Los anónimos que conocí

Fran Cano
No Ficción
Published in
4 min readMay 2, 2014

Yo empecé a publicar artículos en internet con la torpeza y la inocencia de quien se piensa bloguero de nacimiento. Mis primeros textos en Frailespático, la revista que fundé hace cuatro años con un grupo de amigos, pretendían ser columnas de opinión. Al final, por mi incapacidad, por mi ignorancia, eran otra cosa: un desastre. No rescataría más de tres artículos de aquel comienzo. Había un tema, sin embargo, que me inspiraba, que me reportaba halagos de amigos cultos, que propiciaba visitas en la web, que levantaba polémicas y que sacaba lo peor de mí como persona y, quizá, lo mejor como escritor: la cobardía de los anónimos.

Le Margers. Hace años que no sé nada de Le Margers. Firmaba con ese pseudónimo que a mí me despistaba tanto. ¿Era un tío o una tía? ¿Era mujer que se hacía pasar por hombre? ¿Era varón que firmaba con nombre de fémina en internet? Era, fundamentalmente, imbécil. Le Margers me atacó siempre, salvo en un par de ocasiones en las que pareció perdonarme la vida. Si yo criticaba al PSOE de mi pueblo, ella dejaba al pie de mi artículo un comentario: “Este periodista de derechas. Se nota que va para Intereconomía”. Le Margers obedecía a una línea de pensamiento muy pobre: alardeaba de ser de izquierdas, al tiempo que incitaba, con odio en su discurso, a la violencia. Reproducía a menudo frases efectistas de esas que tanto se llevan ahora en los muros de Facebook. Nunca supe quién había detrás de su nombre afrancesado. Nunca sabré, sospecho, si es él o ella. Nunca dio la cara.

Chindo. Fue uno de los anónimos que bombardeó Frailespático antes de las elecciones municipales de 2011. Chindo (acabo de ver en Wikipedia que es una raza de perro en Corea del Sur) arremetió contra la candidatura del PP de mi pueblo, que entonces aspiraba a ganar los comicios locales. Chindo, también desde la estupidez y la arrogancia, menospreció el oficio de ganadero para dañar al que hoy es alcalde de Frailes. Ocurrió que su popularidad como anónimo de Frailespático creció de tal manera que propició un deporte en nuestra web: meterse con Chindo, putearlo con sus mismas armas. La impunidad del anonimato se le volvió en contra. Y, para su desgracia, el PP desbancó al PSOE de la Alcaldía de mi pueblo. Lo normal es que Chindo sea un frailero resentido y amargado, un idiota que buscaba otra vida ociosa bajo la protección de la Red. Nunca dio la cara.

Alfa. Ay, cuánto me duele escribir de Alfa. Alfa, alfa, alfa. La historia con este anónimo me apena realmente. Lo digo en serio. Alfa fue íntimo amigo mío. Pasábamos las tardes enteras juntos. Nos distanciamos a partir de los 16 ó 17 años. No nos peleamos. No es que yo lo apartara de mi vida o él a mí de la suya. Pasó que, poco a poco, elegimos caminos diferente y perdimos la amistad. Nada más. Sin dramas. Las tiranteces entre nosotros surgieron por su cobardía, porque eligió ser un anónimo, un enmascarado que atacó con malos argumentos a quienes con dedicación y voluntad construíamos Frailespático. Años después, cuando supe que él, mi viejo amigo, era Alfa (o Fulano o Mengano, porque se escondía en varios “pelajes”) le reproché quizá con excesiva dureza su actitud. Le dije que no me molestaba que criticase la web; sí me parecía ruin y miserable hacerlo desde el anonimato. Él, todo contradicciones, esgrimía que podía hacerlo, que el sitio electrónico le brindaba esa oportunidad.
Escribí varios artículos muy duros contra Alfa, en particular, y
contra todos los “trolls” que dañaban la imagen de la revista digital. El último de ellos lo titulé “Idiotas”. Lo retiré, arrepentido, a las pocas horas de publicarlo. Alfa era mi amigo, mi mejor amigo de la infancia, me dije. Organizamos una reunión en mi bar para limar asperezas. Yo quería que también él colaborase en Frailespático. La reunión nunca se dio. Él, en una defensa tan frágil como sus críticas, se disculpó como pudo: “Creí que tú me llamabas a mí para quedar”, me dijo.

Anónimo. El último anónimo que intenta manchar nuestra revista es el menos original, el más tonto. Su pseudónimo revela sus limitaciones creativas. Anónimo empezó a publicar comentarios hace escasos meses. No reparé en él hasta que utilizó las mayúsculas y los insultos. Todo a la vez. Como los gestores de Frailespático aprendimos la lección, ahora no corremos riesgos: sepultamos sus ocurrencias. El gran cronista Alberto Salcedo Ramos tiene razón: los editores deben extirpar los comentarios violentos. “Triste que las secciones de opinión de los lectores hayan derivado en estos híbridos de antro criminal con alcantarilla. La prensa debe actuar. Seguir apadrinando la sevicia de los vándalos no es democrático sino irresponsable”, defendió en su columna de El Espectador “El foro de los depredadores”. El escritor español Sergio del Molino ha avisado, luego de una avalancha de malas formas en su blog, que fulminará los comentarios que estén fuera de lugar.

Anónimo, el de Frailespático, sigue enviándonos sus explosiones de ingenio. Yo las mando a la papelera con una mezcla de placer y frustración. Prefería no hacerlo.

--

--