al otro lado del río

Alejandro Dacio
Nada Street
Published in
3 min readMar 19, 2017
Brian van der Brug / Los Angeles Times

Yo quiero escribir claramente. Tengo 16 años y soy un muchacho de El Salvador. Crucé la frontera. Solo. En El Salvador me escondía en casa, no iba a la escuela. Rara vez salía a la calle. Temía encontrarme con conocidos del barrio: otros muchachos que querían reclutarme a sus grupos mareros de extorsión y masacre. “Tienes que unirte maje, sino la próxima vez que te vea, ya sabes wey,” uno de ellos me dijo una vez. Miraba hacia afuera por la rendija de la ventana de mi cuarto. Primero por miedo, luego por intuición, por hábito. Pasó a ser cosa maniática, de loco. Encerrado. Solo. Me preguntaba cuántos otros jóvenes estarían pasando por lo mismo. Sin estudios, sin trabajo. El coraje no me dio por enfrentarles, sino por llamar a un primo que estaba en los Estados Unidos y decirle que me iba a cruzar la frontera. La angustia ya no cabía en mi pecho. Las notas que me hacían llegar, los correos, los mensajes de textos. El terror afuera, el miedo adentro. Agarré una mochila con algo de ropa y un pan. Atravesé 17 ciudades por todo México. Nadé todo lo ancho de un río, un río que me hizo rezar porque pensé que me ahogaba, un río que me hablaba con palabras de mucho peso, un río que me decía “ya no más, ya está bien,” y yo nadé sin saber nadar, y yo pensé en las maras, y pensé en los gringos, y en mi madre y mi hermana quienes dejaba atrás. Hoy vivo en los Estados Unidos. Solo. Hace dos años ya desde el día en que me arrojé a ese río. Ah corazón mío. Te quiero. Sí, te quiero. No se me olvida nunca como en aquel momento que cruzábamos el río, no dejaste de palpitar. Aquí estamos. Tú hablas por mí. Yo escribo. Y ahora pienso nuevamente en el río con frecuencia, las vitrinas, las notas, la soledad, la muerte. El miedo a que me regresen a aquel barrio de muerte.

Yo quiero escribir claramente. No logro entender a los otros hispanos que votaron en mi contra, ahora con papeles, con derecho a votar, con el pasado muy similar, quizás, al mío. Yo estudio y trabajo. Yo estudio y trabajo. Casi no duermo. Ahora mucho menos. Temo que vengan por mí en la noche y me deporten. El terror de esa frase, de noche y de día.

Hay un racismo que flota por todo alto, que va conmigo por todas partes. Y yo, sin saber que decir. Somos muchos los inmigrantes que escapamos la muerte, la sed, la incertidumbre, las amenazas, y hoy nos esforzamos, a todo, por trabajar, por contribuir a la economía y cultura de este país, desde la cocina y las fincas agrícolas a los centros artísticos. A todo sudor y por muy poco. Mi gente hispana que votó por los republicanos, los republicanos que nos ven criminales: por muy poco trabajo, vos lo sabés, vos sabés como nosotros trabajamos por muy poco. Estudio y trabajo: para un día ser más. Enseñar, por ejemplo. Curar a los enfermos. Pero hoy no sé si pueda permanecer tranquilo. Corazón, tú sigue hablando, yo escribo.

Inspirado por la historia de Gaspar Marcos.

--

--