Soñando despierto

Nahum Dam
Nahum’s Blog
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2 min readNov 29, 2015
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Día ciento diecisiete. Lozano despertaba todos los días en su habitación y marcaba el día de su encierro. Para mantener la mente fresca, tenía una rutina: frutas para el desayuno, quince minutos de meditación, treinta de ejercicios.

Después escribía. Tenía cartas para amigos, un diario y tenía un libro. A veces se le iba la mente y soñaba despierto. Se imaginaba en el lanzamiento, hablando desde el púlpito a una audiencia ansiosa, repleta de admiradores. “Gracias por escribir, sos tan inspirador, me tocaste el alma.”

Tantos años había vivido de otra forma, despertándose en otras habitaciones, en otros mundos. ¿Por qué no podía amanecer, por ejemplo, en esas playas de Brasil del 97, en alguno de tantos hostales europeos con los muchachos, en la cama con Mariela? Ah, Mariela. Si no la hubieras dejado ir, quizás estaría acá a tu lado, Lozano, sufriendo contigo.

Nadie te quita lo bailado. Nadie salvo el tiempo, eso es. El tiempo deshace toda esa vida, que fue hermosa sin darte cuenta, y te trae violentamente al presente. Toc, toc, viene la enfermera con el pollito de siempre.

En las películas, la enfermera se enamora del paciente, su amor lo ayuda a recuperarse y terminan juntos en el altar. En el mundo real, ella está re buena, le llueven pibes copados en el boliche y no tiene por qué fijarse en un chico enfermo como vos.

¿Qué hacer cuando tu realidad es más pobre que tus sueños? Sentir la brisa del Nahuel Huapi en la cara, tomarte un vino frente a la chimenea, acariciar su tierna espalda descubierta en la cama durante una tormenta. Todas cosas tan perfectamente accesibles que a veces ni las hacés cuando estás sano, son parte de una vida normal.

Pero ahora, sólo son sueños para Lozano. Sueños que le ayudan a olvidar por un segundo su encierro, su habitación, su realidad: el Cáncer. El hijo de puta del Cáncer.

Vamos, despertate, seguí tu rutina. Sentirse bien es un trabajo.

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