Ni con la televisión conseguí dormirme

Marcin Wichary Test
mwicharytest testing
2 min readMar 26, 2010

Últimamente tengo unos problemas para dormir que ni te cuento. He seguido todas las recomendaciones del Cosmopolitan para que eso no me pase (a. s.: ejercicios ligeros, cenar poquito y con pocas especias, leer a Carmen Posadas) y he probado con la mayoría de los métodos de inducción al sueño habidos y por haber (química suave, infusiones, contar ovejitas, contar orcos, contar orcos que comen ovejitas, contar ovejitas monstruosas producto de escapes nucleares que cazan orcos para la merienda y con el resto de las combinaciones posibles de la cadena trófica del Silmarillion, del derecho y del revés) y no hay manera.

Me gustaría ser de los que se duermen cuando ven una película tostón. Sin ir más lejos, anoche emitieron una adaptación de una de mis novelas frikis favoritas de todos los tiempos, El día de los Trífidos de Wyndham, producida por la BBC el año pasado y que resultó ser nauseabunda. Nauseabunda, nauseabunda, no. Lo de después. Incluso lo anuncié a bombo y platillo por féisbucq, tüiter y hasta por SMS de emergencia a mis íntimos frikis (“SERVICIO DE INFORMACIÓN URGENTE: Se comunica que hoy a las 22:00 horas emitirán por televisión…”). La mala hostia me empezó a entrar a los 15 minutos. La vergüenza llegó, a los 17 minutos, muy habladora: ay, mi querida frikitiva, veo que sigues en tu línea de consumo televisivo inteligente.

Esta mañana he leído que una persona me había escrito por FB que menos mal que no aguantó, que tuvo la suerte de dormirse. Me encantaría que a mí me pasara lo mismo. Las películas de ci-fi malas me hipnotizan hasta tal punto que soy capaz de aguantar y hasta leerme los títulos de crédito. Pero ahí no termina el asunto: soy capaz de ponerme a leer, a tuitear, a consultar la Wikipedia, a seguir la cronología de la novela al mismo tiempo que emiten esa bazofia por televisión. Todo menos cambiar de canal o apagar el televisor. El problema es que la de anoche terminó en torno a las dos y media de la madrugada y para entonces el mal ya estaba hecho: andaba yo tan cabreado que no hubo manera de pegar ojo hasta que empecé a escuchar los primeros gorjeos matutinos de los pajarillos de ciudad. Pajarillos que, evidentemente, me habría gustado exterminar en ese momento y con la más cruel de las muertes.

En situaciones como las de anoche me llego a sentir tan sumamente gilipollas que llego a pensar que algún día encontrarán mi cadáver frente al televisor, conectado a un canal de esos de concursos de llamar y responder a preguntas del tipo ¿de qué color era el caballo blanco de Santiago?, y medio devorado por tres rottweiler, como a Bridget Jones.

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