Mario Arturo Martínez. Charles Harbutt en el CFMAB. 2013.

Exhibiendo a Charles Harbutt

Daniel Brena
POR CIERTO
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6 min readJul 1, 2015

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Por Daniel Brena

Para la última exposición que presentó en Oaxaca, Charles Harbutt no despegó su mirada del piso. Específicamente, del adoquinado del pueblo de Pontlevoy, en Francia.

Entre las piedras erosionadas, Harbutt encontró formas humanas, caninas, y fantasmales. Harbutt se había enfermado y, como no podía caminar mucho, empezó a fotografiar sólo lo que encontró bajo sus pies.

De regreso en Nueva York, Harbutt me escribió. “Francia fue una gran sorpresa. Hice muchas fotografías a color que me gustan mucho. Cuando haya armado algo, te lo mando”.

A Harbutt, sobre todo conocido por su trabajo en blanco y negro, no le gustaba que sus fotografías tuvieran explicaciones. No quería limitar la interpretaciones que pudieran tener las personas. Pero esta serie era diferente. Esta tenía una historia.

En las fotos que había hecho en Francia, Harbutt encontró que podía ilustrar un evento que ocurrió en Pontlevoy hace mil años; una batalla en la que murieron “5,000 o (dependiendo de la fuente) 42,000 hombres”. Harbutt narró, con las fotografías, la historia del líder de las tropas victoriosas: Foulque III, el cruel Conde de Anjou.

Escribió un texto para acompañar las imágenes: “Perseguido por el odio público y el grito de su propia conciencia, Foulque sentía que muchas de sus víctimas salían, en la noche, de sus tumbas para perturbar su sueño”. Harbutt añadió: “Muchos de los fantasmas encontraron un hogar en el pavimento”.

Ya en Oaxaca, Harbutt encontró un adoquinado similar al de Pontlevoy. Pero esta vez ya no le tomó fotos. “Se lo dejo a mis estudiantes”, bromeó.

Un día antes, había terminado de dar un curso en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo. Pero la última tarea que Harbutt dio a sus estudiantes no fue ver hacia abajo, sino pensar en lo que harían si estuvieran arriba — en el espacio — .

Las instrucciones para completar su último ejercicio leían: “A veinticuatro horas de haber comenzado este proyecto, abordas una nave espacial que se dirige a un punto del sistema solar del cual será muy difícil regresar”.

“No hay nada en las paredes de la nave: ni espejos, ni pinturas. La comida viene en tubos etiquetados con códigos de barras”.

Harbutt describía un panorama desolador. Un viaje interminable sin “radio, ni estéreo, programas de televisión o películas, juegos o libros”. Y lo único que los estudiantes podían llevar eran las fotos que tomaran en las siguientes horas.

“Quiero que los estudiantes vuelvan a descubrir lo que les gustaba de la foto”, me dijo Harbutt, “antes de que algún maestro o curador los desanimara”.

El taller de Harbutt influyó a muchos fotógrafos. Uno de ellos fue Fausto Nahúm quien tomó el taller en el 2001. Nahúm aún recordaba el ejercicio de la nave cuando platiqué con él hace unas semanas.

“Primero quise fotografiar mis sueños”, me dijo, “pero cuando me di cuenta que no iba a tener ni radio, ni televisión, quise llevarme algo que me conectara a la realidad”.

Nahúm entendió que no necesitaría más fantasías en el espacio. “Por eso decidí hacer fotografía de calle”.

Por mucho tiempo, el taller de Harbutt cambió la manera en que Nahúm trabajaba. Siguió fotografiando lo que veía en la calle hasta el 2006, un año de intensa violencia en Oaxaca; lleno de protestas, quema de autobuses y peleas entre civiles y policías. Los fotógrafos salieron a la calle para documentar lo que estaba pasando, pero Nahúm dejó de hacerlo. “Estábamos presionados a vivir la ciudad de una forma que no era la cotidiana”, recuerda Nahúm. “Era interesante visualmente, pero ya no llamaba mi atención”.

Además, Nahúm no era fotoperiodista. Ni creía que sus fotos pudieran ayudar a cambiar lo que estaba sucediendo.

Harbutt también dudaba de la fotografía como herramienta social. “La fotografía social es propaganda”, dijo Harbutt en una conferencia en 1970. “Hay que darnos cuenta que desde el punto de vista de Hitler, Heinrich Hoffmann y Hugo Jaeger, sus fotógrafos personales, eran fotógrafos sociales”.

Harbutt añadió: “Mi preocupación con la fotografía social es que implica una postura arrogante e ingenua hacia el mundo — arrogante porque suponemos que sabemos lo que es mejor para el mundo o lo que nuestros espectadores deberían ver, e ingenua porque nuestras fotografías comúnmente dicen sólo una cosa y la vida es compleja — “.

En mayo de 1970, Harbutt se encontró con esa complejidad. Dejó de creer que la fotografía documental podía describir la realidad.

Viajó a New Haven para fotografiar una protesta. Dos personas, vestidos de mezclilla y paliacates comenzaron a pelearse con los policías. Harbutt los reconoció. Poco antes, se habían registrado en el mismo hotel donde se había quedado. Llegaron vestidos de traje. Y el coche en el que viajaron tenía placas de Washington. Harbutt sospechó que que la pelea que acaba de ver había sido escenificada.

Era común, en esa época, que el FBI se infiltrara en grupos sociales y políticos. Buscaban desacreditarlos, restarles legitimidad. Harbutt se dió cuenta que no había manera de que pudiera fotografiar esa escena honestamente. Cualquier ángulo hubiera mostrado una protesta violenta. Ninguna fotografía podría mostrar lo que él había visto. La complejidad de la vida rebasó a su cámara.

Pero, en realidad, la complejidad de la vida rebasa todas las cámaras.

Harbutt no estaba de acuerdo con la manera en que editaban los fotógrafos sociales. Sobretodo lo que no mostraban. “Si les creyéramos a los fotógrafos sociales, sólo hay tristeza en los Apalaches — no hay codicia, ni lujuria, ni envidia y ciertamente no hay — pereza — “.

“¿Y dónde quedan esas cosas que son chistosas o curiosas o que simplemente existen de manera triunfal y abrumadora”?

Caras. Harbutt veía caras en todas sus imágenes. Las encontraba también en las fotos de sus estudiantes. Y las señalaba para que todos las vieran.

En su taller en Oaxaca, Harbutt contó la historia que hizo que nunca dejara de ver rostros en las fotografías — ni en adoquinados — .

El Instituto Tecnológico de Massachusetts había comprado un escáner. Quería digitalizar todos sus documentos, así que contrató a unos cuantos estudiantes para que hicieran el trabajo. En la historia, los estudiantes fumaban marihuana y utilizaban los escáneres a una velocidad más alta de lo normal. Dañaron los archivos. Los estudiantes empezaron a ver caras en todas las fotos. En algún momento, la universidad se dio cuenta y los mandó al departamento de psicología, para que los estudiaran. ¿Era la marihuana? No. Concluyeron que los humanos estamos predispuestos a ver caras en todo lo que vemos. Es lo primero que buscamos. “Desde que supe esto, no he podido dejar de verlas en las fotos”. Ni yo tampoco he podido dejar de notarlas en las suyas.

Conocí a Harbutt un año antes de su exposición de pisos franceses. Viajó a Oaxaca para impartir un taller y también para inaugurar una muestra de su obra.

“Mi última exposición tuvo un pequeño problema”, me escribió Harbutt, meses antes de la exposición. En Turquía, el personal de limpieza usó el agua del trapeador para limpiar los vidrios de sus marcos. Los microbios se comieron parte de sus fotos — las mismas que iba a exhibir en Oaxaca — . Tuvo que reimprimirlas.

Harbutt acababa de publicar el libro Departures and Arrivals (2012). Yo lo había hojeado algunos meses atrás cuando la fotógrafa Mary Ellen Mark (ella viajaba dos veces al año para impartir un taller) me lo mostró. En ese momento, el libro era más bien unas fotocopias de papel bond pegadas con diurex.

Departures and arrivals, supe después, fue editado por su esposa — la editora y fotógrafa — Joan Liftin. En Oaxaca, Liftin me explicó cómo organizó el libro. Lo dividió en dos partes. En la primera, todo era secreto y sofocante. La segunda parte mostraba espacios abiertos, posibilidades. Las fotografías tomadas en México estaban en la segunda parte.

La invitación para la exposición avisaba que se contaría con la participación del artista. Pero a Harbutt no le gustaba que lo llamaran así. “La fotografía no es arte”, escribió en Travelogue (1974). “Es algo completamente nuevo para la experiencia humana, algo que las personas no han podido hacer antes del último siglo”.

“El artista trata de traer en existencia algo nuevo que nunca antes ha tenido una existencia concreta”. Harbutt sostenía que la fotografía, a diferencia del arte, preservaba algo que ya existía.

Tal vez por eso, Harbutt no se sentía completamente responsable de sus fotos. “Yo no tomo fotografías” escribió, “las fotografías me toman a mí. No puedo hacer nada más que tener película en la cámara y estar alerta”.❧

Mario Arturo Martínez. Charles Harbutt en el CFMAB. 2013

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