Pasado y presente

Miniserie | ‘Condena’ (Time; Lewis Arnold y Jimmy McGovern, BBC, Reino Unido, 2021)

Carlos Rico
OchoQuinceMag
6 min readOct 22, 2021

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ATENCIÓN: Este artículo puede contener spoilers sobre la miniserie ‘Condena’.

Time (Condena en la mucho menos ambigua traducción española, que no juega con el doble sentido de la original) es la nueva joya de la BBC. Concisa, lo que es muy de agradecer en estos tiempos de sobreabundancia de contenido, narra en solo tres episodios, que otras propuestas alargarían hasta la extenuación, la entrada en prisión de un tipo normal, con sus demonios internos, con un trabajo normal y una vida más o menos normal. Más adelante descubriremos por qué entró allí, un lugar en el que deberá purgar sus errores, que los cometió, pero sobre todo un sitio que pondrá a prueba su capacidad de supervivencia, su aguante y sus límites. Un lugar, en definitiva, que no es para él pero al que no le quedará más remedio que adaptarse.

Mark Cobden, el personaje interpretado por un excelso Sean Bean (El Señor de los Anillos, Juego de Tronos), es un profesor con una vida normal al que un atropello le condenará a 4 años en prisión. Abandonado a su suerte, deberá romper con su vida anterior, con una mujer y un hijo que han decidido olvidarlo, y tratar de sobrellevar la culpa y de aprender a convivir con sus demonios. Intentará pasar inadvertido, algo que pronto descubrirá que es imposible. Para salir vivo de ahí deberá hacerse fuerte, o al menos aparentarlo, buscar alianzas, jugar con las mismas reglas que el resto de presos. El otro gran papel de la serie, Erin McNally, lo interpreta el siempre loable Stepen Graham (The Virtues, Line of Duty, Boradwalk Empire), funcionario de prisiones asediado por sus fantasmas y sus problemas familiares, superviviente también en ese oscuro lugar, vulnerable y frágil pese a su apariencia de tipo duro. La evolución de ambos, y la compleja relación que se forjará lentamente entre ellos, vertebra una miniserie que juega con los estereotipos y los saltos temporales para conocer el pasado de los personajes y para hacer al espectador partícipe de un conflicto que no le es ajeno. Alrededor de ambos orbita lo demás, incluido un plantel de secundarios desconocidos que dan vida a la fauna variopinta que puebla este inframundo.

Este drama carcelario se inscribe en esas producciones en las que el espectador se identifica fácil y rápidamente con el protagonista, pues lo que él vive y siente podría pasarle a cualquiera. Sus miedos son reconocibles, sus dudas, su arrepentimiento, todo cuanto le ocurre es verosímil y cercano para el que está al otro lado del televisor. No hay en Time lugar para el abuso ni la exageración. Tampoco se decanta su creador, Jimmy McGovern, por mostrar la violencia descarnada, que existe, ni elige el sensacionalismo en forma de torturas o de violaciones en las duchas para impactar. No lo necesita para mostrar lo terrible que es estar preso, pues los miedos provienen de la sensación de desamparo, de desprotección y de vulnerabilidad que los reclusos sufren allí dentro.

Desde una prisión imaginaria de Liverpool llamada Craigmore asistiremos al descenso a los infiernos de un hombre normal, con moral y principios, tranquilo y sereno, como cualquiera de nosotros. Con los elementos propios de este tipo de ficción — bandas, drogas, violencia, guardias corruptos —, Time ofrece una visión y una experiencia nueva en la que la información se va dosificando para aumentar el interés del espectador por saber más de los dos protagonistas. No hay aquí un maniqueísmo simplón de buenos y malos. La realidad es mucho más compleja, y así trata de reflejarlo la serie. Por ello se mueve en una escala de grises en la que la cárcel, lejos de conseguir su cometido, solo empeora al que entra en ella. El desgarrador retrato del sistema carcelario británico involucra a demasiados estamentos. La cárcel es solo el último eslabón de un sistema desigual que se ceba con los más débiles. Su cometido no es reformar a los individuos, sino castigarlos. Es, en definitiva, un lugar en el que la clase a la que perteneces juega un papel fundamental, estratificado y regido por jerarquías en el que muchas veces importa más parecer fuerte y valiente que realmente serlo. Un lugar en el que la apariencia y el respeto pueden ser sinónimos de supervivencia.

La serie nos sitúa frente al espejo para hablar con sencillez, que no simpleza, de la naturaleza humana, de la redención, el remordimiento y el perdón, del alto coste de los errores que cometemos, de la asunción de responsabilidades, de la desprotección, la desigualdad y la pobreza que sufren los individuos que pueblan las cárceles, esos lugares-no lugares que Xosé Tarrío definió como “el basurero de un proyecto socio-económico determinado, al cual arrojan todas aquellas personas que molestan dentro de la sociedad”. Su planteamiento y situaciones podrían recordar a las sensacionales Un profeta y Oz, aunque aquí, por parte de McGovern, no hay señalamiento ni juicio a los personajes. El autor opta en su lugar por señalar las razones (socioeconómicas en su mayoría), que les obligan a actuar como lo hacen. Es al espectador al que le corresponde emitir un juicio al respecto.

McGovern parece sentirse atraído por el peso de los personajes en el devenir del relato, y por eso todo nace a partir de ellos. Los encuadres, en su mayoría, sitúan a los personajes en una de las esquinas del marco, aportando sensación de asfixia y de inseguridad. Cuando, por el contrario, el personaje se siente sereno y está tranquilo, por ejemplo, en las charlas con la monja de la prisión, vuelve al centro del cuadro, enfatizando así la importancia de los espacios y la sensación de libertad (y de liberación) que sienten en ese momento. El gran hallazgo de McGovern es conseguir sumergirnos de lleno en el punto de vista de su personaje protagonista hasta el punto de llegar a compartir sus dudas, su confusión y sus miedos. Y lo consigue huyendo del barroquismo y la complejidad impostada de otras propuestas. Demuestra así el creador que se pueden contar historias profundas, repletas de aristas, plagadas de dolor y sufrimiento, de tristeza y pesar con pocos elementos pero fiándolo todo al valor de la puesta en escena.

Pese a todo lo vivido ahí dentro, hay lugar para la esperanza, viene a decirnos el realizador británico en este retrato social repleto de cicatrices interiores y exteriores, muchas de ellas incurables, con las que deberán aprender a convivir los personajes hasta el final de sus días. Time se erige así como un retrato en forma de mazazo que viene a recordarnos que lo que le pasa al personaje que interpreta magistralmente un arrepentido Sean Bean nos podría pasarle a cualquiera.

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