Hijas del Arte

Miniserie | ‘Estación Once’ (Station Eleven; Patrick Somerville, HBO Max, EE.UU., 2021)

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
5 min readJan 19, 2022

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ATENCIÓN: Este análisis contiene información relevante y spoilers sobre la miniserie ‘Estación Once’.

En tiempos de decadencia, el Arte puede ser un refugio. Ese podría ser uno de los mensajes principales de la miniserie Estación Once (Patrick Somerville, HBO Max, EE.UU., 2021): el Arte y su inmaterial capacidad de sanar y cicatrizar las heridas. Porque cuando todo lo tangible agoniza y muere (la tecnología, las materias primas, las herramientas y, en definitiva, el propio sistema), lo intangible se convierte en puro tacto. El creador de la teleficción, Patrick Somerville, se basa en la novela homónima de Emily St. John Mandel, publicada en 2014, que se adelantó de manera visionaria a los tiempos del presente (el futuro, entonces).

Gael García Bernal interpreta a Arthur Leander, el actor que fallece en el primer episodio y sirve casi como un símbolo.

La obra comienza con un simbólico deceso: el protagonista de una adaptación de El Rey Lear fallece, víctima de un infarto, durante la representación teatral. En la escena lo acompaña Kirsten, una niña actriz que se convertirá en la protagonista real de esta obra televisiva. Más allá del patio de butacas, la sociedad empieza a pelear cara a cara contra un devastador virus que amenaza con destruirlo y paralizarlo todo. Esta defunción, lejos de ser aleatoria y caprichosa, ya nos aproxima una de las columnas vertebrales de Estación Once: un mundo que, tal y como lo conocemos, muere para dar paso a una nueva existencia. Arthur Leander dejando su espacio a Kirsten; el viejo orden mundial y el nuevo.

A partir de ese momento, el equipo creativo de la serie montará su relato en torno a los saltos temporales entre el presente pos-pandémico y el pasado previo al contagio masivo. Así las cosas, la narración transita entre dos protagonistas: la Kirsten niña (una soberbia Matilda Lawler) y la Kirsten adulta (una magnética, como siempre, Mackenzie Davis). De esta forma, podemos ver como, superado el shock ante el colapso y la adaptación a las nuevas condiciones, Kirsten se ha integrado en La Sinfonía Viajera, un grupo de teatro que cada año completa una ruta en torno a los grandes lagos de unos Estados Unidos devastados en la que van representando diferentes libretos clásicos de William Shakespeare para mantener viva la llama de la humanidad.

La magnética Mackenzie Davis vuelve a estar deslumbrante en cada una de las secuencias en las que participa.

Así las cosas, durante todos los años posteriores a la ruptura con el viejo orden (la serie los numera desde el momento de la muerte de Arthur Leander; como decíamos antes actúa como elemento simbólico del tránsito), Kirsten ha sobrevivido entre sus dos pasiones: la interpretación y la lectura de una novela gráfica que escribió la ex mujer del propio Arthur y que llegó a sus manos a través del actor. Todo cambiará cuando, en mitad de la nada (o del todo), en la Tierra Baldía en la que se ha convertido el nuevo mundo, Kirsten y la Sinfonía Viajera se topen, de pronto, con el profeta, un tipo que en mitad del apocalipsis postula una especie de nuevo credo basado, precisamente, en la novela gráfica que lee Kirsten (algo que la sorprende pues, hasta el momento del encuentro, ella creía estar en posesión del único ejemplar existente).

De primeras, Kirsten y Tyler, el autodenominado profeta, chocarán como antagonistas. Sus dos acercamientos a la literatura –para ella, un refugio; para él, un arma– parecen querer metaforizar, e incluso denunciar, el uso de las escrituras que llevan a cabo las grandes religiones, cuya Biblia y Corán, por ejemplo, pueden significar tanto una vía de escape y conciliación con el mundo, como también lo contrario, una herramienta para la confrontación con el resto.

La puesta en escena entrelaza lo onírico y evocador con el caos y la supervivencia.

Poco a poco, con una escritura elegante, una fotografía profundamente sugerente y una arquitectura de planos tan sutil como atractiva, Estación Once nos acerca la (intra)historia que guardan en común los que, a la luz de los acontecimientos, se convierten en coprotagonistas. Dos personas que, desde la diferencia, comparten lazos invisibles que les fuerzan a entenderse y necesitarse.

Más allá, la producción de HBO Max consigue ofrecer una mirada hacia la manera en que la sociedad podría reaccionar a una catarsis de este tipo. Nos encontramos al grupo itinerante de teatro, que encuentra en la cultura el salvavidas que un grupo de mujeres embarazadas alcanzarán mediante la sororidad como vía de supervivencia. Asimismo, en el otro polo, podemos comprobar como el miedo se adueña de la empatía (el aislamiento que acaba por “matar” a los pasajeros del avión descarriado en el aeropuerto) o como la necesidad de protección nos puede llevar a perder la humanidad (el refugio minado en el campo de golf). No obstante, en cada uno de los pasos que dan los protagonistas, siempre resiste la idea de que, hasta en las peores circunstancias, el Arte cura y nos ayuda a seguir enfrentando la realidad.

Kirsten lee la novela gráfica ‘Station Eleven’, en uno de los fotogramas de la obra.

Lejos de aspectos técnicos y argumentales, otro de los puntos de interés de Estación Once reside en la resignificación de los espacios que lleva a cabo el guion. Así las cosas, una vez eliminados los propósitos de los lugares, la obra creada por Patrick Somerville nos hace pensar en la manera en que un centro comercial puede pasar a convertirse en una maternidad, un aeropuerto en una especie de protectorado inabordable o un campo de golf en una suerte de fortaleza inexpugnable. Una mirada hacia la vacuidad que gobierna nuestra sociedad y que se muestra, también, desde lo arquitectónico.

De esta forma, Estación Once prevalece entre sus grandes interpretaciones –sobresalen la hipnótica Mackenzie Davis y una sugerente Caitlin Fitzgerald–, una narración evocadora que encuentra su espejo en una puesta en escena eminentemente sugestiva y las muchas referencias a títulos clásicos del cine como 2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, Reino Unido, 1968), la serie Carnivàle (Daniel Knauf, HBO, EE.UU., 2003–2005), Los chicos del maíz (Fritz Kiersch, EE.UU., 1984) o Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, EE.UU., 1975), entre otras producciones. Una narración en la que, sin duda, se entretejen la potencia sanadora del Arte y el amor al prójimo. Los refugios frente a las violencias. Los abrazos como escudo ante el caos. La humanidad y el humanismo como respuesta al horror vacui.

Presente y pasado se unen, mediante una alucinación narcótica, mientras el mundo colapsa, en el magnífico episodio 1x07.

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Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.