El año en el que nos dimos cuenta sobre nuestra adicción a la tecnología

Axel Marazzi
observando
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4 min readJan 4, 2019
By Kenzo Hamazaki

A fines del 2017 me bajé una aplicación que medía cuánto tiempo usaba mi celular. Se llama Moment. El resultado fue terrible. Me di cuenta de algo que no había siquiera imaginado: pasaba entre seis y siete horas por día delante de la pantalla del teléfono. Me sorprendí tanto que empecé a investigar para hacer un artículo bastante largo que fue publicado originalmente en la revista chilena Qué Pasa y que después levantó Revista Anfibia.

El artículo tuvo un éxito considerable. Me llamaron de varias radios, fue levantada por otros medios y esas cosas que pasan cuando tocás un tema que afecta a muchas personas, pero lo más interesante fue que en 2018 el mundo se dio cuenta de que había un problema con los teléfonos. No por nada Moment tiene siete millones de usuarios y hay muchísimas aplicaciones que intentan ayudar a los usuarios a desintoxicarse: Forest, Freedom, Space, Off the Grid o AntiSocial son solo algunas de las más famosas.

No era yo quien pasaba mucho tiempo delante de la pantalla considerándome un adicto, sino millones de personas alrededor del mundo. Incluso amigos me dijeron que habían empezado a medir el tiempo que usaban su teléfono y se dieron cuenta de que era muchísimo más de lo que esperaban. De a poco el teléfono se convirtió en lo primero que miramos cuando nos levantamos y lo último que miramos cuando nos vamos a dormir. Durante el día dejarlo de lado es tan difícil como dejar de fumar para quienes lo hacen. Incluso es más complejo porque, a diferencia del cigarrillo, no podemos dejar por completo de tener un smartphone sin que afecte, de alguna manera, nuestra vida.

Y a medida que pasó el tiempo empezaron a surgir investigaciones científicas que demostraron que usarlo mucho genera depresión, que usarlo para sacar fotos y videos reduce los recuerdos que tenemos de las experiencias capturadas y otros hablaron de los riesgos que genera tenerlo en el escritorio mientras trabajamos o en la mesa de luz cuando dormimos. Lo peor de todo es que ni siquiera sabemos bien los resultados que puede generar este uso excesivo a largo plazo porque somos la primera generación que se enfrenta a esta situación.

Adam Alter, un psicólogo social estadounidense que pude entrevistar para el artículo de Qué Pasa, lo explica muy bien en su libro llamado Irresistible, donde habla sobre la adicción a los dispositivos:

La mitad del mundo desarrollado es adicto a algo, y para la mayoría de las personas ese algo es el comportamiento. Estamos enganchados a nuestros teléfonos, correo electrónico, videojuegos, televisión, trabajo, compras y ejercicio, y una larga lista de otras experiencias que existen gracias al rápido crecimiento tecnológico y al sofisticado diseño de productos. […] Lo que sí sabemos es que el número de experiencias inmersivas y adictivas está aumentando a un ritmo acelerado, por lo que necesitamos entender cómo, por qué y cuándo las personas las desarrollan por primera vez y después escapan de las adicciones conductuales. Nuestra salud, felicidad y bienestar dependen de ello.

Por todo esto es que las compañías de tecnología decidieron hacer algo al respecto. Incluso hubo importantes inversores pidiéndoles que siguieran de cerca lo que estaban haciendo porque las cosas se estaban saliendo de control. Así es como nacieron features como Screen Time en iOS 12 y las herramientas de Digital Wellbeing en Android, Facebook, Instagram, YouTube y prácticamente todos lo que tenían el culo sucio por haber desarrollado productos diseñados de manera consciente para engancharnos y mantener nuestro limitado tiempo en sus manos. La cuenta es bastante simple: mientras más tiempo pasamos usando sus productos más anuncios vemos y más guita les entra.

¿Va a empeorar? Algunos expertos piensan que sí, como Alter:

La adicción conductual aún está en sus comienzos y es muy probable que todavía estemos en la base de la montaña, muy por debajo del pico. Las experiencias verdaderamente inmersivas, como los dispositivos de realidad virtual, aún no se volvieron mainstream. Cuando todos seamos dueños de un par de gafas de realidad virtual, ¿qué es lo que nos mantendrá atados al mundo real? Si las relaciones humanas sufren frente a los teléfonos inteligentes y las tablets, ¿cómo vamos a soportar la marea de las experiencias de realidad virtual? Facebook tiene apenas una década e Instagram la mitad. En diez años, una serie de nuevas plataformas harán que Facebook e Instagram parezcan curiosidades antiguas.

Está claro que no podemos ver el futuro ni podemos determinar si lo que dice Alter es cierto, pero lo lógico es que la tecnología y las experiencias relacionadas a ella continúen avanzando como sucedió hasta ahora y, al menos, deberíamos empezar a pensar qué hacer frente a ese avance. Nadie está proponiendo tirar el celular por el inodoro. En el bolsillo tenemos al alcance un aparato que nos permite estar en contacto constante, informarnos, jugar, leer y básicamente lo que se nos ocurra. Cuesta imaginar un invento que haya transformado tanto las cosas en tan poco tiempo. Pero me parece genial que estemos viviendo el momento en el que, al menos, nos hayamos dado cuenta de que estamos mucho más delante de la pantalla de lo que incluso imaginábamos.

Quizás lo que habría que hacer es encontrar un punto medio más saludable. No estar constantemente pegado al celular, hablar en la cena y no salir corriendo cuando llega un mensaje de WhatsApp o un correo electrónico, dejarlo fuera de la habitación cuando vamos a dormir y agarrar un libro para variar. Me lo imagino y empiezo a transpirar frío, pero quizás sea parte de la desintoxicación.

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Axel Marazzi
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Escribo sobre tecnología y cultura y miro más al celular que a los ojos.