El falso dilema entre salud o economía

(Reflexiones en tiempos de coronavirus II)

Rodrigo Villar
New Ventures Group
7 min readApr 6, 2020

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Hablando de aprovechar los días de aislamiento por el COVID-19 para re-valorar aquello que realmente importa, quizá no tan paradójicamente como podría pensarse, hemos visto resurgir el debate sobre un dilema ético de primer orden: ¿se puede poner un precio relativo a una vida?. En este caso, sobre cuáles serían los límites para salvar a los que enfrenten la peor cara del virus o a cuántos y a quiénes elegir si objetivamente no es posible ayudar a todos, a falta de suficientes camas de hospital, respiradores, médicos y, tristemente, por efecto de voces que claman que salvar a la economía es más importante.

Ahí está el planteamiento de que “la cura no puede ser peor que la enfermedad”, que han replicado el Presidente Trump, directivos en Wall Street o, en México, mi país, un magnate de los medios y las ventas en abonos, además del propio Presidente López Obrador.

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Es la opinión de que el golpe económico, por las restricciones radicales a la vida pública que estamos viviendo, en mayor o menor grado en todo el mundo, causará mayor sufrimiento que el contagio y los enfermos. Por ello, han pedido aligerar las medidas aconsejadas por los epidemiólogos y expertos en protección de la salud o poner plazos, como quería el Presidente de Estados Unidos, que había llamado a “abrir el país” a más tardar en Pascua y ahora al 30 de abril.

En diarios de Estados Unidos, como el New York Times (El cierre destaca el costo económico de salvar vidas), se ha reportado sobre estudios iniciales que sugieren que, en ese país, una reclusión relativamente estricta podría reducir las muertes por el coronavirus en cerca de medio millón de personas a un costo de 2 millones de dólares en actividad económica por vida salvada.

¿Es mucho o poco? Creo que el debate puede ser válido y respetable la opinión de cada quien. Sin embargo, personalmente quisiera pensar que la humanidad no puede elegir sino la opción de no claudicar: poner por delante todos los recursos con que contamos en cada país y a nivel internacional, con todas las capacidades técnicas y reservas creativas y de generosidad dispuestas para hacer hasta lo imposible, tratando de salvar a todos, con el principio de que cada vida que hay detrás de las estadísticas es tan importante como las demás y no debe tener un precio.

Este tipo de crisis nos ponen a prueba a todos en estos sentidos: como personas, en las sociedades de las cuales formamos parte y como humanidad. Como en el famoso imperativo categórico de Kant: “Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza” o bien, “de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio”.

Obviamente, siempre hay limitaciones, pero ese es el ideal sobre que, creo, deberíamos seguir como brújula moral esencial para estrategias y acciones. Con mayor razón aún porque, en este caso específico hacer eso no sólo tiene sentido ético y por supuesto de salud, sino también económico.

Esta convicción está en el centro de lo que creemos quienes estamos en el movimiento de la inversión de impacto, para el cual valores como la solidaridad, la sustentabilidad y la inclusión social no se oponen al del progreso económico e incluso a la rentabilidad financiera de largo plazo. Al contrario: al generar sinergias, el potencial de respuestas parece casi ilimitado.

Prudencia socrática

Para pensar en el ángulo más humano del dilema, vale la pena ver el ensayo fotográfico que presentó la semana pasada NYT sobre la situación en la ciudad de Bérgamo, en Lombardía, la región más golpeada por el virus en Italia. El encabezado lo dice todo: “Este es el corazón sombrío del brote de coronavirus más mortal del mundo”. Obituarios sin fin en los periódicos, pacientes infectados en corredores de hospitales atestados, ataúdes que rebosan los lugares para guardarlos y ancianos que agonizan y mueren solos en clínicas o en sus casas, sin la compañía de sus familiares…

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Desde una perspectiva estrictamente económica, vale la pena atender las prudentes opiniones del Presidente de la FED, emitidas en una entrevista por televisión, la mañana siguiente a la aprobación en el Senado estadounidense del paquete fiscal por 2 billones de dólares para apoyar a la economía de su país. No podía ser más claro al ser cuestionado sobre si convenía apresurar la normalización de actividades: “No somos expertos en pandemias aquí, queremos escuchar a los expertos”.

“El virus va a establecer el calendario y creo que es correcto”, dijo Powell. “El primer orden del día es controlar la propagación del virus y luego reanudar la actividad económica”.

En la recomendación hay una lógica que no deberíamos soslayar: la abrupta caída y extrema volatilidad en los mercados, con una expectativa tan pesimista como la de una caída del PIB de Estados Unidos por más de 30% en el segundo trimestre, responde, en esencia, a un nivel de incertidumbre igualmente dramático e inédito.

Aquí, como en tantas otras cosas, deberíamos seguir el ejemplo socrático sobre la capacidad de aprender, en la relación entre sabiduría (y en este caso prudencia) con la humildad de aceptar lo que desconocemos.

En este momento, poner la economía antes que el problema de salud sería una apuesta demasiado arriesgada e irresponsable, justamente porque nadie sabe cuándo ni en qué forma se controlará al virus. Ni siquiera los especialistas en la materia pueden decirlo con exactitud. Y si no podemos estar seguros de si habrá que pasar algunas semanas o varios meses encerrados en casa, no puede darse por descontado que muchos saldrán a las calles, al trabajo o a abrir su negocio sólo porque lo autorice un Presidente o algún empresario lo crea una buena idea.

¿Qué pasaría si esa “liberalización” agudiza la epidemia y la prolonga? ¿En serio querríamos arriesgarnos a tener unos cuantos días más de trabajo para pronto acabar con más enfermos, incluyendo en familias de la población económicamente más vulnerable, y por supuesto, menor actividad económica?

Vamos por la V, evitemos la L

Recrudecer la recesión y complicar la recuperación sí sería mucho peor que la enfermedad tal como se presenta ahora. Imaginemos que sólo en países aislados, como México, persistiera el problema epidemiológico. Más bien, la reactivación vendrá por el otro carril: cuando haya más certeza sobre el control del riesgo de salud, la confianza para trabajar e invertir debería regresar, y con ello, dar paso a la recuperación.

Lo más pertinente es seguir, en la medida de las capacidades y circunstancias de cada país, así como a nivel internacional, la receta que están llevando, en los hechos, más allá del debate ético o político, lo mismo Estados Unidos que China y los países de Europa. Ésta es:

  1. No cejar en el propósito de parar la crisis de salud, con todas las medidas que sean necesarias de acuerdo con los especialistas
  2. Al mismo tiempo, preparar un plan de emergencia económica a la altura del desafío. Paquetes de medidas fiscales con créditos, apoyos directos, diferimientos fiscales o de deuda, así como una política monetaria extraordinaria, para responder a condiciones extraordinarias como las que enfrentamos.

Por eso en la Unión Europea se habla de un nuevo Plan Marshall, mientras que China se dispone a desplegar subsidios por alrededor del 5% de su PIB. Y por eso mismo la FED no sólo ha salido a los mercados a comprar bonos del tesoro, sino incluso títulos de fondos de inversión cotizados (ETFs). Ante los días difíciles que vienen, quieren que familias y empresas tengan confianza en que tendrán apoyo y que hay luz al final del túnel. “A todos los americanos les digo: la ayuda está en camino”, declaró el líder de la minoría demócrata en el Senado, a punto de completar el proyecto.

En todo el mundo se debate si esta recesión o crisis económica tendrá una forma de V (caída abrupta y rebote rápido) o U (reactivación más retardada). Lo que nadie quiere es una L: recesión sin recuperación a la vista. Relativizar el reto de salud para priorizar la economía podría acabar precisamente en esa letra, además de las implicaciones éticas y de mayor relieve humano.

En adelante será fundamental la flexibilidad, tanto como la disposición de pensar diferente para estar preparados ante lo que viene, lo mismo en un país que en una empresa o a nivel personal. La mayoría, si no es que todos, tendremos que adaptar muchas cosas y hacer cambios. Hay que aprovechar de aislamiento para descubrir cómo y estar listos. Al final, a pesar de las dudas y la ansiedad de hoy, podemos salir fortalecidos. También mejores, si en lo único en que seamos inflexibles es en el principio de alinear economía y ética, poniendo por delante lo que más importa.

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Rodrigo Villar
New Ventures Group

Rodrigo es socio fundador de New Ventures Group en México — Rodrigo is the Founding Partner of the New Ventures Group based in Mexico