Alan Turing y el juego de la imitación

Axel Marazzi
observando
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5 min readNov 28, 2018

La inteligencia artificial se convirtió en una especie de virus. Es como si de repente todo el mundo estuviera infectado y necesitara opinar al respecto. Están quienes aseguran que se nos viene la noche, que los robots ocuparán los trabajos y dejarán a las personas con empleos no calificados –y a algunos de los calificados– sin rumbo mientras las clases más altas discuten problemas filosóficos: ¿Qué somos si no somos lo que hacemos? Otros, desbordando optimismo, creen que las máquinas inteligentes nos salvarán a todos.

Mark Zuckerberg, por ejemplo, ve a la inteligencia artificial una potencial salvación que permitirá hacer del mundo un lugar más justo, mientras que Elon Musk es de los que piensan que será la perdición y que las “máquinas inteligentes” serán más peligrosas que las armas nucleares.

Pero quizás es interesante plantear todas estas discusiones volviendo a las palabras de quien probablemente sea el padre de lo que conocemos como inteligencia artificial en la actualidad. Alan Turing — matemático, criptógrafo, pionero de la era de la computación y teórico que se convirtió en leyenda — en 1950, mientras el mundo recién comenzaba a ver los primeros avances en computación, publicó un artículo académico que tituló Maquinaria computacional e Inteligencia que fundó las bases de mucho de lo que hoy debatimos como si fuera nuevo. En ese paper está todo. En él trató de responder una pregunta, para el momento, imposible: “¿Pueden pensar las máquinas?”.

Lo que Turing propuso para contestarla fue un juego basado en otro de la era victoriana llamado juego de la imitación que consistía en separar en distintas salas a un hombre, a una mujer, y en otra a un interrogador. El último lo que tiene es adivinar quién es hombre y quién es mujer haciéndoles una serie de preguntas que ellos responderán por escrito. El hombre debe tratar de engañar al interrogador, mientras que el objetivo de la mujer es ayudarlo. El planteo del Test de Turing es reemplazar al hombre con una computadora. Si un algoritmo puede hacer que el interrogador considere que se trata de un humano y no de una computadora, aquel ente debería ser considerado pensante.

Ahora hacemos la pregunta: “¿Qué pasaría si una máquina asume el rol del hombre en este juego?” ¿Discriminaría equivocadamente el interrogador con la misma frecuencia con la que lo hace cuando el juego se juega con un hombre y una mujer?

La genialidad de Turing estuvo en modificar la pregunta original de si las máquinas pueden pensar por una muy diferente: “¿Puede un humano diferenciar a un hombre de una máquina?”

¿Consideraba Turing que las máquinas podrían resolver su test?

Creo que en un periodo de tiempo de 50 años será posible programar computadores para que puedan jugar el juego de la imitación de tal manera que el interrogador promedio no pueda obtener más de un 70 por ciento de posibilidades de hacer la identificación acertada luego de cinco minutos de preguntas. Con respecto a la pregunta original, “¿Pueden las máquinas pensar?”, creo que no tiene mucho sentido como para merecer discusión. No obstante, creo que cuando lleguemos a finales de siglo, el uso de las palabras y la opinión educada general habrán cambiado tanto que uno podrá ser capaz de hablar de máquinas pensantes sin esperar ser contradicho.

¿Tenía razón? En parte, porque si bien (¿todavía?) no hay ninguna inteligencia artificial que haya podido pasar el Test de Turing, a nadie le llama la atención que se hable de “máquinas inteligentes”, y en eso supo adelantarse perfectamente. Sea como sea, hablaré más en profundidad en relación a esto más adelante.

Una de las partes más bellas del texto es cuando intenta refutar ideas desde el aspecto teológico. Como él, no siento que tenga sentido tener que hacerlo, pero citaré solo una parte que me sacó una sonrisa y me reconfortó el alma:

“Pensar es una función del alma inmortal del hombre. Dios le ha otorgado un alma inmortal a cada hombre y mujer, pero no a otros animales o máquinas. Por lo tanto, ningún animal o máquina puede pensar”. Soy incapaz de aceptar ninguna parte de esto.

Otro de los highlights del paper es cuando habla sobre la imposibilidad de las máquinas de hacer determinadas cosas que son posibles solo por los humanos. Uno de los argumentos que él no paraba de escuchar era:

“Te aseguro que puedes hacer máquinas que hagan todas las cosas que dices, pero nunca podrás hacer una que sea capaz de X”. Varias características de X se sugieren en relación a esto. Yo mismo ofrezco una selección:

Ser amable, ingenioso, hermoso, amigable, tener iniciativa, tener sentido del humor, diferenciar lo correcto de lo incorrecto, cometer errores, enamorarse, disfrutar las fresas con crema, hacer que alguien se enamore de él, aprender de la experiencia, usar las palabras apropiadamente, ser sujeto de sus propios pensamientos, tener tanta diversidad de conductas como un hombre, hacer algo realmente novedoso.

Después de refutar, cuando podía, las posibles ideas en contra de las máquinas pensantes, escribe sobre lo que él consideraba que pasaría.

Como expliqué, el problema es esencialmente un problema de programación. También tendrán que haber avances en la ingeniería, pero parece improbable que estos no vayan a ser adecuados para los requerimientos.

Además, predijo, de una manera muy diferente, lo que hoy conocemos como machine learning. Lo primero que dice es que para llegar a simular la mente de un adulto tendríamos que tener tres cosas en cuenta: a) el estado inicial de la mente –digamos al momento de nacer–; b) la educación a la cual fue sujeta; y c) otra experiencia, no descrita como educación, a la que haya sido sujeta. Tomando estas opciones, lo que dice es que habría que hacer una movida más simple: imitar la mente de un niño y enseñarle. “Si ésta fuera luego sujeta al curso apropiado de educación, uno obtendría el cerebro adulto”, aseguró. La única diferencia es que él tomaba la educación de una máquina de la misma manera en la que hoy se educan a los niños: mandándolos a la escuela.

Y con estas palabras cierra Maquinaria computacional e Inteligencia:

Solo podemos ver una corta distancia delante de nosotros, pero incluso ahí dilucidamos una gran cantidad de cosas por hacer.

Uno de los análisis en los que erró Turing es que se equivocó en pensar que para fines del siglo pasado su juego de la imitación iba a haber sido resuelto. Todavía no pasó. Si bien es cierto que algunos chatbots fueron desarrollados especialmente para pasar el test y técnicamente el humano no pudo determinar si era un robot o no, éstos no pueden ser tomados como verdaderos sistemas de inteligencia artificial. Como también queda claro cuando leemos a Turing, responder a la pregunta de si las máquinas pueden pensar implica mucho más, y son estos problemas los que debemos considerar para explicar por qué el Test de Turing todavía no fue superado.

Esto no significa que no vaya a suceder en el futuro. Algunos expertos piensan que ese momento llegará en el 2029, otros que será más cerca del 2040, y están los escépticos que creen que las máquinas nunca podrán pensar como los humanos. Pero quizás lo más interesante es cómo incluso 70 años después lo que se discute son las mismas preguntas que se hizo Alan Turing, un chabón que empezó a pensar en la inteligencia artificial incluso antes de que el concepto existiera.

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Axel Marazzi
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Escribo sobre tecnología y cultura y miro más al celular que a los ojos.