La poesía del abismo

Episodio especial — Parte 1: Rue / ‘Euphoria’ (Sam Levinson, HBO, EE.UU., 2019-?)

Antonio Sánchez Marrón
OchoQuinceMag
5 min readDec 14, 2020

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ATENCIÓN: Este análisis puede contener información relevante y spoilers sobre el episodio especial de ‘Euphoria’: ‘Trouble Don’t Last Always — Parte 1: Rue’.

«Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.» Friedrich Nietzsche.

En 1981 el maestro francés Louis Malle entregaba al público una película profundamente reflexiva, situada a medio camino entre la necesidad de ajustar cuentas consigo mismo y con su propia asunción como cineasta. Para ello, en Mi cena con André, Malle escogió a dos actores que se situarían frente a frente durante casi dos horas a disertar sobre asuntos que afectaban a ambos (las dos formas de comprender al cineasta) con un libreto escrito a dos manos entre los protagonistas de aquella cena: Wallace Shawn y André Gregory.

Los integrantes de la mesa exponían y desnudaban su alma frente a un menú que terminaba siendo el postre a las reflexiones de toda una vida dedicada a la creación, al arte, a la espiritualidad de lo inmaterial. Malle calculó la puesta en escena, toda ella desarrollada con habilidad en el mismo escenario, y situó a los personajes frente a un gran espejo que culminaba la especificidad de cada uno de ellos. El reflejo que proyectaban era independiente de sus líneas de diálogo o de la importancia que tuvieran el uno respecto al otro. Aquel cristal pendía sobre ellos y contribuía al desnudo emocional que el realizador francés proponía en tan relevante película dentro de su filmografía.

Algunos años después, Barry Jenkins reinó sobre la meca del cine con Moonlight (2016). En ella, uno de los segmentos que ilustran el devenir de su protagonista, Chiron, muestra al personaje acudiendo al restaurante donde trabaja Kevin, alguien que ha acompañado en silencio la traducción de los sentimientos de su viejo amigo. A modo de conclusión, Barry Jenkins vuelve a hacer caminar a dos personajes a través del sinuoso dibujar de un acantilado emocional. Una película donde los silencios expresan más que las palabras y donde la cámara se vuelve testigo de la ductilidad de las emociones cuando se sitúan frente a verdades incontestables.

A las puertas de la Navidad de 2020, Sam Levinson estrena en HBO un puente que une las dos orillas de una historia que ha terminado siendo uno de los testimonios más certeros de lo que siente y vive una nueva generación de jóvenes que encuentran cada vez más diversos modos de expresión. Levinson ubica a los tres personajes que protagonizan esta primera parte del especial Trouble Don’t Last Always y que sostiene su poder en la interpretación extraordinaria que entrega Zendaya. Habrá que esperar hasta el 24 de enero para que la otra cara de la moneda, Jules (interpretada por Hunter Schafer), ofrezca su visión de esta suerte de azar en caída libre.

Colman Domingo, Ali en la ficción, crupier de emociones.

Tres son los personajes que confieren de veracidad a todos y cada uno de sus gestos. Zendaya, como alma de fénix intermitente, que va dibujando las sombras a medida que encuentra las luces. Colman Domingo, Ali, la mano que ayuda. La deslavazada media sonrisa que destapa sus tragedias ofreciéndolas como bálsamo ante quien parece decidir no tener destino. Y, por último, Miss Marsha (Marsha Gambles), la cual ofrece la visión de Rue ante su espejo. Dos partes de una vida convertida en pesadilla. Dos maneras de encontrarse ante uno mismo. Un pasado arruinado, en tinieblas, que finalmente emerge a la luz. Todos estos personajes se entregan a la habilidad mostrada por Sam Levinson, que parece recoger los dos referentes anteriormente descritos, y utilizar el montaje como arma narrativa de una forma que no tiene contestación.

Casi una hora contemplando unas soledades hopperianas. Un restaurante, de esos que hemos visto innumerables veces en cine y televisión, donde suceden las vidas. Donde los desenlaces encuentran su lugar, sean trágicos o apolíneos. El lugar donde las palabras se entrecruzan con la verdad. Donde la realidad adquiere tintes jamás exhibidos. El lugar en el cual se tiene al amigo o al enemigo enfrente. Donde se comparten momentos de franqueza, de sinceridad, de llanto, de amenaza. De vida, al fin y al cabo. Donde Sam Levinson hace que dos soledades se reúnan para reflexionar sobre el abismo.

Un lugar del que no escapar durante horas, excepto para un pitillo o una llamada telefónica que ni siquiera ofrece consuelo alguno. Hay un presupuesto en esa conversación que Ali tiene fuera del recinto que también consiente al espectador sentirse turbado. El director tampoco ofrece sosiego cuando ejecuta toda una coreografía técnica alrededor de los personajes, intercambiando los ejes visuales tras un cristal o situando la cámara en lugares dispares. No es un capítulo al uso. No pretende serlo. Sin embargo, en su búsqueda por ser algo distinto, podría haber caído en las fauces de lo pretencioso, de lo elevado por ambicioso y extremadamente fraudulento. Sin embargo, esta primera parte de Trouble Don’t Last Always se sitúa como un puente necesario y sobresaliente. Como dos caras de una misma moneda. Como dos respuestas ante hechos sobrevenidos. El puente solo llega al centro del abismo. Si cerramos los ojos, solo hay vacío. Queda esperar a que Jules construya el resto del viaducto. Avisaba Isaac Newton cuatro siglos atrás: «Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes».

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Antonio Sánchez Marrón
OchoQuinceMag

“Relating a person to the whole world: that’s the meaning of cinema”. (Andrei Tarkovsky)