En Bogotá se puede ser… (a medias)

Un reciente caso de homofobia en el centro comercial Avenida Chile, pone de manifiesto la indiferencia social que tiene el grueso de la población colombiana.

Diego Harker
7 min readMar 2, 2014

El pasado 19 de febrero, Alejandro Aristizábal se encontraba en el Centro Comercial Avenida Chile, ubicado al nororiente de la ciudad de Bogotá, a eso de las nueve de la noche. Dicho ciudadano — cliente del centro comercial, como cualquier otro que se hallase allí — sería expulsado tiempo después del recinto. ¿Por qué? Sencillamente porque besó y abrazó a su novio dentro de las instalaciones.

Si bien el simple hecho de pedirles que abandonaran el lugar por ser una pareja homosexual que estaba demostrándose afecto (solo un beso y un abrazo) era ya grave, lo más inquietante del asunto fueron el calibre de las palabras de los vigilantes que, sin nada de vergüenza, pidieron a los jóvenes abandonar el lugar.

“Ustedes no pueden estar haciendo este espectáculo y poniendo en vergüenza al centro comercial”, decía uno de ellos. “¿Por qué tienen que hacer esto acá, si tienen las esquinas y la clase de bares donde llaman a la gente como ustedes?”, remataba el otro. Claramente, Aristizábal y su compañero sentimental reclamaron su derecho — constitucional, débase decir — de permanecer en el lugar, por lo que cuestionaron a los guardas al decirles que si retirarían a una pareja heterosexual por efectuar el mismo acto. Uno de ellos, emitió tal vez la contestación más cobarde, efectista y prejuiciosa para una pregunta así: “Eso es completamente diferente, por eso Dios hizo al hombre y a la mujer”.

Con una respuesta tan evidentemente sesgada, lo más lógico era negarse a abandonar el lugar. Y así Aristizábal lo hizo, a lo que los guardias amenazaron con sacarlos a la fuerza. Nuestra víctima exigió la presencia de la Policía, pero en cambio, los guardias llamaron al jefe de seguridad, cosa que hizo prolongar la humillación de la cual ellos estaban siendo víctimas.

Resultado: la pareja terminó afuera, y los guardias — incluido su jefe (¿alguien así tiene la idoneidad moral para ser jefe de algo?) — adentro, supongo yo que frotándose las manos por el daño hecho. Hay que decirlo, alguien que comete este tipo de atropellos, al final terminan con la satisfacción de haberlo hecho. Los homófobos actúan con fruición.

La polémica llegaría una semana despúes, cuando el 26 de febrero el Canal Capital documentó el caso en su noticiario, y al día siguiente, cuando los principales medios hicieron eco.

Dentro de su derecho, Alejandro Aristizábal instauró una tutela contra el centro comercial, por violar de manera abierta — descarada, diría yo — la Ley 1482 de 2011. Si bien Aristizábal no lo hizo, esta acción legal podría ser extensible a los guardias, por su actitud completamente contraria a la de un estado laico — supuestamente — , plural y respetuoso de los derechos humanos. Como si fuera poco, dicha ley contempla un agravamiento punitivo, si la conducta es efectuada en un espacio abierto al público, cosa que sucedió en este caso. Además de la tutela, el joven afectado convocó a una ‘besatón’ para el día 27 en las inmediaciones del centro comercial, como manera de protesta por las calamidades que sufrió. Aquel evento invitó aproximadamente a 3.500 personas, de las cuales se especuló la asistencia de unas 350. Finalmente fueron más de 80 personas.

El que arbitrariamente impida, obstruya o restrinja el pleno ejercicio de los derechos de las personas por razón de su raza, nacionalidad, sexo u orientación sexual, incurrirá en prisión de doce (12) a treinta y seis (36) meses y multa de diez (10) a quince (15) salarios mínimos legales mensuales vigentes. | Artículo 134 A de la Ley 1482 de 2011 (ley antidiscriminación) / Fuente: Presidencia de la República.

Para rematar, sale el gerente del centro comercial, Mauricio Ávila, a lavarse las manos cual Pilatos, al decir que se abstiene de pronunciarse hasta que no haya una investigación de fondo y, como si de una jugada de marketing se tratara, proclamó que sus usuarios siempre son bienvenidos, y que no se discrimina por ningún motivo. Recomendaría al señor Ávila informarse mejor antes de salir a la palestra a dar una explicación tan deficiente — al fin y al cabo, esto sí le incumbe a él, ya que es un grave hecho ocurrido en el centro comercial que él administra —, puesto que no es la primera vez que pasa algo así. Aristizábal denunció también que amigos suyos estuvieron envueltos en situaciones similares, y para no ir tan lejos, mucha más polvareda tuvo que levantarse hace ya tres años, cuando en un centro comercial de Cali ocurrió algo similar y la pareja afectada tuvo que recurrir a la Corte Constitucional — después de todo, la única que ha sacado las castañas del fuego para la comunidad LGBT — para que defendiera sus derechos. Así, en un pleito jurídico de 11 meses, la Corte se pronunció con la sentencia T-909 de 2011, en donde se legitima el derecho de todos los ciudadanos, independientemente de su orientación sexual a dar muestras de afecto en público. Ávila, con esa declaración, pareció que fungiera más de cómplice, o peor, demostró que el caso no le importa ni un ápice.

Más bien, loable y valiente la empresa de Aristizábal. Lo aplaudo por proyectar en una manifestación su indignación (indignación que compartimos muchos) de manera positiva. Hubo gran apoyo en el evento — incluso la asistencia de la aspirante al Senado por el Partido Liberal, Elizabeth Castillo — por lo que se puede decir que fue un éxito. Sin embargo, ésto tan solo es un chispazo, y no refleja el pensamiento de muchos de los bogotanos.

Vídeo del día de la ‘besatón’ en el centro comercial Avenida Chile, el 27 de febrero de 2014.

Hace algunos años, desde la administración del ex-alcalde Luis Eduardo Garzón (2003-2007), se echó a andar la campaña “En Bogotá se puede ser…”, que abría los espacios para que gays, lesbianas, bisexuales y transgeneristas no tuviésemos que escondernos a la sombra de la sociedad. Aquella campaña, si lo vemos con el retrovisor ha ayudado un poco a la visibilidad. Ésta campaña ha sido prolongada — y reforzada — por el alcalde Gustavo Petro (2011-), personaje que siempre ha luchado por nuestros derechos. Sin embargo, parece que la “extraña libertad” que se tiene acá en la ciudad es derivada de la indiferencia, más que por el verdadero respeto que se nos debería tener — un respeto idéntico al que se tiene por cualquier otro ciudadano — .

Póster para la campaña “En Bogotá se puede ser…” / Fuente: Globedia Perú

Esto se demuestra en este caso: ¿por qué nadie apoyó a los jóvenes en medio de semejante humillación? Sencillamente a nadie le importó. “Allá ellos”, dirían algunos; e incluso otros deseaban por lo bajo, mientras se saludaban, que los sacaran del lugar. Recuerdo haber leído sendos casos similares en Buenos Aires (Argentina) en un McDonald’s, y en Madrid (España) en un restaurante familiar donde los ciudadanos que estaban compartiendo el mismo espacio con los afectados, salieron a protestar airadamente ipso facto, para evitar que se cometiera una injusticia. El resultado de esta acción ciudadana inmediata fue la retractación y la exposición a la picota pública de quienes cometen estos actos de intolerancia.

En Bogotá — y en toda Colombia — , son otras las aguas que corren bajo el molino. El colectivo LGBT siempre ha mantenido una ciudadanía de segunda clase, y son pocos los que nos atrevemos a romper el esquema y vivir nuestra sexualidad de manera abierta. Parece ser que el estamento de uno de esos sujetos que se hacía llamar vigilante ronda como una inquietante realidad. ¿Esquinas y bares? Para eso están Chapinero (localidad que siempre se ha conocido por su apertura hacia la comunidad LGBT, que ha tenido una alcaldesa local abiertamente lesbiana y en donde irónicamente se encuentra el centro comercial) y toda su romería de bares LGBT. Pero eso no debe ser así. La ciudad debe ser abierta para todos, y sobre el papel eso existe. Pero tanto en la ciudad como en todo el país, aplica muy bien un dicho que me decía mi madre cuando era pequeño: “El papel aguanta todo”. Con los amaños legislativos y favores políticos, se ha logrado seguir dejándonos como ciudadanos de segunda e invisibilizados socialmente.

La buena noticia es que probablemente la tutela de Alejandro Aristizábal llegue a buen puerto, debido al antecedente en Cali que mencioné hace algunas líneas. Pero debemos darnos cuenta que el revolcón debe ser social y educativo. No generar odio desde algunos puestos públicos (pregunten a la Procuraduría, Concejo de Bogotá y al Senado), y tampoco ser completamente indiferente desde otros (como la Presidencia, por ejemplo). Respetar el estado laico — el Gobierno no quiso contrariar mucho con la Iglesia Católica, debido a los Diálogos de Paz de La Habana — y hacer que el Ministerio Público cumpla verdaderamente con sus funciones. Y lo más importante, que nosotros como ciudadanos hagamos respetar con vehemencia la ley. A Alejandro Aristizábal se le cohibieron sus derechos y seguramente su noble intención de hacerse oír tuvo un efecto positivo. También nosotros podemos cambiar la máxima de indiferencia en la ciudad, y dejar de ser mártires silenciosos. Expresarnos de manera abierta, puesto que si yo le doy un beso a mi novio no estoy cometiendo un delito, no tengo que recluirme en un bar de Chapinero para poder hacerlo. Aunque siempre quedarán los que rompan la ley, y se sientan en fuerte seguro para poder hacerlo, más con una amnistía social que legal o política. Pero que fundamentalmente se entienda que cuando una mayoría decide sobre los derechos de una minoría, eso no constituye una verdadera democracia.

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Diego Harker

Estudiante de Sociología en la Universidad Nacional de Colombia y miembro del Comité Editorial de GAEDS - UN.