Dolerme

Episodio especial — Parte 2: Jules / ‘Euphoria’ (Sam Levinson, HBO, EE.UU., 2019-?)

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
7 min readJan 25, 2021

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ATENCIÓN: Este análisis contiene información relevante y spoilers sobre el episodio especial de ‘Euphoria’: ‘F*ck Anyone Who’s Not a Sea Blob — Parte 2: Jules’.

La intimidad nos destruye. Corremos a refugiarnos en nosotros mismos y en nuestras interioridades sin, muchas veces, ser conscientes de que allí nos derrumbaremos. En la primera secuencia del segundo episodio especial de Euphoria, una voz (aún desconocida) le hace a Jules una pregunta: “¿Por qué huiste?”. Pura concisión que, sin embargo, lejos de una respuesta certera, da pie a una disertación extensa y elocuente de y sobre la protagonista. La conversación que se inicia entonces, que después descubriremos que es la primera sesión de terapia con la doctora Mandy Nichols, será un viaje al interior de Jules, a su mente, al funcionamiento errante de su cabeza (acaso no la de todos…) y a sus dudas, culpas, incertidumbres y miedos más profundos.

Sin embargo, antes de entrar en esa perorata intimista, la puesta en escena de Sam Levinson se detiene en un plano fijo al ojo de Jules, en el que se van proyectando fragmentos de su memoria junto a Rue mientras suena el Liability de Lorde. A menudo solemos decir que un recuerdo se nos queda grabado para siempre en la retina. Una metáfora a la que Levinson consigue dar cuerpo con este sencillo y pertinente efecto. La memoria, como herramienta íntima de nuestra construcción, también nos destruye. Nos hace pedazos recordar, porque la mayoría de veces el recuerdo no es solo memoria, sino que implica una reconstrucción, un what if, una proyección de todo aquello que podría haber sido y no fue. “Así que hui. Y dejé atrás a la persona que quería de verdad”, sentencia, entre lágrimas, en un llanto que encoge el alma.

En ese océano de dudas se zambulle Jules. El montaje de Sam Levinson hará el resto, trenzando la charla en la consulta con la imaginación, proyecciones, sueños y pesadillas del personaje interpretado con apabullante lucidez por Hunter Schafer. El creador de Euphoria apoya su dispositivo formal en un primer plano cerrado al rostro de su actriz mediante el que persigue el gesto continuo, los cambios en la mueca y el tono según cada uno de los giros que ofrece la narración que hace de sí misma. Y desde ahí, desde esa mirada cercana, casi rozando la piel herida, el artefacto se bifurca en varias direcciones que no son sino también fracciones de la propia Jules, a la que percibimos en una profunda crisis de identidad, física y emocional, a través de ese collage.

Asistimos, primero, a todas las dudas en lo referente a su transición corporal. Confiesa, incluso, querer dejar las hormonas por haber construido toda su feminidad en torno a los cánones del deseo masculino y considerarse un fraude. “Creo que he definido toda mi feminidad en torno a los hombres cuando, en el fondo, ya no me interesan los tíos, así, como concepto”, asegura Jules en una sentencia que ahonda en la profundidad de su personalidad, algo que termina de corroborar cuando asegura que “en algún punto del camino, la feminidad me conquistó a mí” y no al revés, como buscaba desde que empezó su transición. En todo este tramo cobra una relevancia primordial la decisión de Sam Levinson, quizás la más inteligente por su parte, de delegar parte de la escritura del episodio en la propia actriz Hunter Schafer.

Sin embargo, como pronto nos mostrará el guion, todo gira en torno a Rue. La conversación regresa una y otra vez a la fisonomía emocional del carácter interpretado por Zendaya, del que Jules se confiesa enamorada y sobre la que profesa un profundo remordimiento desde su trémulo adiós. Comienzan a sonar los acordes de Lo vas a olvidar, canción compuesta e interpretada por Billie Eilish y Rosalía para este episodio, y comprendemos que, en el fondo, todo es Rue y Rue es un todo en la arqueología mental y espiritual de Jules. “Dime si me echas de menos, / dime si no me perdonas aún […] ¿Lo vas a olvidar? / Dime que no te arrepientes aún, / dime si aún queda algo en común. / El tiempo que se pierde no vuelve, / dame un beso y bájame de la cruz”, resuenan los versos en la voz de las artistas, aunque parecen hacerlo desde esa intimidad derruida a la que nos invita Jules.

En otro plano, Sam Levinson acierta a situarnos en una pesadilla (¿imaginación, recuerdo?) de la joven para, con un gesto formal para nada inocuo, colocarla de espaldas ante una puerta en la que solo se revela oscuridad; un negro profundo que, efectivamente, constituye ese yo magullado en el que penetramos a través de las heridas abiertas. En este punto, la doctora Nichols se sitúa en el mismo plano que lo hacía el Ali de Colman Domingo en el especial dedicado a Rue. Y si aquel era puramente discursivo, con una Rue encerrada y estancada en y sobre sí misma, este rinde una pleitesía mayor a lo formal, dado que se apoya muchísimo más en la construcción de sí misma que hace Jules a través de su imaginación, la proyección de su deseo y la tangencialidad de sus relaciones. Porque Sam Levinson nos permite adentrarnos en su psique, y comprender por lo que está pasando, a través de cuatro relaciones primordiales en su vida: su madre, que revela un pasado traumático; la propia Rue, con la que engarza esta historia pretérita; una relación virtual con Tímido118/Tyler… y la que mantiene a duras penas consigo misma, quizás la más compleja por todo lo que encierra. Así las cosas, la introspección de Jules sería algo así como ese juego de las cuatro esquinitas de la cama, en cuyos vórtices descansarían el remordimiento, la realidad, la imaginación y el recuerdo. El pasado, en definitiva, siempre como un arma de doble filo. La vida real, según la propia protagonista del especial, es “una gran decepción”. Tal vez ese sea la explicación final a por qué vive más intensamente lo virtual que lo real (aquí resuenan ecos de la Generación Z), porque, como confiesa, en esa virtualidad, el 50% de todo es la proyección, lo imaginado, el deseo trasladado a la vivencia jamás experimentada, pero muchas veces precreada. El único recodo en el que podemos gobernarnos en nuestra totalidad: nuestras ficciones también son parte intrínseca de lo que somos. Quizás, paradójicamente, la más real por ser la única en la que nos permitimos, sin autocensuras, ese deseo y esa sinceridad para con nosotros mismos.

De esta forma, gesto a gesto y palabra a palabra, Jules se quiebra en un torbellino emocional que la arrastra como ese mar en el que se zambulle –en una sucesión de imágenes bellísimas– como metáfora de su estado de ánimo. “Pienso que yo quiero ser tan hermosa como el océano. Porque el océano es la hostia de fuerte y femenino. Y eso es lo que hace que el océano sea océano”, reflexiona Jules, que, en efecto, vive como inmersa en esa fragilidad ingobernable que es el mar. “A veces le rezo al océano”, concluye mientras una imagen, en la que destaca el granulado de la película, nos muestra un recuerdo de otra época. Uno de esos momentos de paz que tanto anhela ahora. De esta forma tan sutil, Jules nos revela que su interior no es otra cosa que un abismo oceánico en el que el oleaje y la corriente de arrastre no son sino su culpa, sus remordimientos y su tristeza, pero también esos recuerdos felices que la hacen cambiar el gesto (y que Levinson consigue dotar de lucidez a través de la fotografía mutante y perfectamente estudiada de Marcell Rév) y sonreír entre dientes. Una traslación de ese verso de Samuel Beckett: “incomprensible espíritu; a veces faro, a veces mar”, que también nos aproxima, indirectamente, a la memoria del amor que sigue sintiendo por Rue. Una evocación errática simbolizada en esa última y devastadora secuencia –¿realidad, imaginación, sueño?– en la que una visita imprevista de Rue (la misma Rue que vemos en el otro episodio especial, por cierto) desata la catarsis final y abrocha un episodio magistral desde el guion y muy inteligente en el barroquismo de su puesta en escena. Un cierre en el que resuena, como durante todo el episodio, la fabulosa composición de Arca, pero en el que podrían volver a sonar los versos de Billie Eilish: “I needed to go ’cause I needed to know you don’t need me”. Una reflexión que podría resignificarse con una idea universal: me fui para no dolerte y, ahora, no dejas de dolerme.

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Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.