La brisa se los llevará a todos

Steven Salas Cajina
Nanis Gigantum Humeris Insidentes
4 min readAug 22, 2014

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“People are like candles. At any moment a breeze can blow it out, so enjoy the light while you have it.”

Me encanta cuando la brisa le pega de medio lado, la despeina y ella sonríe, me da esa sensación en el pecho de cuando uno era un niño jugando en el columpio, con lo pies al aire, arriba y abajo, todo latía cada vez más fuerte. Es que todo ese cabello despeinado, lleno de descontrol, sin que nadie le diga lo bella que es. Sin que ella note lo bella que es. La brisa y ella, deberían estar unidas por siempre.

Cuando la vi por primera vez fue con el cabello amarrado, un desperdicio, pero así conocí su cuello y sus lunares. A pesar de todo, mi carrera y mi energía, yo me intimido fácilmente cuando vengo conociendo a alguien de primera entrada, siempre suelto todo a cucharadas, y con medias miradas es que les desnudo la personalidad. Pero con ella todo fue una fogata, lo suficientemente cálida para salvarnos, lo suficientemente fuerte para no quemarnos.

Ella crea burbujas, como si la vida fuera más amena y el mundo no vibrara como lo hace. Uno se cree un artista, solo por estar a lado de una musa, pero todo parte de su energía. Esa libertad, esa fortaleza. Uno se cree todo el chiste. Así surgió todo.

Yo me moría del calor e incómodo, no podía creer lo mucho que afectaba una corbata el alma de un pobre desgraciado. Pero ahí estaba yo, diez minutos antes, con la libreta, la cámara y la grabadora de bolsillo, un arqueotipo universitario de periodista. El día no recuerdo si era miércoles o jueves. La secretaria hizo la llamada, me dijo que esperara y yo abrí un periódico de los muchos que había en la sala. Tomé el peor. Se abrió la puerta, entró un tipo me dijo “Steven”, yo voltee y ahí estaba la gran mente que entrevistaría para darle forma a mi proyecto.

Cuando él me respondió por correo, pensé en algo más formal, pero ahí estaba sentado frente a mí con una hoodie de Interpol y un par de tennis con los cordones mal amarrados. Después de un cambio de sala, y una hora con treinta siete minutos después. Él me respondió con sinceridad, me dijo todo lo que yo no quería saber y lo que yo me convertiría, eso yo no lo sabía hasta un buen tiempo después. Al final se despidió de mi con un abrazo, como si nos volvieramos a ver.

Yo salí del edificio, pensé en como lucía y el completo imbécil que fui por usar una corbata que nunca me había pertenecido. Tenía ganas de comerme al mundo, saqué el pasaje y tomé el autobus.

Me costaba mucho hablar cuando estaba en la escuela, sobre todo a las mujeres, era introvertido y tímido, fórmula arrasadora a esas edades. A ella siempre la sentaban atrás por ser la más alta, en cambio para mi la genética me dejaba de segundo en la fila del salón, a todo eso se le sumaba mi miopía y astigmatismo. Un día Elmer se enfermó, y había un asiento libre justo frente a ella, yo no sé porque lo hice pero me senté ahí. Algunos notaron mi cambio de asiento, otros me preguntaron el porqué de mi cambio de asiento.

Todo comenzó porque tenía hambre, y yo tenía unas galletas en el bolsillo. Yo nunca me las comía, siempre las llevaba de vuelta a mi casa. La escuché decirlo un par de veces, lo dude por varios minutos hasta que se las ofrecí. Ella las aceptó, pero también lo dudo, como si yo estuviera sacrificando mi merienda por ella. Se le notaba en los ojos la preocupación, la curiosidad de saber si lo que yo hacía era por bondad. Como si estuviéramos sobrepasando lo limites de “compañeros de salón”.

Ella y yo habíamos hablado antes, pero recuerdo ese día porque la conocí por primera vez como era. Un corazón de oro.

Era martes, un 19 de setiembre para ser exactos sin revisar el calendario, yo llegué después de él. Mandé un saludo corporativo y me senté a su lado. Prendí el pedazo de fósil que tenía asignado, y comencé mi labor como practicante. Click, click, click. Escribí una noticia, la peor noticia que voy a redactar en mi vida, se la compartí para que la revisara. Había tanto que corregir que decidió imprimirla, gastar una hoja de papel y subrayar con colores que identificaran que tan graves eran los errores. Toda la cuartilla lucía como un semáforo. Los verdes eran errores casuales, los amarillos eran errores de forma y los rojos era básicamente “escribís con el culo”.

La leímos juntos, todo era una escena un tanto humillante, pero me explicó párrafo por párrafo como mejorar. Me lo decía con un tono pasivo, todo se transformó en un ambiente algo confiable para ser el primer contacto de dos desconocidos generacionales. Toda la escena terminó, yo tomé la hoja y la doblé por la mitad, la guardé. Me puse a la tarea de volver a escribirla.

Pasé escribiendo cuatro meses con el culo, mi único consuelo es que era mi propio culo. Mío, solo mío. En lo que respecta a él, todavía me revisa mis errores, solo que ya no me corrige con colores.

“The free soul is rare, but you know it when you see it — basically because you feel good, very good, when you are near or with them.”- Charles Bukowski.

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Steven Salas Cajina
Nanis Gigantum Humeris Insidentes

Children illustrator and storyteller — Costa Rica. 🇨🇷 In love of watercolors, aventures and monsters.