Los susurros de Jericoacoara

El desierto de los sonidos.

David Fuentes
Nuevos mundos

--

Cuando arranqué a escribir en este medio, hace ya más de dos semanas, en mi primera contribución, “El porqué”, contaba que empecé este formato para contar lo que se me pasaba por la cabeza, mis impresiones y opiniones.

Jericoacoara, by Grupo de Viagem

Y en concreto mencioné cuatro ejemplos, cuatro promesas que hice al viento. Pues hoy es el día de cumplir la primera de ellas, la impronunciable Jericoacoara, porque Eu amo Jeri, por isso eu cuido y, aunque desde la distancia sea difícil cuidarla, cuido que siga tan auténtica y tan fantástica como a mi me pareció, pregonando sus bondades a cielo y tierra.

En Jericoacoara hay sonidos, muchos. El romper del mar quizás sea el más fácil de averiguar; las batukas de un grupo de Capoeira cualquiera, en la playa, uno fácil de recordar; el del andar de los asnos por las calles de arena, el más curioso; el del “mais uma cerveja, por favor” tumbado en la Lagoa do Paraiso, el que me hace recordar Brasil; el de las brasas crepitando a las puertas de los restaurantes, el que me hace salivar a deshoras; o el del incesante viento, el más presente de todos, que hace que se oiga el tambaleo de las conchas de los collares en los puestos de hippies (hippies auténticos) que de otra manera sería silencio; y el de las guitarras acústicas en directo durante las cenas, el que más echo de menos a la vuelta, en Madrid. Y todo eso es lo que echo de menos de Jeri, que no es que en Madrid no haya sonidos, ni mucho menos; pero no hay sonidos de calma, de paz.

Jeri es tranquilidad, la tranquilidad que se genera en una ciudad que está gestionada para ser tranquila. Llegar no es fácil, y eso mantiene a raya el turismo masivo de “llegar, ver, y marchar”. Está en medio de un desierto que ha llegado hasta el mar, o un mar que se secó parcialmente (yo, al menos, no lo sé), y para llegar hay que atravesarlo. Simplemente no es cómodo para quien tenga prisa. Ellos se lo pierden.

Jericoacoara, by Grupo de Viagem

Lo primero que te encuentras en Jeri cuando te deja el autobús (por llamarlo de alguna forma, porque más bien es un camión) es un pequeña localidad sin asfalto, ni calles pavimentadas. Y ahí reside su encanto. No tiene hotelazos prohibitivos, ni restaurantes de los que no te puedes pagar, pero tiene hoteles buenos y restaurantes buenos. ¿Para qué más?

Las tres calles principales (y casi únicas) del lugar terminan en una playa infinita y plana como el propio mar, una playa para fotografiar (la de fondo, por Jez), con unos pocos bares, tumbonas de alquiler, con lugareños jogando futebol, con puestos de caipirinha a todas horas, flanqueada por unas pocas palmeras en su extremo norte, con unas cuantas barcas de pescadores encalladas en la arena, grupos de Capoeira, windsurfers y barcos de vela en el horizonte; y espacio, mucho espacio, mucha playa para poca gente.

Y los atardeceres, ¿Qué decir de los atardeceres de Jeri?. Cuando se acerca el momento, todos los presentes, tanto lugareños como foráneos, peregrinan (como si dieran caipirinhas gratis) hasta lo alto de una gran duna en el extremo sur de la playa cerveza en mano y con buen espíritu para coger buen sitio al borde de la duna Pôr do Sol en previsión del espectáculo a punto de acontecer. Y es que esto es todo un evento en Brasil, puesto que es uno de los pocos lugares en los que se puede contemplar una puesta de Sol sobre el mar, ya que casi toda la costa del país está orientada al Este o al Norte.

Música improvisada, niños haciendo acrobacia duna abajo, sandsurfers, puestecillos de caipirinha, y todos esperando al momento mágico, justo cuando el Sol desaparece en el horizonte y el gentío se envuelve en un sonoro aplauso (que yo, personalmente, no entiendo del todo…).

Dicen que es desde aquí donde es visible un efecto muy extraño conocido como Emerald Sunset, que ocurre en muy pocos lugares del mundo, y es que, en días claros, justo en el momento en el que el Sol va a desaparecer, se vuelve verde.

Para mi, tras tres sunsets de días despejados en la duna, sigue siendo una leyenda. Quizás tenga suerte la próxima vez.

Pero Jeri no acaba aquí. Bueno, estrictamente Jericoacoara sí; pero no el Parque Nacional de Jericoacoara, que se extiende muchos kilómetros de desierto y costa alrededor de Jeri, perfectos para ser recorridos a lomos de un buggy.

La asociación de buggeiros ofrece varios recorridos aunque la excursión finalmente se realiza de manera individual con lo que aporta bastante libertad en los tiempos, aparte de permitir compartir fácilmente algunas palabras con el buggeiro. En nuestro caso, sólo hicimos uno de ellos, el principal, pues llega a los tres lugares principales del Parque.

Tras una media hora en el buggy por los caminos de arena de los alrededores de Jeri, llegamos a un aparacmiento, por llamarlo de alguna manera, donde comienza un camino de unos cuarenta minutos hasta la Pedra Furada. El camino por la misma costa es espectacular, las olas rompiendo en tus propios pies mientras te las apañas para mantener el equilibrio entre las rocas te producen esa mínima sensación de peligro que siempre es agradable. Pero llegados a la agujereada piedra, mi sensación es un poco choff. Las fotos que había visto hasta entonces no mentían; el lugar es exactamente igual que en ellas, pero notablemente más pequeño de lo que parece. Está bien, es bonito, pero a mi se me quedó un poco corto, de hecho he elegido una foto con gente para ilustrar lo que en ningún sitio se ve. A mi parecer, bastante más gratificante el camino que el destino.

Pedra furada — Jericoacoara, by Tamires Lopes

Salimos de aquí y durante muchos kilómetros recorrimos la propia playa para después adentrarnos en el mismo desierto, dunas y dunas a lomos de nuestro buggy, cruzándonos con burros, muy graciosos ellos, con árboles de formas inverosímiles, moldeados por el fuerte viento de la costa. Hasta que llegamos a la Lagoa Azul, un oasis en medio de dunas cuyo nombre le hace muy buena justicia, de aguas absolutamente cristalinas, con peces de colores nadando entre tus pies, terrazas de bares que llegan hasta el mismo agua y unas hamacas sumergidas que hacen que uno esté muy estresado, como bien se me puede ver en la siguiente ilustración.

Yo, muy estresado, by DavidMolone

Esta laguna es un buen aperitivo para la estrella de la excursión: La Lagoa do Paraíso. Que un lugar tenga este nombre ya dice mucho del sitio antes incluso de conocerlo y a mi, por lo menos, no me defraudó lo más mínimo. Es algo muy similar al lago anterior, pero más grande, con resturantes/bares menos cutres, pero no más caros, y una zona de playa mucho más amplia.

Aparte de las hamacas, también tiene tumbonas de madera para quedarte justo en la playa (foto de DavidMolone ☺), es más tranquila porque no todos los curiosos nos agolpamos en una mínima zona, sino que andamos bien repartidos. De hecho, en nuestra segunda visita (sí, repetimos) estuvimos en una zona en completa soledad todo el día. Tiene zonas de poca profundidad y zonas profundas (la anterior es bastante profunda desde la propia orilla) y está mejor orientada hacia el Sol.

Por esto te echo de menos, Jeri.

Y ya sabéis, si os gustó: Compartidlo, es una orden.

--

--

David Fuentes
Nuevos mundos

Pachorro, viajero, despistado, Molone, pensador, ingeniero, coherente, baterista, madrileño, cervecero, rayista, seriéfilo, comidista, chanante y submarinista.