La América herida

Temp. 1 / ‘Mare of Easttown’ (Brad Ingelsby; HBO, EE.UU., 2021)

Carlos Rico
OchoQuinceMag
5 min readJul 14, 2021

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ATENCIÓN: Este análisis puede contener spoilers sobre la miniserie ‘Mare of Easttown’.

El punto de partida de Mare of Easttown (ese pequeño pueblo de Pensilvania en el que se desarrolla la serie) es bien conocido y no dista demasiado de obras similares de cine y televisión en las que se investiga una desaparición. Comparte elementos con murder mysteries como The Killing (2011–2014), Happy Valley (2014-)o Broadchurch (2013–2017), como los lazos de unión entre los personajes o la atmósfera irrespirable, sombría y opresiva que presenta. Todos se conocen en esta pequeña localidad en la que el bar funciona como punto de encuentro, como refugio en el que los problemas se quedan fuera y el alcohol funciona como medicina sanadora. Hay también aquí un delito por esclarecer, un posible asesinato que conmociona a un territorio entero y que afecta a la convivencia de todos sus habitantes. Surgen las sospechas, pues puede haberlo cometido cualquiera. Hasta hace un año esta localidad del noreste estadounidense era un lugar tranquilo en el que nunca había pasado nada. Pronto empezarán a destaparse secretos ocultos que acabarán siendo claves en el desarrollo y posterior desenlace de la trama. Los giros de guion se suceden, igual que las sorpresas y los cambios de sospechoso. Pese a todo lo anterior y los evidentes lugares comunes por los que transita la serie, Mare of Easttown, en fondo y forma, consigue marcar distancias y diferenciarse del whodunit clásico, trascender el cliché, hasta convertirse en una de las propuestas más estimulantes del género en los últimos años.

Mare (Marianne), interpretada de forma excepcional por una Kate Winslet que se adueña de la serie desde el arranque hasta su conclusión, es la policía local encargada de investigar el caso. Ella vertebra el relato, todo gira a su alrededor. Los fantasmas de su pasado, la depresión que sufre posiblemente sin ser consciente, provocada por el suicidio de su hijo mayor, por un duelo que todavía le acompaña y con el que no logra aprender a vivir, le han llevado a una devastación emocional con la que no sabe lidiar. Su refugio son el alcohol y la comida rápida, además de la investigación del caso, que es para ella un alivio, una suerte de terapia. En mayor o menor medida, todos los habitantes del pueblo arrastran problemas pasados que condicionan su presente y les impiden avanzar. Y esa es una de las principales tesis, la que atraviesa la creación de principio a fin: las heridas sin cerrar acaban convirtiéndose en un problema que siempre vuelve.

Los personajes son sin excepción vulnerables, frágiles, están perdidos y resignados. Son irremediablemente infelices, algunos están rotos por dentro, marcados muchos por un trauma que son incapaces de superar, con miedos y problemas reales, reconocibles. Los lazos de unión, la familia, la comunidad y las amistades, especialmente entre mujeres, se presentan como el sostén principal, como la tabla de salvación frente a los problemas cuando el sistema te da la espalda. Mare of Easttown, y aquí está el segundo pilar fundamental de la propuesta, explora la importancia de los lazos, el sentimiento de comunidad y el apoyo colectivo frente al individualismo. Una respuesta comunitaria frente al dolor y la desolación, un sentimiento de pertenencia frente al individualismo que promueve el sistema norteamericano.

La serie ofrece un interesante universo de personajes al límite que se mueven en una escala de grises en la que no es fácil detectar los intereses de cada uno, tampoco sus miedos ni el pasado que ha confeccionado su personalidad. No hay subrayados ni flashbacks innecesarios. Todo obedece a una suerte de omertá que no se revelerá al espectador de forma evidente, sino que se irá dosificando con el avance de los capítulos. Todos presentan sus razones y sus motivos para ser como son y todos se comportan condicionados por el miedo y la incertidumbre. Dos personajes romperán con la tranquilidad de la investigación y con la vida de Mare. Ambos provienen de fuera de Easttown y, como cuerpos extraños, chocan frontalmente con su realidad. Uno es el antiguo escritor Richard (Guy Pearce) y el otro es el detective Colin Zabel (Evan Peters). Cada uno a su manera, y como agentes externos al pueblo, cambiarán la perspectiva y la mirada viciada de Marianne.

Sobre todos los personajes se eleva una estratosférica Kate Winslet que por enésima vez demuestra por qué es una de las mejores actrices de su generación, si no la mejor: capaz de actuar desde la contención, con apenas unos gestos, por medio de la mirada, empleando el silencio y las pausas como forma expresiva, cambiando en segundos su papel de madre incapaz a policía obsesionada con el caso, coqueteando con el alcoholismo, castigando constantemente su cuerpo con una alimentación desastrosa. Ella y Peter Evans se acaban revelando como una de las muchas razones por las que ver una serie en la que el peso de lo policial acaba perdiendo importancia en beneficio de lo humano, lo social, lo familiar. Lo que importa es el proceso, un camino que nos llevará a conocer los secretos de los personajes que habitan este universo, en el que el dolor, la pérdida y el duelo son fundamentales.

La serie emplea la investigación del caso para explorar el estado de las cosas en el mundo rural estadounidense, en esa América profunda alejada de los focos y del interés, aislada, tremendamente oscura, olvidada, ajena a lo que ocurre en las grandes ciudades, tóxica, con tensiones y conflictos irrespirables. Herida, quién sabe si de muerte. Ese certero retrato de la América rural relega a un segundo plano la investigación. Descubrir quién asesino a Erin es lo de menos, aunque su escritura y desarrollo sean precisos y detallados. Las pequeñas claves nos conducirán hasta un desenlace sorprendente, pero coherente con lo relatado, y que se puede anticipar si se atan los cabos adecuados y si se presta la atención necesaria del caso. Por el camino, Craig Zobel refleja los restos de una América herida, devastada y a la que le cuesta sobremanera cerrar sus heridas. El mensaje que queda es que es imposible avanzar sin curar esas heridas, pues el pasado, de alguna manera, está presente o vuelve para sacar a la luz traumas no superados.

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