América Latina: entre la ansiedad y la esperanza

Rodrigo Villar
New Ventures Group
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10 min readMar 17, 2020

Aún en el primer trimestre, todavía es oportuno revisar las perspectivas sobre la economía y la inversión de impacto en este año, y sobre todo, para esbozar una visión general y de mayor plazo, contando con valiosa información sobre el arranque. Hemos profundizado en el panorama global en artículos previos, es hora de concentrarnos en América Latina, con la ventaja de haber tenido ya la ocasión de conocer, en directo, el sentir y el punto de vista de muchos de los principales actores de nuestro sector, congregados del 18 al 20 de febrero en el Foro Latinoamericano de Inversión de Impacto en su 10ª edición (FLII X), con más de 600 correligionarios de este movimiento, llegados a Mérida, Yucatán, desde toda la región y de otros países y continentes.

Keynote de Morgan Simon en el décimo aniversario de FLII X

Para facilitar la reflexión, abordamos primero la parte contextual, del entorno económico y social de la región, para que en un artículo subsecuente nos metamos a fondo en el desarrollo y las perspectivas de la inversión de impacto en nuestros países, junto con el esbozo de las prioridades y esfuerzos en donde hay que concentrar baterías.

Para entrever adónde vamos y, ante esa perspectiva, qué deberíamos hacer, lo primero sería tener claro de dónde venimos y qué necesitamos. Si bien somos una región de enorme diversidad, con realidades muy particulares en cada país, en torno a lo que el prócer cubano José Martí llamaba “Nuestra América” sí existen líneas generales y aspectos fundamentales que compartimos en términos de origen, destino y hasta de espíritu o sensibilidad.

En esos contornos, ciertamente el panorama no luce libre de nubarrones, ni siquiera de riesgos de huracanes, pero las grandes oportunidades de América Latina siguen ahí, y mejor aún, con nuevas posibilidades y palancas para convertirlas en realidades.

Era de ansiedad

El 2019 fue un año convulso para nuestra región. Se caracterizó por la cantidad y la fuerza de movimientos y protestas sociales en buena parte de los países, y no sólo por conflictos políticos, sino vinculados con los grandes desafíos sociales que enfrentamos, sobre los cuales busca incidir la comunidad de emprendedores e inversionistas de impacto reunida cada año en el FLII. Los grandes temas de nuestra América.

En Bolivia, asistimos a la ruptura de su continuidad constitucional luego de sus fallidas elecciones presidenciales, dejando un panorama de gran incertidumbre. En Ecuador, a motines y movilizaciones masivas detonadas tras la eliminación de subsidios a combustibles. En México, sacudido por la delincuencia y la inseguridad pública, ahora hemos visto cómo crece, con particular fuerza, el reclamo de un alto a la violencia contra las mujeres. En Centroamérica, vimos el fenómeno de las caravanas de migrantes huyendo de una violencia no menos dura y de la pobreza extrema.

Periódico El Dinero

Chile, el país de más rápido desarrollo en la región, considerado prácticamente en transición hacia la lista de naciones desarrolladas, ha vivido una profunda crisis social, en la que, luego del estallido de protestas por un aumento a los precios del metro en Santiago, se expresó en las calles un gran malestar entre la población por la incertidumbre económica y las desigualdades: una sensible ansiedad, subyacente al desarrollo del país. Mientras tanto, en Colombia se dieron manifestaciones multitudinarias y un paro nacional, con diversas reivindicaciones planteadas como contrapunto a un paquete gubernamental de medidas económicas que disparó el rechazo de amplios sectores de la población. Perú, que ha mantenido una dinámica de crecimiento continua, ha enfrentado una larga cadena de conflictos políticos, con un ex mandatario tras otro procesados por corrupción.

Para expertos en la región, las líneas confluyentes están bastante claras. En una entrevista para BBC Mundo, Marta Lagos, Directora de la Encuesta Latinobarómetro, la cual es aplicada anualmente a alrededor de 20 mil personas de 18 países latinoamericanos para indagar sobre el estado de la opinión pública de un universo de 600 millones de habitantes, augura que la efervescencia continuará mientras persista una serie de circunstancias que, creo, todos podemos reconocer: un intenso descontento social frente a las élites en el poder político y económico y por la falta de respuesta a diversas demandas, con una creciente exigencia de garantías sociales; en ese mismo sentido, una crisis de representación democrática, de credibilidad de las instituciones y de casi generalizado hartazgo frente a prácticas de corrupción y abusos.

Lagos habla de que lo que hemos visto “es el resultado de un fenómeno social que se produce de manera simultánea en varios países y obedece a que en esta década, después de la crisis subprime (crisis financiera de 2008) y de un sostenido crecimiento económico, a los gobiernos se les olvidó que lo más importante era desmantelar las desigualdades”.

En concreto, un contexto en el cual quizá sólo Uruguay ha logrado garantizar plenamente derechos sociales, más que en la letra de la ley, en el acceso y la calidad de los mismos, como los de educación, salud, salario digno y seguro de cesantía. Todo eso mientras “el 70% de la región dice que se gobierna para una minoría”.

En un artículo en El País, titulado “Latinoamérica necesita soluciones y las necesita ya”, Humberto López, Vicepresidente en Funciones para América Latina y el Caribe del Banco Mundial, esboza un diagnóstico similar:

“No en vano Latinoamérica es la región que menos ha crecido en los últimos 10 años y la que exhibe mayores niveles de desigualdad. Una situación de “claras discrepancias entre lo que la población demanda y lo que se le puede ofrecer” y eso, en combinación con los problemas de gobernabilidad, “puede ser caldo de cultivo para nuevas frustraciones colectivas”.

¿Otra “década perdida”?

Fondo Monetario Internacional

Desafortunadamente, las perspectivas macroeconómicas, en un enfoque de conjunto, no son muy alentadoras. El Fondo Monetario Internacional ha estimado que el PIB de la región crecerá 1.6% este año y 2.3% en 2021, y sólo en la medida que se confirme una reactivación gradual del crecimiento mundial y los precios de las materias primas. Como es claro en este momento, hay amplias posibilidades de que esas estimaciones empeoren, ante el reto inesperado y ojalá que breve de la epidemia de coronavirus. Como sea, el escenario parece mejor al saldo del 2019, con un crecimiento de apenas 0.1%, pero sigue muy alejado de lo necesario.

Como destaca Alejandro Werner, Director para el Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional, en su análisis sobre las perspectivas regionales para el año “el PIB real per cápita de la región ha disminuido 0.6 por ciento por año en promedio durante el período 2014–2019, en marcado contraste con el aumento medio anual de 2 por ciento durante el período de auge de las materias primas de 2000–2013”.

No por nada Humberto López, de Banco Mundial, en otro artículo, llama a evitar otra década perdida:

“Entre el año 2000 y el 2019, el crecimiento anual de la región de América Latina y el Caribe fue en promedio de un 1.6%. A todas luces, este crecimiento es decepcionante tanto si lo comparamos con el crecimiento de otras regiones –Asia del Este (4.8%), Europa y Asia Central (1.9%), Medio Oriente (2.9%), Asia del Sur (6.5%), África Sub Sahariana (3.5%)–, como si lo traducimos en términos per cápita donde la tasa sería del 0.56%, lo cual es insuficiente para conseguir una rápida mejora de vida para la población”.

Desde luego, hay diferencias. Este año, de acuerdo con estimaciones del FMI, Colombia, Perú, Bolivia y Paraguay, que llevan una racha positiva, tendrían incrementos del PIB superiores al 3%, mientras que Brasil se recuperaría ligeramente de varios años de caídas, con un 2.2 por ciento. Chile andaría cerca del 1% y México, tras una contracción de 0.1% en 2019, podría acercarse a eso. Para Argentina, el pronóstico es de -1.3%, grave, pero menos que el -2.5 y el -3.1 por ciento en 2018 y 2019, respectivamente; como sea, su salida de la recesión sería hasta el 2021.

Ecuador estaría en la zona de estancamiento, con el antecedente de las tensiones sociales que ha vivido y una perspectiva de incertidumbre para las materias primas. Venezuela sigue en una debacle cuyo fondo aún no se avista, con una contracción de -10%, viniendo de -35% del año pasado y con una inflación que raya el 40 mil por ciento. Para América Central y República Dominicana se proyecta un crecimiento de 3.9%, pero en varios países se viven situaciones extremadamente difíciles de inseguridad pública e inestabilidad.

Por si fuera poco, para varios especialistas, el riesgo político se mantendrá elevado, con alta probabilidad de que las convulsiones sociales recientes subsistan o repunten, además de que podrían desatarse otras. El Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) señala claramente que la región corre “el riesgo de sufrir mayores crisis sociales e inestabilidad política por la desigualdad que arrastra”.

Salvo excepciones, la experiencia de la democracia es algo relativamente reciente en nuestra región, en la cual persisten fuertes pulsaciones antidemocráticas, tanto en las élites como en el seno mismo de la sociedad. La combinación de eso con escenarios de ansiedad económica y social, cuando el mundo entero asiste a cambios y desafíos tecnológicos, geopolíticos y ambientales de una enorme profundidad y capacidad de disrupción, es sin duda explosiva.

¿Qué hacer? Esperanzas microeconómicas

Estoy convencido de que el enfoque de la inversión de impacto tiene que estar en la receta para que América Latina consolide avances y supere por fin una serie de obstáculos que son como piedras con las que volvemos a tropezar una y otra vez: sobre todo siempre que a algún periodo de auge efímero “se le acaba el gas”, como es claro que ha ocurrido tras el boom de las materias primas que acompañó al despegue de China.

Ese país, a pesar de sus problemas actuales de salud, está enfilado a despuntar geopolíticamente y en gran medida lo ha logrado siguiendo el camino del incremento paulatino del valor agregado de su economía: el mismo que Japón o Corea del Sur recorrieron, desde las ventajas en costo de mano de obra hasta competir por tecnología en las grandes ligas. En cambio, nuestra región pareciera volver a quedarse a la mitad del sendero o desviarse a otros periféricos.

¿Cuándo vamos a atender, en serio, las necesidades y rezagos estructurales que hacen que cada vez que damos dos o tres pasos haya que dar uno hacia atrás muy pronto? La política no ha resuelto esa condición, y es difícil que lo haga en adelante. Al contrario, lo más probable es que produzca más inestabilidad.

La vía de la inversión de impacto es hacer de esas necesidades y rezagos, oportunidades, y lo lleva a cabo mediante una fórmula ganar-ganar: las soluciones son una operación rentable tanto para los beneficiarios directos como para quienes las fondean. Y lo mejor es que surgen, dependen y se multiplican desde la base: de emprendedores que conocen las problemáticas específicas y las alternativas de solución, más que de un proyecto político, visión ideológica o proposición estratégica de algún think tank que pretendan encuadrar todo en alguna gran teoría o plan.

Ahí está la explicación de que, en medio de sombras de pesimismo, el tono general del FLII X no sólo fue de optimismo, sino de auténtico entusiasmo y proactividad.

Desde luego, no estoy diciendo que 600, mil o 10 mil inversionistas y emprendedores sociales van a arreglar todos los problemas de una región como la nuestra. Nuestros países tienen que crecer más, de forma sustentable e incluyente, manteniendo condiciones de estabilidad macroeconómica. Deben consolidar un Estado de derecho y la gobernabilidad democrática, así como implementar políticas integrales que atiendan las grandes fallas estructurales que reproducen las desigualdades y exclusiones, en una situación en la que el 90% de los hogares latinoamericanos representa sólo el 64% del consumo local.

Sin embargo, todo eso será insuficiente o precario si no es complementado con avances a nivel microeconómico, que es en el que vive la gente y donde encuentra –o no– condiciones para progresar. El enfoque de la inversión de impacto es precisamente abordar esas necesidades y retos como inversión rentable, tanto para la gente como para los inversionistas que ponen recursos en ello. Si multiplicamos estas operaciones que se dan en comunidades, sectores y problemáticas concretas, aumentando su escala de impacto, el desarrollo a nivel macro será más sólido y perdurable.

Así lo explica Humberto López, del Banco Mundial: “iniciativas que quizás no cambian las grandes cifras de las cuentas nacionales, pero que pueden tener un impacto directo y positivo en la calidad de vida de las personas”. Al respecto, refiere ejemplos como proyectos en los que participa la institución, como apoyos para expandir el acceso financiero en áreas rurales de México, donde se estima que apenas el 10% de la población cuenta con crédito, o para la detección temprana del cáncer de mama en Colombia.

“Está claro que no se puede esperar a que se resuelva la macroeconomía para reforzar la lucha contra el cáncer”, dice, y quién puede estar en desacuerdo con eso. Se refiriere a políticas de gobierno, pero lo mismo aplica para la inversión de impacto.

La idea es sencilla, pero igualmente poderosa: sentarse a esperar a que la macroeconomía o la política resuelvan los grandes problemas estructurales para sólo entonces abordar los desafíos específicos es una mala apuesta. ¿Por qué no hacer una diferente? Invertir en esos desafíos, por sí mismos tanto por lo que su superación implica a nivel macro.

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Rodrigo Villar
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Rodrigo es socio fundador de New Ventures Group en México — Rodrigo is the Founding Partner of the New Ventures Group based in Mexico