Mensajes en la noche

Fran Cano
No Ficción
Published in
3 min readMay 19, 2014

Los viernes tienen para mí el sabor de los domingos para los trabajadores convencionales: al día siguiente hay faena. Intentaba yo olvidarlo en la barra de El Cazador, uno de mis bares preferidos, con la compañía de mi novia y de mi buen amigo Trope. Mi chica me advirtió de los riesgos de un tercer cubata antes de ser un rehén de un monitor; las bondades de ser periodista de sábados y domingos. Yo asumí que ella tenía razón, porque el ron me es esquivo desde hace ya tiempo: si antes bebía cinco o seis sin problemas, ahora no puedo pasar de dos sin sufrir una resaca que me desactiva las veinticuatro horas siguientes.

Mi Iphone sonó a la una menos cuarto de la noche. Supe por el tono que era un mensaje privado de Facebook: “Buenas, mira, que estoy interesado en el puesto de la cooperativa de los sacos de Frailes. Lo que no sé es la dirección para ir hasta allí. Por si me puedes ayudar. Gracias”.

Un tal Daniel Pulido me escribió. A mí me llamó la atención la hora en que el recién conocido (me solicitó amistad pocos minutos antes) precisó más contexto de una noticia que yo había dado en Frailespático. Mi asombró no impidió que le contestase: “La información está en la cooperativa”, le dije. Él, dubitativo, me preguntó si era necesario acudir a la fábrica. Le comuniqué, sin decirle que sí, que la presencia física era capital, la ubicación de la que podría ser su futura empresa. Daniel supo del sitio luego de algunas precisiones más que yo aporté sorprendentemente implicado; bien podría haber pasado del asunto. ¡Era casi la una de la madrugada!

Cuando pensé que la conversación capitulaba Daniel me hizo ver que de verdad le interesaba el empleo. “¿Eso qué horario tiene?”, preguntó. No sé si al leerlo me resultó gracioso, pero al reescribir ahora “eso”, como si la fábrica fuese una cosa extraña, me parece muy divertido. Le contesté que desconocía el horario. “¿Pero no llevas eso?”, me preguntó, confundido. “Yo soy periodista”, arrojé luz en una charla que con el tiempo se volvía más opaca. Pulido insistió: “¿Y no sabes si mañana está abierto, no?”.

A mí tanta pregunta no me incomodó; sé lo que es formular una detrás de otra como un desesperado. Me inquietó que de repente, por aquellos mensajes de un extraño, yo ya no estaba en un bar con mi novia y mi amigo; me había ido a otra parte. Si hubiese dejado el teléfono inteligente en mi casa, esa evasión virtual no se habría dado.

“Busca el número en Internet”, le ordené, nótese el imperativo, a Daniel. Él me comentó, no sé si a modo de disculpa, que pensaba que yo era un representante de la fábrica. “Como sales y todo”, agregó en alusión a la foto que acompaña mis textos en Frailespático. “Te deseo lo mejor, yo sólo llevo la revista digital”. Antes de darme las gracias y dar por concluida la entrevista (no es descabellado llamarlo entrevista; estuvo a punto de mandarme el currículo), Pulido me inquirió de nuevo: “¿Está al pasar la gasolinera por un carril que hay a mano derecha, no?”. Suspiré antes de desearle de nuevo suerte. Mis palabras fueron sinceras.

Volví a la tierra, al ron, a las conversaciones físicas.

***
Un días después, a las doce menos cuarto de la noche, me llegó al móvil un mensaje vía Facebook:

“Buenas. Puf. Vaya mierda. Al final me han dicho que ya se ha pasado”.

No chateé con Daniel. No supe qué decirle.
Yo regresaba a Frailes tras un sábado en el periódico.

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