Comprensión al dolor
Hace 13 años no voy a misa.
Es domingo, y no se escucha un alma, todo está apagado. Las risas, mi abuela, los gritos, la vecina, los niños y el espíritu santo, todos se encuentran en misa. Yo me desperté con paz, la mano bajo la almohada y la lengua seca. Me estiro, trato de volver al mundo con un bostezo, enciendo el consciente y me vuelvo a estirar aún atado a la cama. Lo primero que hago es mirarme los pies, todos esos dedos disfrutando de un día más con vida y me percato que no puedo mover el pulgar del pie izquierdo.
Lo intento mover y nada, ahí está mi pulgar vivo pero muerto. Lo rasco y no siento nada, lo pellizco y continuo sin sentir nada. Le hago cosquillas, y tampoco funciona. Así que me le quedo viendo un buen rato, esperando que vuelva a ser parte de la vida, de mi vida, y también de la de otros. Pero no le da la gana, no me hace caso. Pienso que ahora es libre, o yo me estoy muriendo, o tengo el peor zapatero del planeta.
Sigo pensando y el pulgar sigue anestesiado, como si todo el remordimiento de mi alma eligió concentrarse en un solo punto y este no me dejara mover. Es posible, yo no suelo guardar remordimiento por otros, no me suele afectar lo que otros me hacen o dicen de mí, eso siempre dice más de ellos mismos. Por lo general guardo remordimientos hacia mi propio ser, pocos pero por lo que veo es suficiente para rellenar un pulgar gordo y torpe, llenarlo hasta asfixiarlo por completo.
Me levanto de la cama y todo se ve con normalidad, el pulgar no siente, pero se mueve bien con mis pasos, sigue siendo funcional y se mantiene a mi régimen con el resto de los dedos. Izquierda y derecha, izquierda y derecha. Continúa recibiendo el peso de mi vida.
Me detengo en el baño, tomo una ducha. Reflexiono y canto. Salgo con la toalla puesta, miro al espejo y me siento viejo. Sigo al cuarto, de una gaveta vieja tomo una aguja plateada y le quito un hilo carmesí que usó mi abuela para coser un botón suelto. Estoy sentado en el borde de la cama, observo el pulgar del pie izquierdo, inmóvil y diminuto. Volteo hacia el derecho y se mueve junto al resto. Torpes y vivos.
Pestañeo, y me atrevo a herir mi propio pulgar, y le entierro la aguja. No siento nada. Sacó la aguja y el dedo sigue sin reaccionar. Ni una gota de sangre, nada. De repente aparece un hilo de humo rojo. Huele mal, huele a culpa. Aunque no es culpa por herirme, es por los que he herido. Culpa roja y furiosa.
Todo ese dolor ausente, me deja pensando mientras el humo continúa saliendo del pulgar. Inhalación y exhalación, todo esta contaminado.
Cuando te hieren, aprendes a odiar. Y cuando lastimas a alguien, te odian. Sin embargo, cuando le haces daño a alguien, te entristeces y comienzas a sentirte culpable. Toda esa culpa roja, se vuelve un remordimiento hacia uno mismo cuando ese dolor no se lograr comprender.
De rojo furioso pasamos a negro, la ausencia de luz y consciencia, lo que es real y lo que especulamos. Luego todo es gris, y somos humanos. Y lo propio de los humanos, más allá de arruinar la existencia de otros, también arruinamos la propia. El remordimiento te inmoviliza, te asfixia y al final te asesina. La bondad enterrada. Todo gris.
El pulgar no se mueve.
Pero al comprender tal dolor te permite ser amable con los demás. Es lo que nos hace aún más humanos. Conocer ese dolor, nos ayudar a crecer y a madurar. Y crecer significa pensar y tomar decisiones por cuenta propia. Reflexionar sobre el dolor y llegar a tu propia respuesta.
Mi respuesta es un hilo que de humo saliendo del pulgar. Acabó y todo se esfumó, me levanté y logré mover el pulgar. Pestañeo. Me visto, tomo las zapatillas y el doler comienza dónde me había pinchado mi propio dedo.
Dolor propio.