuencias será recompensado con los aplausos fervorosos de sus iguales.

Sin embargo, lejos de estos ambientes, que rehabilitan la decimonónica idea del salón social burgués tan bien retratado por Proust, hay otro uso y percepción de las redes sociales y otros new medias, que no pueden encerrarse en etiquetas. Confundir el uso de una plataforma online en un contexto social concreto con la totalidad del espacio público es como confundir la versión local de un plato con la totalidad de la gastronomía.

El vicio principal de esta sociología ansiosa consiste en llenar de juicios de valor el hueco que genera no poder predecir la evolución de los usos y costumbres de la tecnología. Esta actitud es de renuncia a la crítica para abrazar una curiosa forma de moralismo, en general de lo más conservador, que se despreocupa de entender el fenómeno.

Obviamente, las redes sociales no son herramientas neutras y, efectivamente, condicionan una serie de comportamientos, hábitos y usos. Pero que sean “nefastos” o no depende de la alternativa de “dominar la herramienta o ser dominado por ella”.

Dominar la herramienta conlleva entenderla, participar en ella, asimilarla, vincularla con nuestros hábitos y nuestras aspiraciones. Independientemente de las intenciones de quienes diseñaron Facebook o de nuestros juicios de valor la alternativa está abierta y debe ser contemplada.

Hábitos enajenados (y sus espejos)

Creer que existe una herramienta capaz de manipularnos completamente y arrastrarnos a la enajenación es hacer una lectura fetichista. La perspectiva que resalta lo negativo de las redes sociales no incorpora el devenir, ni la experiencia; mucho menos la curiosidad o el misterio. En Facebook hay tiempo para todo, tiempo para denunciar la más terrible de las injusticias (manifestantes en la Primavera Árabe) y tiempo para el exhibicionismo más ramplón (la selfie en el baño).

Efectivamente, las redes sociales no son (ni pueden ser) una pasarela de reflexiones brillantes y profundas. Sin embargo, la explicación no está en el poder manipulativo de la herramienta. Muy al contrario, la catarata de superficialidad que podemos encontrar se afirma sobre los mismos resortes que en la vida offline: estados de ánimo alterados, falta de autocontrol en la interacción social o, simplemente, búsqueda activa de entretenimiento frívolo.

La sensación de falta, la aspiración de un lograr-todo que promete felicidad total, es propia del discurso capitalista del siglo XIX y del XXI. La “enajenación” no es, entonces, específica de o inherente a la experiencia Facebook o de cualquier otra plataforma, sino que depende de con quien se junte cada uno.

Sobre todos los soportes, los del XIX y los del XXI, las personas invierten un tiempo considerable de sus vidas buscando lo mismo: reconocimiento, atención, consideración de su persona. Y la pose, la falsa amistad está en la socialidad de las grandes ciudades y en muchos niveles de la interacción humana actual: el teatro de lo social existe online y offline.

La omnipresencia de la tecnología en otros aspectos de la vida social debería hacernos replantear la autenticidad de las relaciones en todo orden. Así, criticar la socialidad online por ser inauténtica es mirar al dedo y no a dónde apunta, que es el salón de cada uno. A la luz de las relaciones “reales”, la parodia de sí mismo en Facebook puede resultar hasta una variante de supervivencia o, aún mejor, una forma creativa de aproximarse a la vida social.

Si bien es cierto que la experiencia online puede ser fuente de ansiedad -especialmente en relación a la falta de control de la información personal- lo es en tanto espejo de la vida offline. La diferencia, en términos de interacción, está en que no hemos tenido una educación (formal o informal) para socializar online. En la vida offline, conocemos las consecuencias negativas de, por ejemplo, las actitudes falsas o autopromocionales. Sin embargo, en la socialidad online esos comportamientos no están (por ahora) tan claramente valorados.

La vida es virtual

Las posturas pesimistas frente la supuesta “virtualidad” de las redes sociales tienen dos problemas. En primer lugar, son extremistas (esto también le cabe a los optimistas de la ciberutopía). Además, y sobre todo, ignoran que la vida misma es virtual. Al confundir la “virtualidad” con lo online o lo computerizado, estas posturas desconocen la dinámica social o, peor, dan cuerpo a la utopía antisocial y sus fantasmas.

Estos pesimistas creían que con internet íbamos a trabajar desde nuestras casas y los centros de las ciudades iban a perder sentido. Algunos creían que con las redes sociales ya no iba a haber encuentros “reales” entre las personas.

Sin embargo, los centros de las ciudades siguen siendo espacios codiciados, cargados de actividades. Las personas que se comunican en una red social se siguen encontrando, y no creen que la “virtualidad” sustituya al cara a cara: incorporan lo online al cara a cara.

La virtualidad es propia de todas las relaciones sociales porque toda la cultura humana es virtual: está en nuestras cabezas y solo existe porque nosotros nos la creemos y, por motivos variados, la reproducimos. Jugar en una videoconsola es una actividad tan virtual como jugar al escondite. La diferencia es que en la primera el patio está dentro de un ordenador y en la segunda, delante de casa.

Por lo tanto, la virtualidad de lo online no es un ente abstracto separado de lo “real”. Es una interacción gráfica, basada en la offline, mediada por herramientas y tecnologías como el ordenador, la conexión a internet, el software (cultura material) y el lenguaje, normas y socialidad propia de lo online (cultura inmaterial). La experiencia en una “red social” no es una oda a una colectividad de amigos inexistentes sino que tiene un correlato en lo offline: las personas que escriben son personas reales, no androides.

Así, las redes sociales no nos proponen una socialidad inédita, nos proponen un tipoinédito de socialidad, con soporte online. La online es una capa que se agrega a nuestras vidas y que incide en las demás, pero no las anula. La experiencia online influye la offline y viceversa, y el puente es continuo aunque no sea obvio en todos los casos.

La serenidad como responsabilidad

Todos hemos tenido malas experiencias mediadas por la tecnología: repeticiones estériles, recorridos circulares, automatismos maquinales. Pero también nos ha pasado lo contrario: encuentros impensados, vínculos transnacionales, deliberaciones humanas.

Todos los espacios sociales y los usos tecnológicos requieren que con el paso del tiempo emerjan normas no escritas sobre su uso. Las nuevas tecnologías son en parte definidas a largo plazo por los usuarios y el significado que éstos les dan. Estas reglas de uso pueden coincidir o no con las propuestas originalmente en su diseño.

Es decir, los programadores piensan qué haremos con la herramienta sus usuarios, pero somos los usuarios los que, efectivamente, damos entidad a la herramienta que ellos crean. Y al usarla podemos romper con su mandato, dado que no existe una relación jerárquica formal entre ellos y nosotros. Abundan ejemplos sencillos: el uso de un doble tocadiscos (pensado para reproducir música) como el instrumento musical central de la cultura del rap o el uso de la cámara reversible del celular como espejo para maquillarse, entre tantos otros.

Entonces, acotar aquello que aparece como exceso forma parte de nuestra responsabilidad como usuarios y actores sociales, y esa responsabilidad es moderada por las costumbres y no sólo por la élite de Silicon Valley. El carácter manipulativo de los programadores de la vida online debe enunciarse rescatando que las redes sociales pueden ser, también, una promesa de creatividad.

Heidegger decía que arremeter ciegamente contra el mundo técnico es melancólico porque, en efecto, dependemos de los objetos técnicos. Para él, lo importante a cuidar es que esa relación no se vuelva de servidumbre con ellos. Se trata es de decir “sí” al inevitable uso de los objetos técnicos y, a la vez, decirles “no” en la medida que nos requieran de un modo tan exclusivo que nos dobleguen, confundan y, finalmente, nos devasten, si eso fuera posible. A esta actitud, a decir simultáneamente “sí” y “no” al mundo técnico, Heidegger la referencia con una antigua palabra: la Serenidad.

Cargar de juicios de valor la existencia de las redes sociales y su impacto en la subjetividad de esta época ignora las múltiples motivaciones de los usuarios, las banaliza. Y, si bien podemos admitir que la serenidad no es compatible con, ni promovida por, la vida moderna, también podemos reconocer que sigue estando en cada uno, con los recursos que tenga, intentar recuperarla.

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Agustín Frizzera
Democracia en Red

Director Ejecutivo en Democracia en Red. Me interesan las Ciudades y cómo podemos cambiarlas …porteño, melómano, cinéfilo, y algo más