Sombrillas para pobres

Tenía los pies mojados, porque quería morir.

Steven Salas Cajina
Nanis Gigantum Humeris Insidentes

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Grises con azul arriba, grises mojados abajo. Todo se filtra en las grietas, en el concreto de la ciudad, brilla impecable. La noche bajo la suela de las botas, ser inmortal y seguir con la cabeza en bajo. Yo mantengo el caos, pisadas y charcos. La mirada baja, el concreto chorreando. De repente par de rojos enfurecidos se cruzan al frente. El concreto sigue chorreando, los tacones altos sostienen las piernas salvajes de esa mujer, las miro y las sigo, las disfruto y me despido.

Adiós rojos, adiós por siempre.

Llego a la parada, llego mojado. Sé que el papel se encuentra seco y seguro. Es lo que cuenta para mí. Me cruzo en medio de una pareja con sombrilla, juntos y secos, ella se siente segura, él se siente valiente, yo sigo mojado. Me oculto detrás de un poste, dónde la lluvia aún logra acariciarme el hombro izquierdo, es como Dios recordandome que también él puede llorar.

Con la lluvia, la noche y la miopía, todo es un bokeh de miradas perdidas. Los autos son luces que te cegan, vienen y van, confusiones que no te dejan saber cual es el camino indicado hasta que esta enfrente de las narices. Te deja atrás, con la lluvia y con Dios tocándome el hombro. Toca esperar, la lluvia sigue.

Furia y distracciones para la masa, para mi todo es un juego, son las reglas de la noche.

Cada uno atento a lo propio, yo observo al lado de Dios, a los desconocidos, a los bondadosos y a los caóticos. ¿Cómo suenan los rostros bajo la lluvia? Crujen, crujen porque muchos están vacíos. Cada rostro es una obra, un ideal de lo imperfecto o lo bello. Son trazos sueltos que te cuentan la historia de su día. Me encanta verle los rostros a los desconocidos. Cada quién con su mirada perdida, se reencuentran y se renuevan. A veces no parpadean son inmunes a la luz, otros tienen el rostro en las manos. Ella lo tiene arrugado y con el esmalte corrido, tiene una bolsa con el alimento para sus niños. Ese es el rostro de una madre. Son fáciles de reconocer.

La lluvia te moja los ruedos, no importa quién sea, pero ella viene descalza. Todos la ven y se corren a un lado, un paso atrás les grita la indiferencia. Ella continúa erguida y con frío. Alza la mirada y destapa los ojos más hermosos de todo el país, de todo centroamérica. Nadie lo sabe y menos ella. Nunca lo sabrá. Porque son los ojos de la vida, son crudos y luminosos, son verdes y son amarillos que se funden en azules. Todo es un conjunto de violencia y belleza, te perturba el alma pero de deja el sabor dulce en la punta del alma. Como la acaricia en la enfermedad.

Ella se detiene, no dice nada que los otros entiendan. Pero ella grita vida, no le importa mojarse, ella respira y suspira, no le importa ser bella. Tiene frío y tiene hambre. Le interesa sobrevivir. Tiene un sueño que a nadie le ha contado, ni Dios lo sabe. Mueve los dedos de los pies y cruza un pie sobre el otro. Saca el brazo de una manga que pesa por la lluvia, se exprime el bolsillo y saca lo suficiente para tomar un autobús.

Ella vuelve a mirar de espaldas y me ve directamente, yo quedo prensado en un vació sin palabras, sin trazos ni rostros. El silencio de la lluvia, se ve aplastado por un segundo silencio. Todo el escenario es pesado, y ella continúa viendo como buscando algo. Me mira fijamente a los ojos y tira una sonrisa. Es la mejor sonrisa que una mujer puede ofrecer a un hombre, es la manzana del caos y la belleza. Una luz inoportuna nos ataca, le choca en el rostro y todo se borra.

Llega el bus que ella necesitaba, yo la sigo, me despido y ella sube las gradas. Yo vuelvo al lado del poste y Dios me susurra que ella morirá en una semana, por culpa de una neumonía.

Yo la amé, no la conocí pero la amé.

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Steven Salas Cajina
Nanis Gigantum Humeris Insidentes

Children illustrator and storyteller — Costa Rica. 🇨🇷 In love of watercolors, aventures and monsters.