Los famélicos

Temporada 1 / ‘La Revolución’ (La Revolution; Aurélien Molas, Netflix, Francia, 2020).

Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag
6 min readNov 3, 2020

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ATENCIÓN: Este análisis contiene información, datos y spoilers sobre la primera temporada de la serie ‘La Revolución’.

La bandera de Francia lo contiene todo. Se dice que su significado tiene que ver con los colores de París, el rojo y el azul, recogiendo las dos orillas del pueblo, atravesados por el blanco impoluto de la monarquía. En la última ficción original de Netflix Francia, La Revolución, la bandera aparece como un símbolo que se puede leer en dos direcciones. En el primer episodio, sobre la nieve, se dibuja la sangre de uno de los cadáveres de la revuelta, enfrentado al uniforme azul de uno de sus oponentes, un guardia igualmente derrotado en el suelo. La bandera, construida en torno a las luchas internas. De igual manera, en el último capítulo de la obra creada por Aurélien Molas, los rebeldes adoptan como seña un paño manchado con sangre rebelde (roja) y sangre noble (azul) tras la batalla que, podríamos decretar, como inicio del periodo histórico que conoceríamos como la Revolución Francesa. La imagen de Marianne, a lomos de un caballo blanco y con el estandarte sanguinolento, como una especie de relectura de aquella Libertad que guiaba al pueblo en la pintura de Delacroix, es, sin duda, potentísima. Otra metáfora sobre la identidad del pueblo francés.

Podríamos asegurar que el espíritu de la teleficción gala se recoge, íntegro, en aquella frase de Napoleón que abre la misma: “La historia es un conjunto de mentiras acordadas”. A partir de ahí, la narración se circunscribe al periodo inmediatamente previo a la toma de la Bastilla en 1789. Son tiempos de desigualdad; el país se divide entre los ilustres y los famélicos, la Nobleza y el Tercer Estado están más alejados que nunca. En el medio, aparece la condesa Elise de Montargis, cuya vocación va más allá del enriquecimiento y su comprensión más allá de las fronteras de palacio. Aurélien Molas nos muestra a una mujer fuera de tiempo, a la que el sistema oprime por su condición: “señora, no denigro su interés por la política, pero es un asunto de hombres. Dedíquese a lo que disfrutan las mujeres: bailar, cantar, divertirse”, le espeta uno de sus primos en una fiesta elitista, segundos antes de que ella le humille con el tiro al plato. Mientras, en el bosque, a las afueras del idílico entorno, algo se mueve en torno a la Hermandad. La otredad, el ejército de los sin nombre. Los famélicos. Asimismo, intramuros, pero en las zonas menos gratas, los ensayos del médico Joseph Guillotin tratan de encontrar la vacuna para la viruela.

En un entorno tembloroso y urgente, todo se precipitará cuando una plaga desbarate el orden natural de las cosas: una especie de sangre azul que consigue revivir a los muertos, que volverán a la vida sedientos de venganza, hambre y sangre. En ese momento, aquellas mentiras no acordadas emergerán en el relato, gracias a la narración in medias res de Madeleine de Montargis, cuya voz en off nos acompaña y nos resitúa constantemente sobre los hechos. Todos los episodios de La Revolución se abren con una reflexión de Madeleine que acompaña a las imágenes. Un recurso que, en esta ocasión, resulta acertado para ofrecer voz a una niña que no la tiene (la pequeña de los Montargis es muda) y para acercarnos la Historia desde la perspectiva personal de una muchacha que, supuestamente, la ha vivido tal cual la cuenta (es decir, su relato se puede intuir viciado por la fantasía propia de su edad, pero real en cuanto a la materia más primaria).

La Revolución se adhiere a esa corriente última que trata de revisitar el género histórico y trufarlo de toques paranormales que se entretejen en una fabulosa ambientación encabezada por un diseño de producción y vestuario magníficos. En cierto sentido, la obra de Aurélien Molas se podría emparentar con la revisión sobre la figura de Sigmund Freud que se llevó a cabo en Freud (Marvin Kren, Alemania, Netflix, 2020). Obras tan autoconscientes de su rol que, desde la mirada hacia el género fantástico, se permiten una reflexión histórica y socio-política interesantísima por inesperada. De esa forma, tal vez el punto más interesante de la producción francesa sea esa equiparación entre la sangre azul (la monarquía, la Nobleza, el Alto Estado) con la enfermedad, el mal endémico que destruye el país. Una reflexión política icónica y tan iconoclasta como esa imagen de San Lázaro sin cabeza que muestra el director Jérémie Rozan en el episodio 1x04 y que parece decir que, llegados a este punto, la resurrección del antiguo orden ya no es posible. El Sistema y sus valores han sido decapitados.

La puesta en escena de La Revolución es cambiante. Un ente mutante. La creación de Molas transita varios géneros a lo largo de sus ocho episodios: desde la ficción cortesana y las intrigas de palacio hasta el cine social o fantástico. Esta metamorfosis constante le sirve a la serie para circunscribirse al relato de diversas maneras y dialogar con obras tan dispares como Barry Lyndon (Stanley Kubrick, Reino Unido, 1975), cuya iluminación natural parece querer imitar, en ocasiones, o el videojuego Assassin’s Creed: Unity (Ubisoft, 2014), y su posterior adaptación a modo de cortometraje, al que podemos acudir gracias a la introducción de grupos ocultos, las logias y el relato subterráneo de traición que sublima la columna vertebral. Más allá, en torno al dispositivo formal, llama la atención como, en el season finale, la cámara se baja al barro para convertir al espectador en un personaje más en la lucha armada que, por fin, comienza la Hermandad, padrinos en la ficción de los sans-culottes de 1789. En ese momento, el artefacto narrativo-visual de la serie se emparenta desde sus formas con la mastodóntica obra Qué difícil es ser un Dios (Trudno byt bogom; Aleksey German, Rusia, 2013), en la que, como aquí, un plano subjetivo hacía que el foco de la cámara acabase impregnado de barro, salpicaduras de sangre, sudor y, en definitiva, convertía al observador en parte implícita del relato. Más allá de las meras imágenes, sorprende el uso de la banda sonora y del cromatismo como contrapunto del relato (el contraste entre el verde del bosque y las prendas de Elise, en el 1x02, o la negrura de la cueva en la que los guardias entran con antorchas).

De esa manera, con un relato muy autoconsciente y un cierto gusto por las formas, La Revolución nos lleva a una traición última en la que el relato pivota por completo para situar el punto de partida de la hipotética segunda temporada, que podría devenir ya en la revuelta definitiva. La toma de la Bastilla se intuye como un objetivo próximo por parte de los rebeldes, la invención de la guillotina, gracias al doctor Guillotin, también parece cercana (y necesaria)… En este punto, la conversación entre Elise y Henri de Lariboise, el noble que le presta su lealtad para terminar con la tiranía de su primo (uno de los no muertos que gobierna sobre el pueblo), se antoja más adecuada que nunca. “Las noches venideras estarán llenas de traición y miedos”, le dice ella. En la respuesta de él se encuentra condensada toda la historia de Francia: “La luz solo llega tras las noches más oscuras”. Ahora sí: la Revolución ha comenzado. Cuando el pueblo no tiene qué llevarse a la boca, la muerte ya no le provoca el mismo terror.

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Jesús Villaverde Sánchez
OchoQuinceMag

Periodista. Intento escribir retratos y fotografiar historias. Casi nunca lo consigo.