El apocalipsis éramos nosotros

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
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4 min readMar 23, 2020
La presentadora del ‘reality show’, que realiza las entrevistas posteriores a las expulsiones, las que más carnaza ofrecen, es una de las primeras “convertidas”.

ATENCIÓN: Este análisis contiene información, datos y spoilers sobre la miniserie ‘Dead Set’.

Llevamos ya más de una semana en cuarentena y confinamiento, declarado el Estado de Alarma en todo el territorio. Y me llama la atención un cartel que he visto en una foto de Twitter, parece que en una concentración o manifestación en Reino Unido. Sobre fondo negro absoluto, unas letras blancas de confección claramente manual destacan el mensaje: “I don’t like this episode of Black Mirror”. Una idea que, por otra parte, sintoniza con el cielo nublado, grisáceo, que vemos en el fondo, por encima de esas construcciones tan british. Y no, efectivamente, a nosotros tampoco nos gusta “este episodio de Black Mirror” que no ha escrito Charlie Brooker, pero podría haberlo hecho.

Sin embargo, el creador de Reading ya diseñó su propio apocalipsis en Dead Set (2008), una miniserie de cinco episodios en la que ya mostraba, tres años antes de su icónico título televisivo, su capacidad para la sátira social y la crítica ácida. En poco más de dos horas, la obra de E4 narra el derrumbamiento del mundo desde un punto de vista inédito: la casa de Gran Hermano. Durante la noche de eliminación, el equipo técnico y de producción se prepara para que la gala salga como está previsto, ajenos a lo que ha comenzado a ocurrir en el exterior de la casa, donde una plaga zombi está acabando con el mundo tal y como lo conocemos.

En un avance rápido y sin precedentes, el espectador descubre que los concursantes del Big Brother –y algunos de los productores y/o trabajadores– son los únicos supervivientes ante la amenaza zombi. Es más, los no muertos empiezan a aglomerarse en los alrededores del set, hambrientos de carne y vísceras. Quizás la crítica no sea sutil, ni la metáfora destile elegancia, pero ambas son letales y muy propias de Brooker. Hay una clara deslegitimación de la sociedad británica en tanto y cuanto actúa ante el televisor como esos zombis que se concentran en los alrededores de “la casa”: ambos permanecen deseosos de carnaza, en un caso real, en otro, figurada.

Alex y Riq, el debate entre razón y corazón, entre confinamiento y huida.

Más allá de la imagen, Dead Set compone un abanico de personalidades que podría actuar como un catálogo de arquetipos morales y/o psicológicos. Cada personaje actúa de una forma peculiar y representaría uno de esos arquetipos, desde el individualista que solo busca salvar su pellejo sin importar la opinión del resto (el productor Patrick) hasta el demócrata que busca consensuar cada acción por el bien de todos. Entre medias, podemos ver la confrontación entre el personaje romántico que pone en riesgo su vida para volver con su pareja (Riq) y la mujer que, más pragmática, se decanta por la supervivencia y preferiría confinarse en la casa junto a él (Alex). Todos los personajes responden a arquetipos de conducta y a formas de situarse frente a la vida, lo que hace que la serie, dirigida por Yann Demange (71’, 2014), cobre una especial relevancia filosófica, más allá del apocalipsis y sus consecuencias, como estudio sociológico de perspectivas y reacciones ante la crisis.

Los zombis y la pantalla que intermedia.

Así las cosas, doce años después de su creación, todavía podemos leer Dead Set bajo el prisma de esa crítica social y como una mirada hacia la permanencia de los instintos sobre la razón en los contextos de necesidad y miedo (no hay más que analizar los comportamientos que hemos vivido en los supermercados durante los días previos y posteriores al Real Decreto 463/2020, del 14 de marzo, que decretó el Estado de Alarma en España). Como una memoria de que, en el fondo, somos animales bastante similares a esos concursantes que no dudan en “comerse unos a otros” cuando ven el peligro, en utilizar la carne del otro para salvar el pellejo, pero también no muy distantes de esos zombis que se amparan en la masa, sin apenas educación social, y que miran al prójimo como si fuese una herramienta, un vehículo para sus pretensiones o, directamente, un spot de comida rápida. Ajenos a sus problemáticas, sus idiosincrasias y sus contextos. Quizás por eso nadie se salve y, en el último plano de la obra, observemos a todos y cada uno de los personajes convertidos en zombis que vagan por el plató buscando su ración; miembros, por fin, de la sociedad más primigenia, la de los instintos y la sinrazón, la sociedad de la carnaza y las vísceras.

A fin de cuentas, el apocalipsis siempre fuimos nosotros.

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Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.