La tristeza del tercero

Desde Nexos Multimedia recordamos al Señor de la Vanguardia. A propósito de su cumpleaños 90, hablamos de Camilo Cienfuegos a través de la historia de Emilia Gorriarán, su madre.

Redacción Nexos
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3 min readFeb 6, 2022

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Ilustración: Max Barbosa Miranda

Por Francis Viñals Iglesias

Ramón era un empleado de sastrería con bajo salario, del cual dependían él y Emilia. Ambos eran emigrantes, vivían de alquiler en alquiler, uno más barato que el otro. En 1929 nació Humberto, dos años después, en 1931, llegó otro hijo, Osmany. A pesar de las escasas condiciones, Emilia deseó cargar entre sus brazos a una niña. Entonces, hubo un tercer embarazo. No supieron el sexo hasta el seis de febrero de 1932. El niño, el tercero, causó admiración.

El hogar comenzó a llenarse de bromas. El más pequeño, Camilo, tenía una seriedad tremenda, pero un buen sentido del humor. También era rebelde: el que más discutía.

Emilia veía a sus tres hijos asistir a la misma escuela. Cada uno se inclinaba hacia una afición distinta. Camilo, gustó de la Historia —en especial la que hablaba de Martí — , de la natación, de montar bicicleta, de la pesca y las caminatas por el campo.

La madre a veces quedaba asombrada porque el niño iba con ella y con Ramón a casa de los Rabaza, allí cosía la ropa que se mandaba a la Barcelona sacudida por los fascistas. En ello influyó Paquita Rabaza, la hermana de Tato, su mejor amigo. Para Camilo, las novias fueron varias, pero a él siempre le gustó Paquita. Iba con frecuencia a su casa porque, además de ayudar, quería verla.

Camilo guardaba parte de su dinero designado a merendar para mandarlo a los niños huérfanos de la Casa de Niños Españoles de La Habana. Por acciones como esta le crecieron valores y el orgullo de sus padres.

Camilo Cienfuegos juntoa a sus padres

Emilia poco a poco dejó de llamarse así. Se convirtió en “la madre de Camilo Cienfuegos, el Héroe de Yaguajay”, una de las encarnaciones vivas de la Revolución, el del sombrero alón, el Señor de la Vanguardia, el que desapareció en el mar.

Dice María Teresa León, escritora española, que después de ese día a Emilia «se le veían los hombros cansados y las agonías del corazón empeñado en latir».

Imagino que llegaron frente a sus ojos los recuerdos de Camilo antes de ser el héroe de Cuba. Esos de cuando un niño travieso se escondía tras la puerta, de cuando un abrazo no estaba separado por la distancia de la guerra. Aquel 28 de octubre se le fue un hijo, pero a esta tierra se le hizo eterno el comandante amado por su pueblo.

Pero Emilia Gorriarán siguió como ejemplo de la fraternidad hispanoamericana: en las calles aliviando el dolor de otros, de los presos de España, de los que estaban en soledad; guardó la tristeza del tercero y la esperanza de que un día regresara a llamarla madre, como solía, y no mamá.

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