Inversión de impacto 2020: En el punto de inflexión

Rodrigo Villar
New Ventures Group
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9 min readMar 4, 2020

En un artículo previo comentamos que desde el mirador de los grandes bancos de inversión y administradores de fondos se ve con relativo optimismo el panorama de la economía mundial y de los mercados para 2020: no de jauja, ni exento de riesgos, pero moderados, dando casi por descartada una recesión y con las expectativas de ganancias mejorando. Para la inversión de impacto y con enfoque ESG (responsabilidad ambiental, social y de gobernanza) el escenario es aún más favorable.

No habíamos tenido un inicio de año con tantas noticias promisorias en la corta pero intensa historia de la inversión de impacto, que podemos decir inició formalmente cuando la Fundación Rockefeller acuñó el término en 2007 y el concepto empezó a tomar consistencia, tanto en su formulación como en los instrumentos, las métricas, el ecosistema y las propias inversiones. Estos han sido días importantes, que pueden anunciar un despegue para dirigirnos hacia la realización plena de la premisa básica: que los inversores contribuyan a mejorar el medio ambiente y la sociedad mientras buscan retornos financieros sólidos.

Hablo de indicios que apuntan justo al significado de la palabra promisorio: lo que incluye o encierra en sí una promesa.

Hay un gran trecho por recorrer, pero sí puede advertirse, con claridad, que hoy está ocurriendo –y muy rápido– algo por lo cual quienes participamos en este movimiento hemos clamado y trabajado todo este tiempo, pues resulta indispensable para lo que llamamos escalar el impacto: que el mainstream financiero y corporativo tome nota de la pertinencia y la oportunidad de la fórmula y, más allá de concientizarse, la incorpore en sus estrategias y portafolios, como un activo que les conviene a ellos, a sus clientes y al mundo.

Entre otras cosas, enero de 2020 será recordado por fenómenos que inevitablemente se relacionan con el cambio climático: sobre todo, los incendios masivos en Australia, que según los reportes se extendieron por 186 mil hectáreas y, además de pérdidas humanas y devastación económica, dejaron en peligro de extinción a unas 100 especies animales. Y cerramos ese mes con el hallazgo científico de un glaciar de la Antártica que se derrite en su fondo, con el peligro de que al desaparecer, podría provocar el derrame de una gran capa de hielo y, con ésta, que el nivel de los océanos se elevara más de un metro. Todo ello junto con la confirmación de que 2019 fue el segundo año más caliente en registro, tras el 2016, completando la década de más calor.

Son sucesos y datos para preocuparse de verdad, pero sobre todo para ocuparse. Afortunadamente, también hay abundantes y significativas señales de esto último. Hacia allá apuntan los anuncios de ajustes en sus carteras de activos y de evaluación de riesgos de gigantes financieros como BlackRock, Bank of America o State Street. Más alentadores aún, tras un año en el que la colocación de capital en fondos mutuales y cotizados (ETF) de impacto o ESG alcanzó niveles récord: más de 20 mil millones de dólares adicionales, cuatro veces lo logrado en 2018.

Señales desde la montaña

Si en diciembre la COP 25 de Madrid decepcionó por la falta de acuerdos para ir adelante y reforzar el Acuerdo de París, cerrando el 2019 con un dejo de pesimismo en ese frente, desde el Foro Económico Mundial, la reunión de las élites económicas globales por antonomasia, salieron mejores noticias. Justamente, muestras de que el mainstream financiero no sólo está preocupado: empieza a ocuparse en serio, con compromisos y dinero de por medio.

Desde el mismo eje temático rector: “Capitalismo de las partes interesadas (stakeholders)”, con el llamado a una renovación en las empresas y del sector financiero, a fin de poner en sintonía la obtención de utilidades con las responsabilidades ante los mayores desafíos globales, incluyendo divisiones sociales y políticas, desigualdad y la crisis climática.

Afortunadamente, las señales emitidas por los liderazgos financieros y empresariales de Davos fueron muy distintas a las del “líder del mundo libre”, que como mencionamos en el comentario previo, fue a decir cosas como que, con él, América es más grande que nunca, y para calificar a los activistas climáticos como “profetas de la fatalidad”.

Todo lo contrario, Brian Moynihan, el CEO de Bank of America, que maneja 3 billones de dólares en activos (cuenta larga en todas las cifras), confirmó el compromiso de invertir 300 mil millones en proyectos sustentables hacia el 2030, con la expectativa de grandes oportunidades para desplegar capital en áreas como bonos verdes y diversos esquemas de financiamiento para instalaciones de energía solar o eólica. Ya tienen 25 mil millones de dólares en fondos ESG, y reportan que cada vez más inversionistas les indican que sólo quieren ser socios de compañías cuya misión alinee utilidades con objetivos sociales y ambientales, de preferencia proactivos, como alcanzar la neutralidad de carbono.

Y como se ha visto, del otro lado se avanza en esa dirección. Un caso emblemático: el 17 de enero, Microsoft lanzó su iniciativa-compromiso de llegar a 2030 con un grado superior al de neutralidad, que es el estatus de “carbono negativo” (remover más CO2 de la atmósfera del que se emite, incluyendo la cadena de suministro). Por los mismos días, Airbnb, en la antesala de su OPI, anunció su nuevo enfoque corporativo, en el que las ganancias para los accionistas pierden la exclusividad, para insertarse en una orientación de creación de valor para todos los stakeholders. Una decisión no sólo por razones éticas, sino porque también es, en sus propias palabras,

“el mejor camino para construir un negocio altamente valioso”.

Se trata de hacer lo correcto de cara a la sociedad, pero también para la sustentabilidad del negocio, comenzando por la prevención de riesgos. En el caso de Airbnb, que se alista a medir la huella de carbono de las transacciones de su plataforma, tiene que ver con el corazón mismo de su operación: su red de usuarios, en la que destacan millones de millennials que valoran mucho estos factores. De ahí el propósito de establecer “un nuevo estándar para el turismo sostenible”. Tal como en una industria un riesgo que no puede ser desestimado es un mayor costo para financiarse, en la medida que más inversionistas exigen el cumplimiento medible de criterios ESG.

Esa es la esencia de lo que se vio en Davos este año: una promesa de cambio menos etérea. Otro botón de muestra: la presidenta de SAP advirtiendo que las empresas deberían prepararse para un mayor activismo de sus partes interesadas, tal como sucedió con el problema de Amazon con sus empleados que le reclaman ir más lejos en su compromiso ambiental.

Hacia la gran reasignación de capital

Si realmente estamos en un punto de inflexión para un capitalismo responsable, como ya hemos referido que afirmó, también en Davos, el magnate Marc Benioff, un candidato ideal como hito en la edición 2020 de la influyente carta anual del presidente de BlackRock, Larry Fink, a los CEOs de las compañías más grandes del mundo, publicada el pasado 14 de enero. Por lo que dice y por quién lo dice.

¿Quién? La cabeza del mayor administrador de activos del mundo: casi 7 billones de dólares (trillones en Estados Unidos). ¿Qué? Según lo destaca el New York Times, que BlackRock empezará a evitar inversiones que “presentan un alto riesgo relacionado con la sustentabilidad”, anticipando un movimiento que podría cambiar los fundamentos de su política inversora y, con ello, dar pie a una reconfiguración de la manera como se hacen negocios en Estados Unidos, ejerciendo presión para que otros sigan el ejemplo.

Los efectos han llegado muy rápido. Unos días después, State Street, cuya división global maneja 3.1 billones de dólares invertidos en todo el mundo, se sumó formalmente a la corriente. De entrada, anunciaron que planean votar en contra de directores de compañías que se rezaguen en los objetivos de cambios ambientales, sociales y de gobernanza, comenzando con las del S&P 500 y de los principales índices europeos, para ampliar a otros mercados en 2022.

Vale la pena leer la carta de Fink, que lleva el título “Un cambio estructural de las finanzas”. Juzguen por sus propias palabras:

“En mis 40 años de carrera en finanzas, he presenciado varias crisis y retos financieros –las alzas en la inflación en los 70s y principios de los 80s, la crisis monetaria asiática en 1997, la burbuja dot-com, y la crisis financiera global. Aún cuando estos episodios duraron muchos años, todos eran, en el sentido amplio, de corto plazo. El cambio climático es distinto. Incluso si solo una fracción de los impactos proyectados se concreta, esta es una crisis mucho más estructural y de largo plazo. Las compañías, inversionistas y gobiernos deben preparase para una importante reasignación de capital.

Sus preguntas son tan relevantes para un inversionista como para activistas y gobernantes: “¿Qué pasará con las hipotecas a 30 años –un pilar fundamental de las finanzas– si los acreedores no pueden estimar el impacto del riesgo climático para un horizonte tan extenso, y si no hay un mercado viable para seguros sobre inundaciones o incendios en áreas afectadas? ¿Qué pasa con la inflación, y a su vez con las tasas de interés, si el valor de los alimentos aumenta a causa de sequías o inundaciones? ¿Cómo podemos modelar el crecimiento económico si los mercados emergentes ven caer su productividad como consecuencia de temperaturas muy altas y otros impactos climáticos?”.

Para quienes promovemos la inversión de impacto es como una bocanada de aire fresco: como comentamos al principio, de promisión, porque aunque habla de crisis y dilemas para la humanidad, el que Wall Street se comprometa es una buena nueva: la promesa de más dinero dirigido a la esencia de nuestro sector: rentabilidad financiera + retorno social.

¿Qué viene? En la perspectiva del presidente de BlackRock, una revaluación de los supuestos financieros básicos, junto con nuevos instrumentos, como fondos con composiciones de activos y métricas de desempeño distintas, además de medidas como presionar a compañías para revelar planes específicos y emitir reportes de compliance con parámetros técnicos adecuados para el seguimiento, por ejemplo, ligados a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.

¿Y América Latina?

Entraremos de lleno al tema de la perspectiva de la inversión de impacto en nuestra región en un próximo comentario. Sin embargo, quiero dejar constancia, desde ahora, de mi convicción, que comparto con mucha gente comprometida con el sector, de que también aquí vivimos un momento definitorio, aunque todavía mucho más de promesa sobre el enorme potencial que existe.

Cada febrero nos vamos a Mérida, Yucatán, al FLII (Foro Latinoamericano de Inversión de Impacto), donde llegan inversionistas de toda la región y del mundo, emprendedores e innovadores sociales, académicos y representantes de fundaciones, ONGs, empresas y, en general, lo que llamamos agentes de cambio.

Cada año son más, pero nunca habíamos tenido un incremento como el que se presentó para esta 10ª edición, sobre cuyo desarrollo próximamente estaremos informando.

Hay miles de agentes de cambio creando empresas y proyectos de impacto social en todos los países latinoamericanos, trabajando sobre los retos que compartimos con el resto del mundo, como el cambio climático, y en aquellos con características más endémicas, como pobreza, inequidad y violencia de género, migración, rezagos educativos, de sanidad y en inclusión financiera. Recíprocamente, también vemos cada vez más inversionistas, locales y de otras regiones, interesados en fondearlos. Además, estamos inmersos en un gran esfuerzo de organización y profesionalización del gremio, a nivel regional y en cada país, algunos más adelantados y otros en los primeros pasos.

También aquí iniciamos el 2020 con buenas señales. Por ejemplo, el lanzamiento del primer índice bursátil sustentable en México, por parte de la Bolsa Institucional de Valores (BIVA) y FTSE Russell: el FTSE4Good-BIVA, con 23 emisoras de arranque. Con este dispositivo se busca fomentar la inversión responsable y el cumplimiento de las mejores prácticas corporativas en materia ambiental, social y de gobernanza.

Hay grandes oportunidades, pero todo depende de que nos movilicemos y organicemos mucho más rápido; de no rezagarnos del vertiginoso desarrollo de la inversión de impacto en otras latitudes. Necesitamos asegurarnos de no perder este tren de futuro, como hemos llegado tarde a otros en nuestra historia.

América Latina puede recibir una parte considerable de la gran masa de activos financieros que se alista para este tipo de instrumentos y empresas, pero tenemos que estar preparados para atraerlos y retenerlos. Lo primero es pensar a futuro; no quedar atrapados en el pasado y en consideraciones políticas e ideológicas, como ha sucedido en otras áreas.

Se trata, por ejemplo, de apostar a las energías renovables, para las que hay inversionistas de todo el mundo dispuestos. Eso es mucho más razonable que hacer una refinería sobre un manglar, con la idea de ser “soberanos” en algo que pronto será obsoleto, fondeada con dinero público y sin expectativa de retorno a la inversión financiera ni mucho menos en lo ambiental.

Es cuestión de realismo y reconocimiento de prioridades; de visión y estrategia; de anticipar lo que viene en vez de insistir en lo que quedó atrás. Eso justamente están haciendo BlackRock o Microsoft. ¿Y nosotros?

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Rodrigo Villar
New Ventures Group

Rodrigo es socio fundador de New Ventures Group en México — Rodrigo is the Founding Partner of the New Ventures Group based in Mexico