Amon Tobin — ISAM

Julián Príncipe
Noise Gate
Published in
3 min readJun 28, 2018

Hace un tiempo escuché en un bondi cómo dos personas discutían sobre si ellos priorizaban la melodía o la letra de una canción. Por un lado un chico decía que conectaba más con las letras porque se veía reflejado en ellas, por el otro la chica le respondía que la melodía (en especial cuando la música era en inglés y ella no la entendía) la “llevaba a lugares”. Unos hippies de mierda.

Pero me quedé pensando en mi experiencia como consumidor de música y me di cuenta que, por más que la música se tiene que analizar como la totalidad de los factores y no como sus partes aisladas, hay un detalle al que le presto mucha más atención que al resto; el diseño sonoro.

Desde que soy chiquito me gustan los ruidos, no puedo evitarlo. Mi vieja siempre cuenta la anécdota de que apenas tuve mi primera guitarra eléctrica a los 11 años se sorprendió porque yo pasaba más tiempo jugando a hacer ruido con el cable desenchufado que tocando, después me metí los instrumentos en el orto y me compré sintetizadores.

Pero, ¿qué es exactamente el diseño sonoro? Principalmente es un término utilizado en cine, es el diseño de los sonidos que acompañan a la imagen. Pero la música puede tener diseño sonoro también. En gran parte de los géneros musicales la importancia rara vez está en qué nota se toca, si no la relación de las notas entre sí y, en especial, el timbre de los instrumentos.

Es más, a veces ni hay notas. En 1913 Luigi Rusollo ya estaba hablando de “sustituir la limitada variedad de timbres que una orquesta procesa hoy por una infinita variedad de timbres que se encuentran en los ruidos, reproducidos con los mecanismos apropiados”. Parece una locura pero no hace falta ir a nichos muy experimentales para ver cómo Luigi tenía razón. A Skrillex le chupa un huevo qué notas hacen las licuadoras en sus temas, a él le importa generar algo a través del timbre de dichos sonidos.

Y ahi es donde entra ISAM. Amon Tobin es para los fans del diseño sonoro lo que Michael Bay es para el fan de las explosiones. Usando muchos métodos complejos de manipulación de foleys Amon Tobin desarrolló una especie de soundtrack abstracto lleno de sonidos que mutan y se desenvuelven en espacio y tiempo. Los productores son muy de usar el término “ear candy” para referirse a recursos que, por más que carecen de profundidad o sentido, resultan atractivos y placenteros al oyente y siguiendo la analogía este disco está al borde de ser empalagoso.

Este es uno de esos discos que para entender su belleza tenés que escuchar en los mejores auriculares o parlantes que tengas y a un volumen moderadamente fuerte. Tiene una intensidad particular y una paleta sonora que no se parece a nada que haya escuchado antes. Una amiga una vez me agradeció por recomendarle este disco porque “le era ideal para escuchar drogada”.

Protip:

Aunque la calidad de sonido es significativamente más baja te recomiendo que chusmees la perfomance audiovisual que acompañaba a este disco en vivo. Me pone un toque la piel de gallina cada vez que la veo.

--

--