Feria del Libro, Bogotá 2013 

(Parte I)

felipe perea
Narraciones Colombianas

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Era la primera vez que compraba un libro en la feria, o primera vez que llevaba el dinero y la intención de comprarlo. No tenía necesidad, la mayoría de libros que había necesitado eran fáciles de adquirir o pedir prestados, además necesitar un libro casi siempre es para algún acto académico o laboral, nunca se terminan de leer. Los libros que verdaderamente quería, esos que me inquietaban y deseaba leer, la mayoría estaban parados, quietos siempre en la biblioteca de Tomás. En alguna de tantas, estaban. A veces creo que Tomás solo compraba libros porque sabía que en algún momento se los iba a pedir. Tengo claro que Tomás como yo, compramos más libros de los que podemos leer.

Libros usados

Terminé por ir, con plata por consejo de Juliana, que trabaja con libros y me dijo que habían muchos libros muy baratos. Le hice caso. Me gusta la Feria del Libro. He ido desde que recuerdo, seguramente desde antes de saber leer. Me gusta porque me gusta corferias, y me gusta corferias porque me gusta caminar, más en Bogotá, la ciudad perfecta para caminar. Casi siempre llueve.

Nombre en chino, en la feria del libro
Decoración escenográfica china, en la feria del libro
Letrero en la feria del libro

A no ser por algún evento en específico mi recorrido siempre es el mismo. Primero para mejorar mi humor voy al pabellón de las caricaturas o como quiera que se llame. Es el pabellón más lleno obligatoriamente. Por lo lleno me gusta. Su público es un conglomerado de padres, hijos y adolescentes que van a comprar. Lo que sea pero tienen que llevar algo. Desde las caricaturas que hacen muchísimos dibujantes en papel y otros en plastilina o en lo que se les ocurra, hasta tarjetas de amor y agendas. Me gusta ir a ver la gente que paga para que les escriban en un papel su nombre en chino. Es asombroso el número de personas que van para comprar música, películas o pedir muestras gratis de todas las revistas independientes culturales-musicales que existen. Me anima estar rodeado de estas personas, en el pabellón es casi imposible conseguir un solo libro. Es más bien una papelería gigante, llena de regalos. Los entusiastas por la fantasía y los súper héroes también tienen material e incluso una naciente industria nacional en el mundo del cómic. Todo muy entretenido. No por los productos que se ofrecen, más por sus compradores. Todas personas sorprendidas y felices. Gastando dinero en separadores con su nombre en ellos y un dibujo del sol. Cuando están solos se nota que caminan varias veces el pabellón para ver todas las ofertas y al final se deciden por las que pueden. Los que van acompañados discuten. Si son padres e hijos, discuten porque los que pagan no les parece razonable lo que los otros quieren, y si son novios, discuten porque les había gustado más otra cosa. Ese pabellón está siempre lleno de personas y discusiones. Es imparable y por eso cuando salgo de él me lleno de felicidad y halagos para con la Feria por dejar a la literatura tranquila en su tumba.

Artista de la caricatura en plastilina
Escultura en el feria del libro
Artista de la caricatura en plastilina 2
Escultura en la feria del libro

Con más energía que cuando llegué parto para el siguiente pabellón, el de las universidades. En este me sucede todo lo contrario que con el anterior. Me baja el animo y mi humor se pudre como una rata ahogada en un balde. Basta con pararse afuera para saber de que se trata. Universidades.

Cada una se pide algún rincón del pabellón para montar su stand y demostrarle a las otras universidades lo grande y portentosa que es, además de todos los libros que publica, así mismo conquistar a padres de familia que ven en esos puestos la seriedad aplastante de una institución respetable que formará a sus hijos y absorberá el dinero de sus cuentas. Lo único que demuestran es su patética situación y lo putrefacto de sus establecimientos. La mejor forma de describirlos es como una carrera de Homo Erectus (algunos ni eso) vestidos del peor traje intentando impresionar por comida. Las universidades intentan mostrar sus colores institucionales, su bandera y sus souvenirs de la manera más grandilocuente y visible. Es imposible encontrar un solo libro en sus estanterías que se vea interesante (aunque hay que admitir que muchísimos son trabajos rigurosos y excelentes que se perderán como lágrimas en la lluvia). Sus diseños son horrendos, sus portadas vomitivas y sus precios sencillamente chistosos.

Es mucho menos concurrido que el anterior, todas las personas parecen en un mercado buscando su carrera y luego comprando la marca que más les guste, que más los engañó o que pueden llegar a pagar. Hay ciertos zorros viejos en este mercado, los militares, recuerdo que en alguna feria pasada llevaron armas a la exposición, eran cañones. Yo estaba pequeño y para mí como para muchos como yo fue una fantasía cumplida poder manipularlos. Los militares saben a lo que van. De pesca, ellos lo han hecho desde siempre, así que tienen todo el poder de convencimiento, todos los recursos y artificios dramáticos. Incluso tienen la mejor opción.
Es mil veces más honroso asistir al ejercito de este país, estudiar unos años entre bromas pesadas y adolescentes muy necesitados de mujeres, salir de ahí con un uniforme y un corte de cabello directo a los matorrales donde un menor de edad que llegó por mucho a multiplicar le inserta sin problema una ráfaga de proyectiles en el cráneo que a ir a cualquiera de las instituciones de educación superior del país.

Caligrafía

Salgo de ahí con desesperanza, rabia, rencor, envidia, y el peor humor con el que me puedo encontrar de tan solo pensar que muchos de los que son pescados en esos stands saldrán años después orgullosos a tomarse fotos con un cartón y a poner el nombre de la universidad en los vidrios de sus vehículos. Nada mejor que adentrarse a la literatura con un animó en el piso, nada mejor que entrar en la literatura cuando se acaba de salir del infierno.

El Pabellón de las editoriales, todas, relucientes, cada una con caja y datafono. ¿A cuál ir?
Cada editorial tiene ciertas firmas por decir, grandes, con libros nuevos y antiguos que se sabe con anterioridad que son buenos. Tienen fama. También están las nuevas firmas, siempre recomendadas por alguno de los grandes, con prólogos de ellos, algún premio que los certifica como promesas y un libro que puede llegar a gustar. Hasta los autores inflados, escritores mediocres que las hacedoras de libros los colocan en el podio junto a muchos otros para resurgir sus caducas carreras y lograr vender esos ejemplares que nadie compraba antes y que ahora se revalúan.
Hay otros stands con un solo libro, o editoriales con un solo libro, casi siempre la autobiografía de algún político o libros escritos por algún delincuente contando “la verdad” sobre su mundo.
Y las editoriales que tienen de todo, editoriales que tienen libros de otras editoriales, libros con los que piensan pagar su inversión en la feria y posiblemente en el año porque algunas no producen más que libretas, esas editoriales son las más atractivas. Llenas de diversidad, entre sus bibliotecas desordenadas se puede encontrar todos los idiomas y cada libro busca un comprador desesperadamente, los libros toman vida y saltan entre las manos de las personas esperando quedarse en algunas. Son coquetos, libros con los deseos de una adolescente por agradar. Varios lograron agradarme, más que eso, en las partes más altas de las estanterías estaban escondidos por las personas más estilizadas libros magníficos que jamás había visto. Ediciones encantadoras que se hacían irresistibles. Me enamoré, hasta que llegué a los precios. Uno solo de ellos y era todo lo que me podía llevar de la feria. Como el amor se paga y yo no tenía con qué, me fui desilusionado. Apareció Juliana, justo en ese momento, me preguntó el por qué la notoria falta de ánimo y le reclamé por los dichosos precios que ella me había contado.

Feria del libro

Sonriendo me dijo que estaba mal, que fuera al pabellón de la tienda que también es papelería, allá sí. Pero rápidamente me cambió de tema. Conversamos mientras salíamos del pabellón, ella estaba peor que yo, más rara y sensible que de costumbre. Además tenía el pelo suelto, no muy largo pero lo suficiente para moverse por su cuello libremente, me desconcertaba porque llevaba mis ojos a una de sus mejores partes, sus clavículas. Nunca antes había hablado de temas personales con Juliana, ni de nada que no fueran libros. Como sabía que a ella le encantaban hablábamos de eso siempre, menos en ese momento, Juliana hablaba de ella y sus amigas. Sus preguntas también eran poco comunes. ¿Mi comida favorita? ¿El plan del sábado? ¿Por qué me pusieron mi nombre? Estaba interesada en mí. Al principio pensé que se traba de alguien que estaba intentando obtener esa información a través de ella. Pero con cada cosa que respondía analizaba algo y me lo decía, me dejaba sin armas y eso sumado a sus pómulos perfectos que subían y disminuían sus ojos cuando sonreía me pusieron nervioso. Juliana habla rápido, tiene un tono de voz agudo pero fuerte, sus palabras sin importar cuales, suenan inteligentes y su cuerpo delgado siempre me habían parecido cualidades de una mujer hermosa. Nunca la había visto así, solo el día que la conocí, a Juliana la conocí antes que ella me conociera. Algún amigo que no recuerdo me la señaló de lejos, preguntándome que tal me parecía. Por un momento me pareció horrenda, al siguiente hermosa. Luego de decirlo fui retado a hablarle y antes de caer en la vergüenza se me acercaron las amigas que me la presentaron. Fue el azar.
En ese momento también me estaba pareciendo hermosa, pero mucho más. Ya su voz no solo sonaba inteligente sino que era cálida y acogedora, quería acostarme con ella. Con su voz.

No tenía la menor idea de como acercarme para darle un beso pero se me estaba haciendo necesario, la luz del día empezaba a deshacerse y Juliana se puso su chaqueta de color militar. Había perdido mi oportunidad. Eso creía. Juliana con una sonrisa apretada y un gesto de clara superioridad se me acercó más de lo que nunca habíamos llegado a estar, pero antes que yo pudiera reaccionar me dijo —Ve a Portugal.

También en: Slowblinks

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